El silencio del peregrino solitario es la mejor compañía para la ruta del aprendizaje, la observación, la reflexión y el desarrollo de la creatividad. En este rincón del nómada se irán depositando pensamientos, reflexiones, relatos, poemas, fotografías, dibujos, pinturas... y cualquier otra forma de expresión creativa de su autor que, con esta iniciativa, dejan de ser un acto íntimo y privado para convertirse en público y amistosamente compartido.
lunes, 8 de febrero de 2016
Reaprender
Alguno de los maestros que he tenido la fortuna de encontrar en mis "viajes a Ítaca" (en el sentido que le diera Kavafis), me enseñó que el aprendizaje que conduce a forjar los hábitos de conducta, consta de cuatro fases perfectamente definidas y diferenciadas que se ejemplifican con toda claridad en el proceso de aprender a conducir un automóvil.
1. Desconocimiento inconsciente: Cuando el individuo no sabe que no sabe. Un niño pequeño no es consciente de que no sabe cómo se conduce un coche.
2. Desconocimiento consciente: Cuando el individuo comprende que no sabe algo. Al crecer, en el niño se produce la toma de conciencia de que no sabe cómo se conduce el vehículo.
3. Conocimiento consciente: Cuando se requiere aplicar la conciencia al conocimiento que se aprende. Esa fase en que los que conducimos hemos pasado al comienzo de hacerlo, y que requiere de toda nuestra atención consciente para hacer lo que se debe hacer en cada momento, tanto con los mandos y señales como ante los sucesos externos a nuestro automóvil.
4. Conocimiento inconsciente: Cuando el aprendizaje adquirido se integra por la práctica en nuestro subconsciente y se convierte en hábito de conducta, sin precisar de la atención permanente. Es la etapa en que el conductor ha automatizado los gestos, el manejo, y la percepción y respuestas de la información, para actuar de forma inconsciente ante los eventos y requerimientos de la circulación conduciendo el coche.
Pues bien, es obvio que todos somos herederos de la educación recibida y de las normas de conducta que se nos inculcaron para conducirnos en la vida. Ello, nos guste o no, ha configurado inexorablemente nuestros hábitos de conducta y las respuestas inconscientes ante cada una de las situaciones a las que nos vemos enfrentados o inmersos.
Muchos se sienten cómodamente instalados en esa "zona de confort" que constituye el cumplimiento de las normas preestablecidas y la exigencia, tácita o expresa, de que los demás actúen igual. Otros, algunos entre los que me cuento, recorremos el camino cuestionando muchas de esas creencias y pautas de conducta heredadas, inducidas o provocadas por la educación recibida y diferentes vivencias.
Se siente entonces la necesidad de sustituir ciertos patrones por otros nuevos potencialmente más satisfactorios. Estamos frente a la necesidad imperiosa de reaprender.
No es fácil, porque nada ni nadie nos ha enseñado a ello. Es un proceso solitario y lleno de escollos. Pero, sin duda, imprescindible si se ha llegado a ese punto de invalidación de lo aprendido.
Se trata, nada menos que de modificar hábitos de conducta profundamente arraigados e inoculados con el virus del miedo al cambio. El terror innato al salto al vacío, de enfrentarse a la tribu. ¿Cómo actuar en esa situación?
El paso previo es comprender e interiorizar que los errores, culpas y juicios del pasado, no son otra cosa que experiencias acumuladas. Aprendizajes en sí mismos...
A partir de ese punto, convertidas esas experiencias en el mejor equipaje para el nuevo camino, se trata de volver a la fase segunda del proceso inicialmente descrito y, desde la humildad del aprendiz que es consciente de que no sabe, recorrer con firmeza y el mayor acierto posible la ruta marcada por las fases tres y cuatro. Con paciencia y constancia, sin desánimo. Aceptando que, al igual que cuando aprendíamos a conducir un coche, hacerlo resulta difícil y a veces llega a parecer imposible. Convencidos de que se pueden llegar a interiorizar y adquirir nuevos hábitos de conducta diferentes y más satisfactorios.
Es un proceso extremadamente sanador y gratificante en el que, como en el solitario caminar del peregrino, no importa tanto la meta del final del camino, como la forma en que se recorre y la firmeza de cada paso, por mucho que cueste darlos.
No es preciso convertirse en campeón de Fórmula I; pretenderlo podría ser frustrante e inhibitorio. Basta con reaprender a conducir con seguridad, para no tener accidentes ni provocarlos a los demás.
FRM [08/02/2014]
Etiquetas:
Biografía de un nómada,
Ensayo,
Francisco R. Mayoral,
Pensamiento,
Reaprender
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Y después del reaprender, tan estupendamente expuesto por tí, se abre el camino de la sabiduría, en el que hay conocimientos que se dejan de conocer y otros que surgen nuevos.
ResponderEliminarGracias y saludos.
Así es, amigo. Y en ello andamos nómadas y trashumantes que intentamos ser independientes. Abrazos.
EliminarFrancisco, en ese viaje a Itaca me veo muy metido y reflejado. Desde bien pequeño. Yo creo que nos has dejado pautas para proseguirlo muy pensadas y certeras, nada cuestionables. El camino es aprendizaje. Saber reconocer la propia ignorancia, comenzar dudar de aquello que nos han impuesto como norma o verdad indiscutible e incuestionable, es indispensable. Es a partir de tener consciencia de nuestra ignorancia, que comenzamos a tener inquietud; por tanto, a querer aprender. Y lo hacemos conscientes de que nunca acabamos de lograrlo, porque nuestra viva es precisamente seguir de la mejor manera ese camino que no tiene detenimiento: nunca se deja de ser ignorantes, aún aprendiendo. Un abrazo.
ResponderEliminarUna vez más, coincidimos, Teo. Gracias por tu amistosa afinidad y por tus frecuentes visitas a este rincón. Abrazos.
Eliminar