El Rincón del Nómada

El Rincón del Nómada
La libre soledad del ermitaño es el terreno más fértil para que germine y florezca la creatividad. (Foto propia, 2014. Isleta del Moro, Almería)
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sábado, 9 de noviembre de 2019

Culpas y responsabilidades

Conmemorando la simbólica caída de un famoso muro indeseable (todos los que dividen y separan lo son) y entre las dos luces ambiguas de una de estas tardes oscuras, frías y llorando en lluvia que invitan a arroparse en el recogimiento, me da por pensar, buscando sentir el calor de los mejores recuerdos que entibian mi memoria, mientras reflexiono para intentar comprender porqué hay que alejar los sueños para conciliar el sueño...

Y pienso que venimos a esta vida a aprender que es en ella donde se encuentran el cielo, el infierno y el limbo. Que la más ladina y demoníaca tentación es la que se esconde en el pecado de la vanidad prepotente que nos impulsa a defendernos de las insoportables críticas negativas. Críticas sentidas como agresiones, siempre equivocadas y sin fundamento, que estimulan y excitan la necesidad ofendida y egocéntrica de argumentar la autodefensa. Nada menos libre ni más disfrazado de libertad. Nada más lejos del respeto y la filantropía.

Esa autodefensa primaria e instintiva que inevitablemente se nutre de reproches, en la búsqueda de causas ajenas a uno mismo para explicar los propios e íntimos efectos o defectos. Esgrimida aceradamente en espiral recíproca y negativa que se retroalimenta. En una malévola y perversa partida de ping-pong cuyas pelotas vuelan agresivamente dañinas, de uno al otro lado de la mesa, cada vez más con más fuerza, aumentando perniciosamente con la indignación, angustia y ansiedad generadas. Sin la menor reflexión desde el respeto y la humildad.

Nada más tentador ni más fácil. Resulta diabólicamente sencillo obtener argumentos extraidos del principio de causas y efectos. Apelar a las culpas ajenas para el torpe y gratificante ejercicio de justificar las propias. Siempre "la culpa". Ese virus judeocristiano ancestral implantado en el ADN de la memoria genética colectiva de nuestra cultura.

Y eso lleva del cielo al infierno, pasando por el limbo de la inmadura inconsciencia.

Lo que no es tan fácil es reaprender. Abandonar el pernicioso hábito inculcado de buscar "culpas" ajenas, desde la soberbia intransigente, o las propias, buscando la penitencia de la autocompasión victimista.

Cierto es que a toda acción corresponde una reacción; pero no tiene porqué ser destructiva. La energía nuclear puede sembrar muerte y desolación, tanto como ser benefactora para la vida, si se usa de la forma adecuada.

Por supuesto que no es fácil cambiar hábitos culturales arraigados en la inconsciencia. No es sencillo llegar a comprender profundamente, desde la experiencia acumulada, que no existen "las culpas"... Sólo la responsabilidad.

Y la responsabilidad es patrimonio exclusivo de uno mismo. Del propio libre albedrío de cada cual. De la íntima capacidad de tomar decisiones ante cada situación. Porque, pase lo que pase y nos hagan lo que nos hagan, el responsable último de nuestras decisiones y actos somos nosotros mismos. Y no hay que buscar otros sujetos a la oración de cada experiencia y sus consecuencias.

Aceptar la propia responsabilidad en toda ocasión es un acto sanador de humilde reaprendizaje. Un acto de conciliación y amor hacia uno mismo y los demás. Implica un proceso de serenidad, de análisis introspectivo y autocomprensión, para saber perdonarse uno mismo y ser capaz de pedir sinceramente el perdón ajeno, si se ha dañado al prójimo; con humildad sin humillación, confiando en gozar del privilegio de la comprensión y la solicitada disculpa indulgente, sobrevenidas de la responsabilidad ajena, porque "tanto monta...".

Hay que romper el círculo vicioso de la autojustificación, con frecuencia, simple y victimista autocompasión, y abrir un hueco en su perímetro para, a través de él, ascender a niveles superiores de conciencia, paz y amor. Tal y como nos enseña la eterna sabiduría del símbolo Zen del "Enso".

