El Rincón del Nómada

El Rincón del Nómada
La libre soledad del ermitaño es el terreno más fértil para que germine y florezca la creatividad. (Foto propia, 2014. Isleta del Moro, Almería)
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martes, 21 de febrero de 2017

Otra casualidad

El jarroncito de mi madre reaparecido

Quienes me conocen desde hace tiempo, saben que no creo en las casualidades. Entiendo que ese término responde a la necesidad del ser humano para definir conceptualmente todos los efectos sorprendentes cuyos orígenes causales ignora o escapan a su comprensión. Es una forma de inmediata sedación, de tranquilizadora analgesia racionalista, frente a la angustia ancestral ante lo desconocido e inexplicable.

Curiosamente, a mí siempre me han llamado poderosamente la atención ese tipo de coincidencias inesperadas, de las que está plagada la Historia y, por supuesto, son frecuentes en la vida cotidiana. Al menos en la mía, o puede que yo sea más consciente de ello por haber desarrollado una especie de alerta permanente.

Muchas han sido y serán las posibles explicaciones que se han pretendido dar, desde el punto de vista de las conocidas como "paraciencias" —tan denostadas por los criterios más racionalistas—. Sin embargo, tampoco han pasado por alto estos fenómenos algunos reputados científicos como Carl Gustav Jug o Wolfgang Ernst Pauli que, desde psicología, el uno y a través de la física, el otro, acuñaron y manejaron el concepto de las "sincronicidades" para algunos de los fenómenos que nos ocupan.

Sea como sea y por lo que quiera que sea, el hecho innegable es que todos nos hemos encontrado más de una vez frente a acontecimientos o sucesos que se presentan de forma incontrovertible e inexplicable, efectos con una hipotética causa original que se escapa a nuestra información y conocimientos y cuya existencia responde a una ínfima y muy remota probabilidad estadística, en términos de la lógica matemática.

Y lo expuesto obedece a que hace muy poco he vivido la más reciente y una de las más emocionantes de esas "casualidades".

Por muchas razones que nos apartarían del tema principal, estoy sumido en la ardua tarea de reducir de forma drástica el volumen de enseres, objetos, recuerdos y documentos que he venido acumulando a lo largo de mi nómada existencia, en la que, salvo accidentes lamentables, casi nunca me he desprendido de nada, algo que ahora carece de sentido, exceptuando argumentos de románticas nostalgias y dudosas utilidades potenciales insostenibles al día de hoy.

En tan ardua tarea, he recibido varias ayudas de otras manos menos apegadas y mentes más lúcidas que la mía, fruto de lo que mi hija mayor desempaquetó hace muy poco un pequeño jarrón, de poco más de 8 cm de altura, que yo creía perdido hace tiempo, pues era parte de un juego de porcelana de tres piezas del que sólo ésta ha sobrevivido durante más de un siglo. Me hizo una enorme ilusión, pues se trata de un recuerdo de mi niñez con orígenes que proceden de mis abuelos, creo que paternos, y que mi madre tenía en gran estima. Lo limpié y guardé con gran cariño, mientras una sonrisa viajera me llevaba a mi hogar de infancia de cuya modesta decoración siempre formó parte.

Hasta aquí, no pasaría de ser una anécdota más de mi proceso de arqueología personal, excavando en los sarcófagos de cartón de las cajas de embalaje que aún quedan por abrir.

Sin embargo, lo curioso es que mientras mi hija se dedicaba a desembalar objetos, yo me he estado concentrando en revisar y hacer limpieza de papeles de todo tipo en la zona híbrida del taller/estudio/despacho. Como consecuencia de ello, me tropecé poco después con algunas carpetas y sobres conteniendo dibujos de diferentes épocas de mi infancia que mi madre había recopilado y atesorado mientras vivió. Como es lógico, faltan muchos de los que hice en aquellos años, pero los que se conservan y ahora disfruto son un verdadero filón de recuerdos entrañables.

Dibujo citado
Entre los dibujos encontrados hay tres fechados en 1960 y uno de ellos en el 14 de mayo de ese año, lo que me hace sospechar que fue un regalo retrasado para mi madre, cuyo cumpleaños era tres días antes, y en un tiempo en el que me faltaban algo más de dos meses para cumplir mis 13 años.

Lo curioso, lo inexplicable, lo "casual", es que ese pequeño dibujo, torpemente coloreado con gouache, es... ¡una copia del jarroncito previamente hallado por mi hija, dos o tres días antes!

