El jarroncito de mi madre reaparecido |
Quienes me conocen desde hace tiempo, saben que no creo en las casualidades. Entiendo que ese término responde a la necesidad del ser humano para definir conceptualmente todos los efectos sorprendentes cuyos orígenes causales ignora o escapan a su comprensión. Es una forma de inmediata sedación, de tranquilizadora analgesia racionalista, frente a la angustia ancestral ante lo desconocido e inexplicable.
Curiosamente, a mí siempre me han llamado poderosamente la atención ese tipo de coincidencias inesperadas, de las que está plagada la Historia y, por supuesto, son frecuentes en la vida cotidiana. Al menos en la mía, o puede que yo sea más consciente de ello por haber desarrollado una especie de alerta permanente.
Muchas han sido y serán las posibles explicaciones que se han pretendido dar, desde el punto de vista de las conocidas como "paraciencias" —tan denostadas por los criterios más racionalistas—. Sin embargo, tampoco han pasado por alto estos fenómenos algunos reputados científicos como Carl Gustav Jug o Wolfgang Ernst Pauli que, desde psicología, el uno y a través de la física, el otro, acuñaron y manejaron el concepto de las "sincronicidades" para algunos de los fenómenos que nos ocupan.
Sea como sea y por lo que quiera que sea, el hecho innegable es que todos nos hemos encontrado más de una vez frente a acontecimientos o sucesos que se presentan de forma incontrovertible e inexplicable, efectos con una hipotética causa original que se escapa a nuestra información y conocimientos y cuya existencia responde a una ínfima y muy remota probabilidad estadística, en términos de la lógica matemática.
Y lo expuesto obedece a que hace muy poco he vivido la más reciente y una de las más emocionantes de esas "casualidades".
Por muchas razones que nos apartarían del tema principal, estoy sumido en la ardua tarea de reducir de forma drástica el volumen de enseres, objetos, recuerdos y documentos que he venido acumulando a lo largo de mi nómada existencia, en la que, salvo accidentes lamentables, casi nunca me he desprendido de nada, algo que ahora carece de sentido, exceptuando argumentos de románticas nostalgias y dudosas utilidades potenciales insostenibles al día de hoy.
En tan ardua tarea, he recibido varias ayudas de otras manos menos apegadas y mentes más lúcidas que la mía, fruto de lo que mi hija mayor desempaquetó hace muy poco un pequeño jarrón, de poco más de 8 cm de altura, que yo creía perdido hace tiempo, pues era parte de un juego de porcelana de tres piezas del que sólo ésta ha sobrevivido durante más de un siglo. Me hizo una enorme ilusión, pues se trata de un recuerdo de mi niñez con orígenes que proceden de mis abuelos, creo que paternos, y que mi madre tenía en gran estima. Lo limpié y guardé con gran cariño, mientras una sonrisa viajera me llevaba a mi hogar de infancia de cuya modesta decoración siempre formó parte.
Hasta aquí, no pasaría de ser una anécdota más de mi proceso de arqueología personal, excavando en los sarcófagos de cartón de las cajas de embalaje que aún quedan por abrir.
Sin embargo, lo curioso es que mientras mi hija se dedicaba a desembalar objetos, yo me he estado concentrando en revisar y hacer limpieza de papeles de todo tipo en la zona híbrida del taller/estudio/despacho. Como consecuencia de ello, me tropecé poco después con algunas carpetas y sobres conteniendo dibujos de diferentes épocas de mi infancia que mi madre había recopilado y atesorado mientras vivió. Como es lógico, faltan muchos de los que hice en aquellos años, pero los que se conservan y ahora disfruto son un verdadero filón de recuerdos entrañables.
Dibujo citado |
Lo curioso, lo inexplicable, lo "casual", es que ese pequeño dibujo, torpemente coloreado con gouache, es... ¡una copia del jarroncito previamente hallado por mi hija, dos o tres días antes!
Dos supervivencias insólitas en mis circunstancias y que reaparecen en mi presente casi simultáneamente, después de más de veinte años de estar embalados, olvidados, y haber sobrevivido a toda suerte de circunstancias y traslados...
¿Casualidad?
