Los músculos de las cuadernas se despliegan al estirarse, con crujido de herrajes. Un bostezo inesperado asoma y domina el gesto como silencioso grito de cansancio. El guerrero precisa reposo, pero la caricia insistente y reiterada de las suaves olas reclama su amoroso tributo. No se puede negar ni hacer esperar.
El ancla rígido y renovado se libera y hunde en la húmeda profundidad, abriendo camino en las aguas profundas que susurran al separarse y sentir la íntima invasión. El viejo casco gime y se estremece al sentir la firmeza del anclaje, mientras se mece en el amoroso vaivén de la unión en la marea eterna. La mar se agita en suaves convulsiones que mantienen su suavidad, aumentando la profunda intensidad. No hay nada más en el universo. Sólo la mar y el rígido cuerpo intruso que ha perforado la intimidad de sus ávidas, húmedas y acogedoras profundidades…
El ritmo de las olas se altera. Con suave cadencia aumentan su movimiento y, en un instante, pareciera que se desata una sorda tempestad... Explosión de oleaje encrespado. Estruendo descontrolado. La espuma se expande, inunda, baña y lame el casco entero, la cubierta y las sentinas, haciendo crujir el palo mayor en toda su longitud, bajo la arriada vela.
De pronto… regresa el silencio. Sólo breves y ahogados sonidos que murmuran susurros, suaves gemidos de agua y madera que recuerdan con elegante sutileza la intensidad precedente.
Después, calma chicha… bonanza. Paz empapada en la que se detiene el tiempo a la espera de un nuevo amanecer, para seguir navegando imparable… Rumbo al sol. Siempre rumbo a Ítaca.
FRM [15/08/2013]
(Foto de archivo) |
Singularmente hermosa esta larga o alargada travesía, Francisco. Gozo de lectura.
ResponderEliminarMil abrazos.
Teo.
Me alegra mucho que te haya gustado, mi amigo poeta. Abrazos, agradecidos.
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