Dos supervivencias insólitas en mis circunstancias y que reaparecen en mi presente casi simultáneamente, después de más de veinte años de estar embalados, olvidados, y haber sobrevivido a toda suerte de circunstancias y traslados...

¿Casualidad?

FRM [21/02/2017]

Nota final: Exactamente en el momento en que estoy terminando de escribir y editar esta entrada, recibo la confirmación de que acabo de recuperar otros simbólicamente valiosos recuerdos de mis padres que hace meses que esperaba pacientemente... Otra feliz casualidad.

miércoles, 23 de septiembre de 2015

El Papa bueno

Retrato de Juan XXIII, grafito sobre papel, 1964

Corría el mes de mayo del año 1964 y yo, más niño que adolescente, sentía una especial admiración y respeto por la popular figura del que fue llamado en su día "el Papa bueno", Juan XXIII.

Armado de mi lápiz que afilé con cariño y dedicación, tomé un papel cualquiera que el tiempo implacable ha arrugado, y le rendí este humilde homenaje que hoy comparto con los amigos que visitan este rincón.

FRM [15/05/2015]

domingo, 4 de enero de 2015

Me siento delfín

Dibujo infantil de mi hija Laia en felicitación del "Día del Padre"

Entre mis amigos y conocidos, en más de una ocasión he mencionado que mi animal totémico es el delfín. Una identificación con profundas raíces en mi vida.

Era yo muy joven cuando empecé a admirar y respetar profundamente a este ser, cuya inteligencia y capacidades de todo orden apenas se han empezado a descubrir, aunque han podido atisbarse con asombro. Mi pasión por los delfines y el sentimiento de vínculo profundo con ellos, comenzó mucho antes de que naciese mi hija pequeña que, por cierto, el mes pasado cumplió ya treinta y un añitos. O sea, hace una eternidad.

No tengo la menor conciencia de haber mencionado nunca a mi hija, cuando era pequeña, ese sentimiento profundo albergado por mí hacia los delfines. Siempre compartimos el más amplio amor por toda clase de animales, particularmente por los dos perros que fueron como sus hermanos de infancia.

Sin embargo, hace más de veinte años, con motivo del Día del Padre, en su colegio propusieron que cada alumno dibujase una tarjeta de felicitación con el animal que, según el criterio de cada uno, fuese su papá, en el caso de haberlo sido. Mi hija fue la única de su clase que dibujó un delfín, para sorpresa del profesor promotor de la idea... Y, aún hoy, me pregunto cómo detectó ella esa mágica conexión.

Deshaciendo paquetes y cajas de documentos, me he tropezado con aquella tarjeta que, mi siempre "pequeña" Laia me dedicó en su día:

"Dadi:
Is you were an animal you would be a Dolphin.
Love Laia"


Vale, seré un poco tontorrón, pero me he emocionado.

Y ahora, años después, me pregunto si podrá existir alguna conexión mitológica con las impregnaciones proféticas de Delfos (delfín), depositadas por Apolo en el templo de la Pitonisa.

(Ilustración original de Laia Rodríguez San Juan)

FRM [04/01/2015]

lunes, 29 de diciembre de 2014

El mayoral

"El mayoral". Dibujo a tinta china, 1960

Instalado en un presente renovador que se convierte en el futuro inevitable de sucesivos presentes inmediatos, me encuentro deshilvanando las costuras del forro de mi pasado y, entre sus más recónditos pliegues, descubro este precoz homenaje al apellido de mi madre, realizado cuando sólo llevaba poco más de doce años siendo identificado por él.

El mayoral, éste con minúscula, caballero de la dehesa, vigila atento al noble bravo que le observa, mientras el joven becerro alivia su sed.

FRM [17/04/2014]

domingo, 28 de septiembre de 2014

Viaje al pasado

Gracias al romanticismo materno, he reencontrado y conservo mi primer dibujo fechado. Es del remoto 19 de febrero de 1953.

Se lo hice y regalé a mi padre en agradecimiento por la caja de lápices de colores que él, a su vez, me había regalado previamente. En ella, aparecía impreso el motivo del perrito fumador que copié para él. Desde entonces, siempre estuvo en su cartera impregnado de emoción y orgullo paterno, hasta que, a partir de su fallecimiento, lo conservó mi madre para devolvérmelo.

Yo tenía entonces cinco tiernos años y hoy lo traigo y comparto aquí por lo que tiene de entrañable y emotivo para mi memoria, confiando en que se comprenda y me sea disculpado el arrebato de filial romanticismo nostálgico.

FRM [28/09/2014]


"El perrito de la pipa", lápices de colores, 19 febrero 1953