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(Foto de archivo) |
En el ámbito de los pequeños grandes placeres a mi alcance, pocas cosas pueden competir con saborear una cerveza fresca, rubia o tostada, con buen cuerpo y bien tirada con ese punto exacto de presión; especialmente en un momento de acaloramiento y sed extrema. Su mera evocación mental me hace gozar hasta el éxtasis, paladearla puede llegar a ser indescriptible. Una auténtica pasión.
Pero, una vez más, toda moneda tiene dos caras y, como inevitable contraposición, también pocas cosas son tan desagradables como el efecto devastador que produce la pérdida de la espuma y la presión, así como el cambio de la deliciosa temperatura inicial, cuando ello sucede, resulta frustrante y muy lamentable... Todo parecido con la sensación inicial desaparece.
Por lo general, evito que ocurra tal sacrilegio, porque llegado a ese punto, esa cerveza puede volverse irrecuperable. Lo malo es que, a veces, depende de causas ajenas a la propia voluntad.
¡Cómo me apetecen unas gratificantes cañas en su punto!
FRM [28/08/2015]