Hay que dejar de considerar las críticas como "provocaciones" contra las que tenemos que defendernos. Eso es sólo un síntoma de debilidad en la autoestima. Hay que valorarlas en paz como opiniones respetables de las que aprender, si son constructivas ("así es, si así os parece"), o dejar que transiten hacia la indiferencia, si sólo persiguen una pretendida ofensa sin otro fin que ser insultante, valga el intencionado pleonasmo.

Por todo ello, no voy a responder a las críticas recibidas. En la paz del silencio prudente está la esperanza del único poder constructivo... Reaprender de las experiencias.

En definitiva, encadenando dos aparentes oxímoron, cambiar la objetiva subjetividad por la subjetiva objetividad.

FRM [09/11/2019]

Foto propia. Mirada metafórica. "Cuanto más elevas la mirada, mejores son las vistas del horizonte"

lunes, 9 de abril de 2018

Pintar

(Imagen de archivo digital)

En uno de mis retiros al refugio de este rincón, no pude evitar dejar aquí una antigua reflexión que hoy publicamos, estimulada por algunos comentarios que, a lo largo del tiempo, he venido recibiendo sobre los resultados de mi afición autodidacta a practicar la pintura.

Puede que esté equivocado, como en muchas de mis convicciones. Pero, al día de hoy, pienso que he aprendido un par de cosas fundamentales, como amante fiel de la pintura desde la infancia, tanto en el gozo de la contemplación como en la amena diversión de su práctica, sin otra ambición que la de aprender a mejorar mi trabajo artesanal para intentar que llegue a ser artístico.

Aprendiendo con Matisse
La primera es que se debe observar detenida y apasionadamente el trabajo intemporal de todos los artistas que, por uno u otro motivo, nos impresionen y aporten alguna enseñanza. Bien sea en lo emocional o en el uso de técnicas diversas. Luz, color, texturas, intencionalidad, mensaje, sensaciones, efectos... Todo es perceptible, diferente y enriquecedor. Desde las escuelas más clásicas a las más radicalmente modernas. Desde la mágica representación de lo real, lo onírico o lo imaginado, hasta la absoluta abstración que se dirige directamente a la más profunda génesis de la emoción.

Absorbiendo toda esa información que se transforma en una cierta formación, se consiguen dos resultados inevitables. La aplicación de lo aprendido en la propia obra de aficionado, como referentes permanentes; y la capacidad de ser honesta y constructivamente crítico con el propio trabajo. Sin pretender emular a quienes están en otra dimensión, con el riesgo de una injustificada frustración, pero sin engañarnos en la valoración de nuestros propios resultados, de cuyas limitaciones obtendremos la mejor enseñanza para mejorar y evolucionar.

Aprendiendo con Dufy
La segunda convicción es lo erróneo que es pedir opiniones ajenas como algo imprescindible para la propia evolución pictórica, exceptuando de quienes pueden ser considerados maestros en la materia. Principalmente, porque ninguna es tan válida como la propia que se desprende de lo anteriormente expuesto, y porque los demás siempre —o muy frecuentemente— estarán sesgados por aspectos diversos en función de nuestra relación personal con quien opine y su propia formación, criterios y puntos de vista sobre el arte en general y la pintura en particular.

Habrá quien se asombre sinceramente de lo que hacemos, por la sensación de su propia incapacidad de recrearlo. Otros serán demoledores por su exigencia u otras razones menos honorables. Y, finalmente, están los más peligrosos y nocivos... Aquellos que, gozando de crédito ante el aprendiz y movidos por una incomprensiblemente perversa actitud frente al autor y sus circunstancias, aplauden con desproporción injustificada y comentarios de alabanza que saben exagerados y contrarios a la realidad.

Aprendiendo con Van Gogh
Nada hay más peligroso que creerse estas últimas "ayudas".
Porque pintar, más o menos bien, es gratificante en si mismo, al margen de la calidad del resultado y de las opiniones que suscite, así como una excelente vía de exploración introspectiva para el desarrollo personal que va más allá de la habilidad manual y la expresión pretendidamente artística u objetivos mercantiles.

No saber discernir ante el resultado de nuestro propio trabajo ni sobre las opiniones ajenas suscitadas por el mismo, puede ser letal en muchos aspectos.

