El Rincón del Nómada

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La libre soledad del ermitaño es el terreno más fértil para que germine y florezca la creatividad. (Foto propia, 2014. Isleta del Moro, Almería)
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viernes, 24 de mayo de 2019

Retorno a Cientonce

Acuarela de Andrew Wyeth

Cientonce es un lugar que existe en un poema iluminado por luciérnagas.

Un poema que vive bajo la piel y se palpa en ella, como las golondrinas que anidan en el alma y vuelven. Golondrinas que vuelan agitadas como si les fuesen a cerrar el nido. Un nido bullicioso que alberga huevos ilusionados, esperando la feliz eclosión. En Cientonce las abejas producen miel con mantequilla y mermelada, alrededor del latido de calientes esperanzas semidormidas que agitan sonámbulas su llavero de sueños. Un lugar eterno que habita dentro y nos espera para ser abierto y habitado.

Cientonce es un lugar que existe en un poema iluminado por luciérnagas.

Cientonce se abre con mano temblorosa, cara de lelo y besos contenidos. Se abre como una caja que sube y baja, dentro de otra Caja llena de sorpresas esperadas. Un lugar donde las líneas rectas tienen la forma de tus pechos sonrientes y las miradas resbalan amarradas con nudos de hilo rojo prehistórico. Cientonce existe en un poema romántico y sonámbulo que sueña despierto y duerme soñando, mientras celebra, cada minuto, infinitos cumpleaños sin envejecer.

Cientonce es un lugar que existe en un poema iluminado por luciérnagas.

Un lugar que existe en un poema que reclama volver a ser recitado, como vasos rellenados por los unicornios voladores que recolectan ramilletes de orégano. Cientonce es un lugar iluminado por luciérnagas como cascabeles. En Cientonce, las almohadas brillan cegadas por el resplandor de rostros transfigurados y las nubes son un regalo de piel suave, feliz y enlazado entre abrazos.

Cientonce es un lugar que existe en un poema iluminado por luciérnagas.

Cientonce es un lugar que suena dulce como la lengua insaciable de un gato en un plato de leche. Que resuena como la brisa entre las ramas donde moran los trinos de mil pájaros, cantando partituras no escritas para que baile el mundo ciego y enamorado. En Cientonce amanece y oscurece a destiempo, pues es un lugar ajeno al tiempo que se diluye, resbalando a contraluz por tu cuerpo.

Cientonce es un lugar que existe en un poema iluminado por luciérnagas.

A Cientonce es imposible no retornar. Se regresa a morir de nuevo para volver a resucitar, una y otra vez. Porque los recuerdos más eternos son los más fugaces y su liviandad acentúa el deseo de revivirlos, como moscas pertinaces que se agitan, inasequibles al desaliento, sobre un azucarero abierto. Se vuelve para enterrar las penas en tumbas fértiles de abrazos sin epitafio. En la noria del conocido camino recorrido y siempre gozosamente redescubierto.

Cientonce es un lugar que no existe, pero podemos hacerlo existir porque lo llevamos dentro.

FRM [24/05/2019]

lunes, 20 de mayo de 2019

Cientonce

Obra del pintor Andrew Wyeth

Cientonce es un paraíso que existe en otra dimensión onírica.

Una dimensión que es un ramo de flores que suena como el latido de dos corazones a coro con sus ecos. Cada corazón es un niño que salta en charcos de luz de antiguas farolas. Farolas que albergan los trinos y suspiros de miles de aves revoloteando en el horizonte. En Cientonce, el horizonte lo dibujan dunas con formas femeninas y galopes de centauros.

Cientonce es un paraíso que existe en otra dimensión onírica.

Una dimensión que es un poema soñado en un remoto pasado y cuya música no ha cesado de cantar, anidando en las ramas de árboles añosos. En Cientonce, las cortinas son como alas que se agitan cual las de mariposas que cosquillean en el estómago de una esquina iluminada. Una esquina de un barrio de una ciudad que es una imagen con vasos de gintonic mezclados con orégano, sembrado por unicornios.

Cientonce es un paraíso que existe en otra dimensión onírica.

Un poema que flota, fluyendo en las aguas de un río lleno de nenúfares flotantes que salpican de lágrimas emocionadas los recuerdos, gotas dulces que brotan del arañazo de los pinchos de una maternal flor seca de cardo. En Cientonce, los suspiros gimen sobre las almohadas poniendo ritmo al regalo del silencio enamorado como si siguiesen la batuta que guía hacia el cielo donde no se distingue la vida de la muerte.

Cientonce es un paraíso que existe en otra dimensión onírica.

Un paraíso en el que los amantes no usan reloj y el tiempo se detiene entre nubes que salen de puntillas cuando su propio tiempo se cumple. Un tiempo que se encuentra como el algodón de azúcar de las ferias y se derrite y saborea, hasta que las luces anuncian el final de la jornada y el comienzo de la espera añorante, contando segundos cuya muerte se celebra mientras se escribe poesía al ritmo de los días. Recordando con impaciencia el regreso a Cientonce.

Cientonce es un paraíso que existe en otra dimensión onírica.

Una dimensión llena de agua para navegar, sorteando escollos y reposando en islas de arenas blancas como nalgas virginales que se encienden al beso del deseo. En Cientonce todo es perfecto y se intercambia, se combina y completa, como la tuerca con el tornillo que todos llevan en el alma. Todo se ensambla y perfecciona al completarse como se completan el pincel, el color y el lienzo que espera, deseando ser mancillado.

Cientonce es un paraíso que existe en otra dimensión onírica.

En Cientonce, las muertes son pequeñas y de ellas se resucita. La fugacidad no importa, porque todo renace, se repite y perfecciona. En Cientonce, existe lo inexistente, se explica lo inexplicable y se renace de la muerte. Las penas yacen en una tumba de abrazos y Cientonce vuelve a brillar para siempre... eternamente inolvidable. Cientonce es un lugar que no existe, pero sabemos hacerlo existir porque lo llevamos dentro.

FRM [20/05/2019]