El local de aquel cine de barrio, impregnado del inconfundible y penetrante olor a ozonopino, se encontraba en los bajos de un edificio que actualmente se ha convertido en colmena de apartamentos. Pero en mi niñez era un paraíso de aventuras e imaginación desbocada; enclavado en la calle Divino Pastor, paralela a la de Manuela Malasaña y simétricamente equidistante de mi domicilio paterno en la perpendicular calle Monteleón.
De aquel mágico lugar guardo dos recuerdos inolvidables: Por supuesto, las películas que más me impresionaron, como "Flecha rota", "Tambores lejanos", "El secreto de los Incas", "Sansón y Dalila", "20.000 leguas de viaje submarino", "El monstruo de tiempos remotos"... y, más tarde, "El cebo", "El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde"... y tantas otras, entre las que destaca vívidamente "Quo Vadis?". Pero tales recuerdos imperecederos, se hermanan con el de una costumbre habitual que adquirí cuando no tenía más de 7 u 8 años, consistente en hacer una reinterpretación dibujada, al llegar de vuelta a casa, de las escenas o secuencias que más me habían gustado y retenía en la memoria con absoluta fidelidad.
Con el paso del tiempo, la mayoría de aquellas "crónicas ilustradas" se han perdido, por lo que al día de hoy, solo tengo constancia de conservar una de ellas, perteneciente a "Quo Vadis?". Ésta plasma con torpe trazo infantil el dramático momento en que el forzudo Ursus, el fiel esclavo liberto de la princesa Ligia se apresta a recibir al toro que puede matar a la dama cristiana atada a un poste en la arena del circo romano, antes de que llegue a salvarla el amado centurión cristianizado Marco Vinicio. En las gradas abarrotadas se hará el mayor silencio ante la desigual lucha, mientras en el palco imperial, Nerón disfruta del espectáculo, acompañado de su tortuosa esposa Popea y protegido por el fiel pretoriano Tigelino que le guarda la espalda, mientras el apóstol Simón Pedro, regresado a Roma, clama a los cielos en oración... Y empeño mi palabra en garantizar que no he consultado los nombres que se me quedaron, desde entonces, tan grabados en la memoria como la secuencia dibujada en aquellos tiempos.
No recuerdo nada o casi nada de lo que hice la semana pasada, pero hay cosas de mi niñez que nunca olvidaré.
FRM [10/02/2017]
Dibujo de mi niñez, mencionado en el texto, hecho alrededor de 1954 ó 1955. |
Es cierto que al mismo tiempo que nos hacemos mayores,nuestra memoria se vuelve un poco caprichosa. Como tú bien dice, recordamos cosas de nuestra infancia, y a veces no recordamos cosas de hace un rato.
ResponderEliminarLo de la memoria, pienso yo, tendrá una explicación antropológica,quizás.Queremos regresar al pasado, porque el final lo tenemos cada vez más cerca.
De todas formas, Francisco, tú tienes una memoria retroactiva prodigiosa, has dado todo tipo de detalles. Además ya se vislumbraba lo buen dibujante que ibas a ser.
Un saludo, Francisco.
Parece que lo de la memoria es un fenómeno normal y frecuente, lo que, en mi caso, puedo testimoniar como habitual.
EliminarGracias por tu generosa apreciación de aquellos torpes trazos infantiles. Abrazos.
Lo que nos impresionó en su momento, no se olvida nunca y así lo demuestras hoy después de tanto tiempo. Besos
ResponderEliminarCiertamente, Karyn. Tengo más frescos aquellos recuerdos que lo que comí ayer. Besos, amiga.
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