FRM [09/04/2016]

martes, 3 de enero de 2017

Quien hace incesto, hace ciento

Pecado original y expulsión del Paraíso. Capilla Sixtina, Miguel Ángel Buonarroti

Ser capaz de actuar de una cierta forma, no implica necesariamente que sea esa la más definitoria forma de ser. Por ello, aunque haya quien opine que soy excesivamente locuaz, quienes me conocen a fondo saben que gusto más del silencio que observa atentamente el entorno, incluso mientras estoy hablando. Como consecuencia, acumulo información, consciente o inconsciente, que se convierte de forma paulatina en materia de reflexión y conclusiones solitarias.

Una de ellas, muy abonada por lo que he visto, observado y contrastado a mi alrededor, es la aparente tendencia del género humano a los comportamientos inconscientemente incestuosos, tan proscritos en la moral judeocristiana (no así en otras culturas y sociedades), a pesar de que el Génesis bíblico no deja muchas más opciones para haber llegado hasta nuestra existencia actual desde los legendarios primeros padres y sus manzanas. Así pues, para los dogmáticos creyentes en la palabra de Dios, tal tendencia podría estar enraizada en la inevitable herencia genética desde los más remotos orígenes.

No descarto en absoluto que estos pensamientos, a los que intento dar forma escrita, puedan estar muy equivocados, pero no deja de ser un evidencia bastante notoria la pertinaz búsqueda del "padre" o de la "madre" en la eterna persecución de la persona que pueda complementar la existencia de cada cual. Y, aunque sea  más o menos inconsciente, como he subrayado anteriormente, no deja de constituir una marcada tendencia a lo que podríamos considerar un "incesto psicológico moralmente permisible".

Como en toda conducta humana, existen grados de intensidad al manifestarse, pero hay algunos casos de tan notable y marcada evidencia que podrían ser nítidos referentes de la mencionada tendencia... ¿Quién no conoce alguno muy significativo en el que se suceden numerosos candidatos con rasgos esenciales comunes entre sí y, a su vez, con el progenitor buscado en ellos?

Y tampoco habría que "rasgarse las vestiduras", intelectualmente hablando. Pues, aunque las pautas inculcadas en nuestro inconsciente colectivo hayan convertido el incesto en algo moralmente repulsivo, delictivo, pecaminoso y, por ende, rechazable, no es menos cierto que otras civilizaciones muy consolidadas y duraderas en la Historia de la Humanidad, lo preconizaron, e incluso lo impusieron obligatoriamente, como medio de perpetuación de dinásticas prerrogativas consanguíneas. También, en otros casos y contextos, de antropológicas diferencias en lo educativo, eran el padre a las hijas y la madre a los hijos, respectivamente, los encargados de iniciar a sus descendientes, instruyéndolos en las prácticas de una saludable y más experimentada vida sexual.

Porque, es muy posible que, al igual que otras muchas prohibiciones sagradas y religiosas, su origen esté más en la intención de evitar la propagación indefinida de enfermedades transmitidas en el código genético, como riesgo inherente a todo tipo de endogamia (constatado en la consanguinidad de las monarquías europeas de siglos precedentes), que en la supuesta o impuesta inmoralidad del hecho mismo.

FRM [03/01/2016]

jueves, 29 de diciembre de 2016

Ni "facha" ni franquista

Bandera rojigualda de la Armada española, 1785

Cuando determinados individuos o grupos, fanáticos o fanatizados y pretendidamente "progres", interpretan, consideran y reniegan de la bandera de España por considerarla un símbolo "facha" o franquista, están cometiendo un lamentable error histórico y demostrando inconscientemente dos importantes y significativas carencias culturales, fácilmente subsanables con un mínimo esfuerzo.

La síncopa lingüística "facha" en el uso que nos ocupa,  se utiliza de forma despectiva e intencionalidad insultante como sinónimo del concepto político "fascista"; por cierto en tercer y último lugar de las acepciones académicas que se refieren principalmente al aspecto o apariencia. Y quienes más lo emplean en su pretensión de ofender o definir al contrario, suelen hacerlo creyendo que es sinónimo de "derechona".