FRM [21/02/2017]
Nota final: Exactamente en el momento en que estoy terminando de escribir y editar esta entrada, recibo la confirmación de que acabo de recuperar otros simbólicamente valiosos recuerdos de mis padres que hace meses que esperaba pacientemente... Otra feliz casualidad.
Riman, y haces rimar, casualidad y felicidad. Y es algo que, aunque tu exposición está perfecta y racionalmente desarrollada, deja un misterioso poso en el lector precisamente de eso mismo, de felicidad, de una felicidad muy apegada a lo real. Un placer.
ResponderEliminarGracias y saludos de Alfonso.
Apreciado Alfonso, dices bien en cuanto a esa rima accidental de la que no he sido consciente hasta leer tu comentario. Porque es cierto que ese poso inconsciente se encuentra en mí, aunque algunas de las "casualidades" que he vivido han podido parecer adversidades en un principio; sin embargo, de una forma u otra, al final siempre han sido presagio de esa paz en la que anida la felicidad.
EliminarEl placer y la gratitud son mías por tu presencia en este rincón. Abrazos, amigo.
Me encanta! Precioso el jarroncito de tu madre, aunque me temo que ha habido un error en tu descripción del tamaño, ya que 8 cms es muy pequeñito, casi como las figuritas sorpresa del roscón de Reyes, y veo que en tu dibujo el jarrón debe tener unos 18 cms. Ya me dirás...
ResponderEliminarTal y como relatas, yo también he sido testigo de primera mano a lo largo de mi vida de muchas "casualidades", así, entre comillas, como las llamábamos en Control Mental... ¿te acuerdas? Cuando ocurren, siempre te producen un subidón muy agradable!! Espero que te encuentres muchas más "casualidades" en tu vida.
No hay tal error, Elena. El jarroncito es así de pequeño, uno o dos milímetros más que esos 8 cm bien medidos,lo que lo convierte en gigantesco como figura sorpresa de un roscón de Reyes que no suelen tener más de 2 ó 3 cm de tamaño.
EliminarClaro que recuerdo tu época de Control Mental... ¿Cómo olvidar el día en que me hicísteis "levitar" en la sala de juntas, tú y nuestras compañeras con las que compartías aquellas apasionantes actividades? Y, es cierto lo del "subidón" que mencionas... Seguro que me encontraré muchas más... o ellas me encontrarán a mí.
Muchos besos con mis mejores deseos para tu madre.
Una vez más me produce una soportable y benigna envidia tu acaparamiento de tesoros pasados. Felicidades por conservarlos.
ResponderEliminarMe alegra mucho que, al menos, sea benigna y soportable... ¡Jajajaja...!
EliminarLo que sí es cierto es que me producen mucha alegría este tipo de reencuentros inesperados, con casualidad o sin ella.
Abrazos y gracias.
El jarroncito que pintaste es una divinidad, una verdadera delicia, casi no puedo imaginármelo, deberías ser muy pequeño. La cosa es que posee un encanto de jovencito, pero también una precisión de buen pintor adulto. En cuanto a las casualidades... A veces la vida te sorprende con ellas. Lo bueno es que sean de este tipo, de las que llegan al alma.
ResponderEliminarGracias por compartir todas estas sensaciones, tan ricas y hondas para ti con toda seguridad. Emociona.
Fuerte abrazo.
Sospechas bien, Teo. Tenía poco más de 12 años cuando pinté ese jarroncito para mi madre, como creo que menciono en el relato. La verdad es que no creo que lo que llamamos casualidades sean sólo meras coincidencias azarosas, aunque no identifiquemos o desconozcamos la causa de tales efectos sorprendentes. Gracias a ti, amigo. Abrazos.
EliminarLo importante es que recuperaste dos tesoros de tu historia familiar y eso no es poco, con ello vienen los recuerdos y además las preguntas ¿casualidad o causalidad? Yo creo que las cosas pasan cuando deben pasar, por algo será. Me ha parecido hermoso el escrito y la obra para ser de un niño pequeño es precioso. Besitos
ResponderEliminarFue un doble hallazgo muy gratificante... Fuese por lo que fuese. Gracias, Karyn. Besos.
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