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Mirada metafórica al final de la jornada. Mecido por la marea del Cantábrico |
Desde que Bauman lo usó como conocido eufemismo, "lo líquido" ha adoptado una cierta comprensión peyorativa para muchos. Lo entiendo y debe respetarse. Sin embargo, personalmente reivindico mi intento de identificación con el agua... Y no por la famosa frase de Bruce Lee popularizada por la publicidad televisiva: "Be water my friend". No, lo mío viene de mucho antes, de muy lejos en el espacio y en el tiempo...
Hubo un tiempo en que fui rígido, firme e inflexible. Exigiendo con intolerancia que todo y todos fuesen como yo entendía que tenían que ser; bajo la coartada inmadura de que no pedía nada que no estuviese dispuesto a hacer yo mismo. Me equivocaba. Lo aprendí antes de romperme... o casi, pero sin poder evitar que otros se rompiesen por ello.
Hoy y desde que tomé conciencia de ello, soy agua. O debería decir que lo intento y me esfuerzo en conseguirlo.
Porque el agua es vida, acaricia y alimenta a la rosa y no es desgarrada por sus espinas. Fluye continua y vivificante. Sigue sus cauces, se amolda, o abre paciente otros nuevos al discurrir con constancia. Salva obstáculos y, en ocasiones, los arrastra, erosiona o desborda, pero nunca se detiene. Capaz de estar presente en varios estados; líquida y viva; gaseosa en vaporosa compañía que envuelve, empapa y humedece; condensada en nubes que hacen soñar con diferentes formas; cubriente hasta derretirse, como blanca, bella, amorosa y blanda nieve; y sólida y resistente como el hielo ante las bajas temperaturas, como un iceberg indiferente que solo muestra un poco de su gélido volumen total...
Así soy. O así intento ser, hasta que mi vapor se disperse en el cielo infinito para llover en algún acogedor océano y me acerque a sus orillas, como una ola que lama las arenas suavemente, sobre relajantes mareas, entre susurros mimosos y acariciantes... Ajeno a las tempestades de otros.
FRM [18/02/2018]