Tales "antifachas" olvidan, no saben o no reconocen que, como adjetivo político, se aplica a un extenso rango de personas y grupos que en el espectro político no se sitúan únicamente en la extrema derecha, sino a cualquier dirigente y/o gobierno que demuestre su carácter totalitario, autoritario, xenófobo y nacionalista, sean de derecha, centro o de izquierdas, y siempre desde la perspectiva del que utiliza el término como forma de denigrar y que casi nunca está en situación de "tirar la primera piedra". Recordemos, pues es Historia objetiva, que el fascismo moderno y reconocido como tal, nace en el siglo XX promovido por dos partidos pretendidos como socialistas y de fervorosa y populista izquierda nacionalista, tanto en la Italia de Mussolini como en la Alemania de Hitler. Y, si la memoria no me es infiel, todos los regímenes políticos dictatoriales y antidemocráticos que sobreviven en el mundo del presente siglo, derivan de totalitarismos de supuestas izquierdas, al margen de las banderas identitarias de sus Estados.

Pero mucho más grave es el error de considerar "franquista" a nuestra bandera, cuya existencia debemos a la curiosidad anecdótica de ser la consecuencia del primer concurso de diseño gráfico de la Historia o, al menos, del que se tiene constancia.

Los doce modelos propuestos a Carlos III
Concurso que fue promovido por Carlos III, nada menos que en 1785. O sea, 154 años antes de que Franco tomase el poder en 1939. El motivo de la real decisión fue el problema que representaba para la Armada la identificación de banderas propias y ajenas en alta mar, pues todos los pabellones eran blancos con el escudo de cada procedencia en el centro y algunos muy similares, con gran dificultad por ello de reconocimiento a larga distancia, lo que era arriesgado en el caso de encontrarse ante navíos potencialmente enemigos.

Bandera española de guerra, arriba el gallardete y a la derecha la mercante. (Foto Museo Naval Madrid)

Así pues, a instancias de los mandos de la Armada, Carlos III decidió convocar el mencionado concurso del que salió elegida la bandera roja y gualda que todos conocemos y que, a partir de 1843, bajo el reinado de Isabel II se convirtió en el símbolo nacional, abandonando definitivamente la blanca precedente. Ésa es la bandera española que aún perdura, respetada o no, con la excepción del breve período (1931-1939) en que fue sustituida por la tricolor de la Segunda República que, a las franjas rojas y amarilla, añadió la de color morado, pretendiendo representar daltónicamente el color carmesí del pendón de Castilla; pero eso es... otra curiosa historia.

Como otra historia es que el denostado "aguilucho" imperial sea "facha" y "franquista"... que tampoco, pues desplegó sus alas mucho antes de 1939.

En respetuosa conclusión, antes de pretender ofender o identificar a otras personas o símbolos con determinadas asociaciones, conviene leer un poco, porque la cultura no daña a nadie y cura muchas manías obsesivas e indeseables.

FRM [29/12/2016]

lunes, 26 de septiembre de 2016

El presente

El momento presente es una ilusión ni siquiera efímera. Tenue instante inventado y ficticio que carece de otra entidad que la de ser el punto final del pasado y comienzo de un futuro que se convierte en pasado, en el mismo momento en que pretendemos hacerlo presente.

Sólo la congelación en una imagen capturada y retenida, en una fotografía o un texto, puede servir de retrato simbólico de ese presente que no es otra cosa más que una metáfora verbal y existencial entre las ruinas residuales del pasado que ya no es y la luz del horizonte futuro que será. Y ocurre que, a veces, esa imagen se manifiesta incoherente, como entre paréntesis cronológicos, entre dos momentos de un pasado que reviven y resucitan como presentes pretendidamente despedidos pero no olvidados.

Un permanente contraluz del SER que sobrevive en el recuerdo y estimula para el viaje del nómada peregrino... No se puede vivir el presente, pues no existe. Sólo se transita sobre él, entre ajadas hojas de calendario y esquivando agujas de reloj, hacia el eterno tiempo sin tiempo, con serenidad y sosiego... o a saltos y sobresaltos.

FRM [17/07/2016]

Foto propia, Revilla de Pomar, Montaña Palentina.

martes, 30 de agosto de 2016

Uso de la libertad

(Imagen de archivo)

Hay dos formas de ser libre y rendir tributo a la más elevada expresión de la libertad...

Otorgándola libre y plenamente a la persona amada. Y retirándola, con respeto a la ajena, si ella se siente aprisionada por la entrega.

