Relatos de Alfonso Blanco Martín |
Se ha dicho reiteradamente que lo que diferencia al ser humano del resto de los animales es la capacidad de comunicarse por medio de un lenguaje articulado y, más tarde, reglado y estructurado, aunque maltratado con frecuencia.
Podrían añadirse algunas diferencias más —no siempre favorables a los bípedos pensantes—, pero eso me llevaría por derroteros que no deseo seguir en esta ocasión. Volviendo al lenguaje, parece evidente que la facultad para la expresión verbal, sea oral o escrita, es una capacidad de la racionalidad de la que se supone carentes a las bestias.
En consecuencia, disponemos de una herramienta de la razón que la mente humana maneja para tratar de expresarse en los procesos de pensamiento y comunicación con sus aparentes y supuestos semejantes.
Y, sentada esa premisa, me planteo la enorme dificultad de cómo usar una herramienta racional para satisfacer la necesidad o el deseo de transmitir sentimientos... Siendo éstos fruto de la emoción, tan ajena y, por lo general, tan distante de la razón.
La salida a ese callejón parece estar solo al alcance de los poetas, tanto cuando se expresan en prosa como cuando lo hacen en verso. Ellos tienen la clave que resuelve ese aparente oxímoron de plasmar con la razón sus emociones o de provocar las de sus lectores. Aunque puede que también sea un patrimonio de los dioses. De esos mismos dioses que pasean impasibles por las miserias y pasiones de los humanos al recorrer casas, calles, plazas y rincones de París.
Así, la mirada de los dioses se convierte en la más pura abstracción del lenguaje verbal, aunque el hábil narrador se sirva de esa herramienta con un depurado y personalísimo estilo. Mirada que resulta tan discursiva como la que se dedican recíprocamente dos enamorados, sin necesidad de articular ni una sola sílaba... Los labios quedan para otras cosas, también cargadas de palabras sin pronunciar.
Es algo similar a ese proceso de abstracción de la racionalidad verbal en lo emocional que tan fácilmente reconocemos y experimentamos en la música y la pintura... así como en los acariciantes silencios que se sienten como besos.
Y eso, exactamente eso, es lo que he podido experimentar leyendo con especial deleite los relatos de "Los dioses en París"; un libro indefinible de Alfonso Blanco Martín que me ha sorprendido a pesar de que no me ha resultado inesperado, conociendo un poco al padre de la criatura y su especial sensibilidad, así como su inteligente talento en el cuidadoso manejo de las letras.
Amor, desamor, humor, comedia, drama, tragedia, vida, muerte... todo lo que nos atañe y afecta está presente en este paseo parisino. Fluye suavemente, con la mayor naturalidad hasta en lo insólito, con curiosas concatenaciones que conectan a algunos personajes de ciertos relatos con los de otros, sorprendiendo pero no extrañando. Porque todo y nada extraña en este libro que acaba siendo nuestro propio paseo con esos dioses que abandonan el Olimpo para contemplarnos y hacer que nos contemplemos.
"Los dioses en París" es un libro diferente, cautivador y, para mí, difícilmente clasificable. Historia de historias repletas de interesantísimos personajes con nítidos y apasionantes perfiles que nos involucran en su trayectoria vital creada por la impresionante y sutil imaginación de Alfonso Blanco.
Un libro que dice mucho en silencio, con aromas y resonancias que. a veces, se me antojan evocadores de los grandes... Borges, Cortázar... Porque está repleto de emociones, las que contiene y las que hace sentir en su rico imaginario.
Un libro para ser leído y, sobre todo, sentido. Por eso no soy capaz de expresar esas emociones con la racionalidad de mis limitadas palabras. Porque me siento como dice el autor de uno de sus personajes (pág. 107): «...había recuperado una vieja y pura curiosidad [...] hacia el ansia de una sensación, de un conocimiento que no se transmite con la palabra, que exige la experiencia.»
Al fin y al cabo... no soy poeta. Alfonso Blanco Martín, sí. Él tiene el don de poner verbo a la emoción; deseo que disfrutes "Los dioses en París" tanto como yo.
FRM [17/02/2017]
¡Magnifico Francisco! Eres muy bueno en todo lo que haces.
ResponderEliminarOjalá llegue a ser un poco bueno en todo lo que no hago, querida amiga. Besos agradecidos, Dolores.
EliminarTengo necesariamente que comentarte también aquí porque tengo que volver a agradecerte profundamente tu lectura, tus palabras, tu valoración y todo este movimiento en torno a mi libro que has provocado. Y, por supuesto, lo auténticamente importante es el poder encontrarme con un amigo lector que da vida a lo que propongo y hace que todo fluya con la naturalidad de la buena vida.
ResponderEliminarUn abrazo, amigo.
No tienes nada que agradecerme, Alfonso. Todo lo contrario. Lo expresado, o mejor lo que he intentado expresar, es fruto de lo que tú me has hecho sentir con ese libro lleno de sensaciones para el lector, lo que sí es de agradecer.
EliminarGracias, a ti, en consecuencia y que la amistad siga fluyendo con la intensidad de la imaginación y bajo la mirada de los dioses... en París y en todo lugar.
Abrazos, escritor.
Fui uno de los primero en tener el libro entre mis manos, prácticamente recién salido de imprenta. Además me permitió conocer en persona a nuestro querido amigo. Imagina lo que luego significó leerle el libro... Que me emocionó. Gracias por esta merecida buena reseña que haces de un libro excepcional y único, Francisco Rodríguez Mayoral. MI abrazo a los dos y que despliegue alas o páginas y vuelen alto esos dioses en París. Lo merece.
ResponderEliminarTeo
Una vez leído solo puedo suscribir tus palabras y elevar el mismo deseo, amigo Teo. Realmente se merece una gran difusión.
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