FRM [30/08/2016]

lunes, 29 de agosto de 2016

De lo humano y lo divino

Pienso que los comportamientos de los seres humanos son la consecuencia de una compleja hibridación que, a lo largo del aprendizaje y evolución personal más íntima, nos conduce a estados anímicos y emociones complementarias, aparentemente contradictorias en ocasiones... o, quizá, no tanto.

Carezco de la brillantez y conocimientos para describirlo con precisión y rigor con la pobre herramienta de mis palabras, pero sin duda alguna, puedo sentirlo y, en consecuencia, intentar transmitirlo.

Probablemente esa característica híbrida que mencionaba inicialmente, podría definirse como la mixtura inseparable entre la parte más imperfectamente humana y, la chispa de potencial trascendencia espiritual o de divinidad que todos llevamos dentro... Con la simplificación de esta dualidad espero evitar mi irrupción en jardines para cuyo análisis y cultivo no me siento cualificado.

Como "doctores tienen las diferentes iglesias" y de todos y todas me encuentro y siento muy alejado, intentaré evitar las terminologías habituales que circulan, tanto de antiguas liturgias, más o menos revisadas, como en los abundantes mensajes alternativos que inundan Internet.

Con ese propósito, si lo consigo, me centraré en algunas de mis más profundas convicciones, así como en las experiencias de esas aparentes contradicciones, citadas al comienzo, y que se suelen manifestar en las relaciones de amor con otras personas, en cualquiera de sus diferentes posibles manifestaciones, sean de pareja, de amantes o simple amistad asexuada.

Y es en la evolución y posible confrontación que se suscita en esas relaciones, donde percibo con mayor nitidez lo que intento razonar. Porque, la dualidad intrínseca de cada uno, trasladará las conversaciones, argumentos, diálogos o discusiones... y, por ende, los sentimientos, de uno a otro estadio. Desde y hasta la parte humana o desde y hasta la divina, siendo inevitable la combinación de ambas, esencia y potencia, en y entre los dos intervinientes implicados.

Pero, no nos engañemos, el esquema no es lineal ni unívoco. Todos los estímulos emitidos y recibidos, así como sus respuestas en fondo y forma, se entremezclan y cruzan constante e inevitablemente, como hemos dicho, en paradójicas y aparentemente contradictorias situaciones, en las que se mezclan lo reactivo con lo proactivo, la intolerancia con su antinomia... lo más carnalmente humano con lo más espiritualmente divino. Y, posiblemente, en necesaria complementariedad, como en los juegos visuales de formas y fondos, fondos y formas, de la psicología Gestalt.

Así, considero perfectamente posible y comprensible que se sientan simultánea o alternativamente, emociones de dolor y tristeza, resentimiento e, incluso, de indignación ofendida, con las más elevadas de paz, desapego, aceptación y la plena comprensión de estar viviendo un momento de aprendizaje y evolución hacia una nueva etapa existencial más acertada y mejor... juntos o separados.

Ignoro si he conseguido hacerme entender, pero el intento me ha permitido comprender que lo mejor de uno mismo, lo llamemos como lo llamemos, debe siempre prevalecer para mejorar y crecer. En el fondo, se trata siempre de lo que ya abordé en este mismo lugar, con el título "La Humanísima Dualidad", cuyo enlace dejo aquí para los más curiosos.

Como se ha dicho y escrito reiteradamente, "los caminos del Señor son infinitos" y lo importante es recorrer cuantos más mejor, cuidando siempre el constante y más reflexivo paso, prudente y firme, en el caminar del peregrino, acumulando riquezas en cada singladura de la travesía, hasta alcanzar el puerto definitivo de la Ítaca personal que Konstantinos Kaváfis, versificó maravillosa y certeramente.

Y, siempre, desde la libertad responsable, sin olvidar la coherencia con la mayor y más honesta autenticidad debida a uno mismo, cuando nos enfrentamos a decisiones complejas en las situaciones que requieren tomar uno de dos caminos divergentes e incompatibles.

FRM [28/08/2016]

Foto propia. La vida abre caminos diversos desde y hasta el centro de uno mismo.

jueves, 16 de junio de 2016

Clandestinidad

La necesidad de clandestinidad, el deseo de ocultarse u ocultar algo ante los demás, es una manifestación del ego convincentemente envuelta para regalo; por supuesto, siempre que estemos ante el caso de personas ajenas al mundo de la delincuencia de cualquier tipo.

El ego en su infinita habilidad la disfraza y justifica la necesidad de clandestinidad como prudencia, discreción, privacidad, respeto a la propia intimidad, independencia, caritativa pretensión de no hacer daño... Pero realmente, con mucha frecuencia, sólo está enmascarando los miedos de los que el ego se sirve como eficaz arma que guarda en el subconsciente para controlarnos.

Miedos inconscientes y fruto de la inseguridad, de la falta de convicciones, de las perturbadoras dudas subyacentes; miedos a los demonios del pasado, a los errores vividos como tales, al "qué dirán", a la inestabilidad, al compromiso, a la pérdida de libertad... y miedos, en suma, a todos los riesgos de cualquier cambio, indefinidos pero temidos, porque se intuyen y presienten fuera de la enquistada "zona de confort"material o emocional.

Es lo habitual en todos los hijos de nuestra cultura que nos ha situado como seres humanos que, en el mejor de los casos, tratan de aprender a vivir una experiencia espiritual más elevada o lo utilizan como coartada recurrente en comportamientos de una cierta bipolaridad patológica. Sólo quienes alcanzan la plena conciencia de que somos seres espirituales teniendo una experiencia humana, se sienten liberados de esa necesidad egóica oculta en el subconsciente... Y eso se vive en el silencio ejemplar, porque se manifiesta con los actos.

No hay que preocuparse por ello angustiosamente, pero sí ocuparse de ello con serenidad e inteligencia. Porque es muy aconsejable tomar conciencia y comprender que, cuando el ego utiliza ese tipo de herramientas, persigue el objetivo de perpetuar su poder y, con frecuencia, acaba provocando lo que se temía para justificar su mensaje previo y mantener su supremacía sobre nuestros actos. Por ello, para evitarlo, es muy importante buscar el equilibrio en la coherencia consciente y convencida entre sentimientos, pensamientos y actos... Sin "mentiras piadosas" ni autoengaños envueltos para regalo y lucimiento complaciente, con la letanía de bonitas palabras huecas que sólo conducen a situaciones indeseadas y, casi siempre, con más y peores daños que los que, teóricamente, se pretendían evitar.

Toda alerta es poca. Porque, como expresó magistralmente Frank Herbert en su recomendable  y gran novela "Dune":

"Hay muchas trampas dentro de las trampas".

FRM [16/06/2016]

René Magritte, "Not to be reproduced"

domingo, 3 de abril de 2016

Libertad responsable

Foto propia, paseando libremente bajo mi ventana

Sin duda, es deseable disfrutar de toda la libertad que uno mismo se conceda, siempre que sea responsablemente.

Y pienso que no es responsable el auto engaño de pretender que esa libertad es el salvoconducto que puede llegar a provocar daño en aquellos que no la entienden ni la viven como nosotros... Y lo sabemos.

Ni es responsable no ejercerla desde la zona de confort de la inercia perpetuada, con similares y dañinos resultados... Y lo sabemos.

Sospecho que hay una suerte de recreo ególatra ¿inconsciente? o egoísta, en otro sentido, para sentirse en posesión de la patente de corso que nos permite utilizar, tal vez ignorar, o servirnos de la ajena libertad o carencia de la misma, para el objetivo de satisfacer el beneficio subjetivo de ejercer la nuestra, o dejar de hacerlo.

Porque, por mucho que vivamos y disfrutemos de nuestra íntima y libre individualidad, no podemos ni debemos ignorar que somos animales sociales. Miembros de un colectivo sujeto a normas, pautas de conducta, prejuicios, códigos, restricciones... claves de convivencia que, aceptables o no, admitidas o denostadas, están profundamente ancladas en todos y constantemente presentes en nuestras relaciones con los demás... Y lo sabemos.

Con los años y el camino recorrido, he aprendido que el inseparable binomio "libertad y responsabilidad" está incompleto si carece de un tercer valor que refuerza y sostiene los otros dos. El RESPETO.

Sólo el trípode que forman esos tres conceptos tiene la estabilidad necesaria y suficiente para soportar con firmeza la fuerza de gravedad social que tiende a desestabilizar a quien busca y persigue su propio equilibrio; inevitablemente mucho más frágil cuanto más provoca el desequilibrio de otros. Sea con efecto inmediato o diferido, pero siempre insanamente prolongado.

No puedo evitar recordar aquella antigua frase que se nos inculcaba en la educación infantil, cuando ésta sí educaba... "La libertad de uno mismo termina donde empieza la de los demás". Ahora entiendo bien que es una gran verdad que contiene y sintetiza el razonamiento que trato de expresar y desarrollar hoy aquí.

Esto último me hace pensar en algo tan relevante como el discernimiento lúcido, entre lo que realmente provoca la libertad de nuestros actos en los demás y lo que los demás tienden a imputar como consecuencia inmediata y efecto directo e inevitable de la libertad de nuestros actos, haciendo depender la suya de la ajena de manera perversa que, aunque sea inconsciente, contiene el germen de la más intolerante dependencia y la nefasta necesidad de culpabilización externa de todo lo que, con frecuencia, nace y anida en el propio interior.

Así nos encontramos frente a un arriesgado juego que reclama mucha atención, análisis y serena capacidad crítica. Frente a él, sólo hay una regla posible, la HONESTIDAD. La persecución constante de la impecabilidad en el propio comportamiento, alimentada por la ética y la estética. Parece fácil, pero hasta ese loable voluntarismo se torna difuso y confuso con frecuencia; porque, nos guste o no, la naturaleza humana contiene siempre la dualidad que retrató magistralmente el gran Robert Louis Stevenson en su terrorífica novela "EL EXTRAÑO CASO DEL DOCTOR JEKYLL Y MR. HYDE".

De no actuar así, estaremos siempre corriendo el riesgo ser percibidos como incoherentes, o algo peor, aunque seamos fieles a nuestra propia coherencia. Perderemos el derecho a lamentar el daño que podamos causar, a pesar de no haber germinado inicialmente en nuestra intencionalidad, porque, por mucho que lo neguemos, siempre podemos y debemos conocer el alcance de nuestros actos, de nuestras palabras o de nuestros silencios, así como la necesidad de coherencia entre ellos, según los patrones de quienes los reciben. Y lo sabemos.

La libertad, a secas, no es excusa ni justificación y nos pasa factura cuando se ejerce sin tener en consideración las consecuencias derivadas. Ello nos hace cómplices de la respuesta ajena y partícipes de las emociones generadas. Siempre. Y lo sabemos.

Desde el libre albedrío creamos nuestra realidad, tanto más fértil y feliz si no olvidamos la conciencia de que también afectamos la de los demás, a los que debemos respetar a pesar de que podamos no hacerlo con sus propias y enquistadas convicciones que rigen las pautas de su conducta y los juicios sobre las ajenas.

Es por ello que el acto, supuestamente altruista, de DAR puede ser el más egoísta, al convertirnos en únicos receptores de la satisfacción autocomplaciente de realizarlo. Porque no nos planteamos la realidad de que no querremos o podremos responder a las expectativas provocadas en quien recibe lo que damos o lo que le aceptamos recibir. Y lo sabemos.

Seamos honestos. ¿Estamos sinceramente convencidos de que "el problema está en el otro" porque no es capaz de entender el alcance y límites de los sentimientos desde los que damos o aceptamos complacientemente? Tampoco es de recibo la autocompasión del recurrente y victimista "el problema soy yo", cuando se reitera una y otra vez.

La libertad responsable es el mejor de los caminos para el AMOR, sin duda. Pero con la conciencia de que el amor no es sólo dar y recibir felicidad, sino también y complementariamente, está en evitar y no causar dolor.

Dar amor y aceptarlo del otro, para después retirarlo unilateralmente, dejando vacío y frustración, no es un acto de libertad, es un gesto egoísta que falta al respeto hacia uno mismo y el que se debe al prójimo, tanto más cuanto más próximo.

La batalla no es con otros. Nuestra defensa no está en no compartir sus reacciones ni en ser crítico con ellas. El territorio de combate está dentro de cada cual y en esa intimidad interior hay que librar la lucha, sin ceder al placer inmediato del señuelo de los propios deseos ni de los falsos y dañinos éxitos o triunfos externos que pueden alejarnos de nosotros mismos en el reflejo que proyectamos, ni abandonar el camino por los miedos heredados del pasado indeseable o por el temor a perturbar la enquistada "zona de confort". Y lo sabemos.

No es una guerra breve ni fácil. Es una pelea que se libra día a día, con avances y retrocesos, por supuesto. Aunque, por mi parte, pretendo, espero y deseo no rendirme nunca, aprendiendo agradecido de cada uno de mis errores y esperando ser perdonado por sus consecuencias indeseadas.

Salud y paz.

FRM [02/04/2016]

lunes, 8 de febrero de 2016

Reaprender































Alguno de los maestros que he tenido la fortuna de encontrar en mis "viajes a Ítaca" (en el sentido que le diera Kavafis), me enseñó que el aprendizaje que conduce a forjar los hábitos de conducta, consta de cuatro fases perfectamente definidas y diferenciadas que se ejemplifican con toda claridad en el proceso de aprender a conducir un automóvil.

1. Desconocimiento inconsciente: Cuando el individuo no sabe que no sabe. Un niño pequeño no es consciente de que no sabe cómo se conduce un coche.

2. Desconocimiento consciente: Cuando el individuo comprende que no sabe algo. Al crecer, en el niño se produce la toma de conciencia de que no sabe cómo se conduce el vehículo.

3. Conocimiento consciente: Cuando se requiere aplicar la conciencia al conocimiento que se aprende. Esa fase en que los que conducimos hemos pasado al comienzo de hacerlo, y que requiere de toda nuestra atención consciente para hacer lo que se debe hacer en cada momento, tanto con los mandos y señales como ante los sucesos externos a nuestro automóvil.

4. Conocimiento inconsciente: Cuando el aprendizaje adquirido se integra por la práctica en nuestro subconsciente y se convierte en hábito de conducta, sin precisar de la atención permanente. Es la etapa en que el conductor ha automatizado los gestos, el manejo, y la percepción y respuestas de la información, para actuar de forma inconsciente ante los eventos y requerimientos de la circulación conduciendo el coche.

Pues bien, es obvio que todos somos herederos de la educación recibida y de las normas de conducta que se nos inculcaron para conducirnos en la vida. Ello, nos guste o no, ha configurado inexorablemente nuestros hábitos de conducta y las respuestas inconscientes ante cada una de las situaciones a las que nos vemos enfrentados o inmersos.

Muchos se sienten cómodamente instalados en esa "zona de confort" que constituye el cumplimiento de las normas preestablecidas y la exigencia, tácita o expresa, de que los demás actúen igual. Otros, algunos entre los que me cuento, recorremos el camino cuestionando muchas de esas creencias y pautas de conducta heredadas, inducidas o provocadas por la educación recibida y diferentes vivencias.

Se siente entonces la necesidad de sustituir ciertos patrones por otros nuevos potencialmente más satisfactorios. Estamos frente a la necesidad imperiosa de reaprender.

No es fácil, porque nada ni nadie nos ha enseñado a ello. Es un proceso solitario y lleno de escollos. Pero, sin duda, imprescindible si se ha llegado a ese punto de invalidación de lo aprendido.

Se trata, nada menos que de modificar hábitos de conducta profundamente arraigados e inoculados con el virus del miedo al cambio. El terror innato al salto al vacío, de enfrentarse a la tribu. ¿Cómo actuar en esa situación?

El paso previo es comprender e interiorizar que los errores, culpas y juicios del pasado, no son otra cosa que experiencias acumuladas. Aprendizajes en sí mismos...

A partir de ese punto, convertidas esas experiencias en el mejor equipaje para el nuevo camino, se trata de volver a la fase segunda del proceso inicialmente descrito y, desde la humildad del aprendiz que es consciente de que no sabe, recorrer con firmeza y el mayor acierto posible la ruta marcada por las fases tres y cuatro. Con paciencia y constancia, sin desánimo. Aceptando que, al igual que cuando aprendíamos a conducir un coche, hacerlo resulta difícil y a veces llega a parecer imposible. Convencidos de que se pueden llegar a interiorizar y adquirir nuevos hábitos de conducta diferentes y más satisfactorios.

Es un proceso extremadamente sanador y gratificante en el que, como en el solitario caminar del peregrino, no importa tanto la meta del final del camino, como la forma en que se recorre y la firmeza de cada paso, por mucho que cueste darlos.

No es preciso convertirse en campeón de Fórmula I; pretenderlo podría ser frustrante e inhibitorio. Basta con reaprender a conducir con seguridad, para no tener accidentes ni provocarlos a los demás.

FRM [08/02/2014]