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Portada de la primera edición de la novela comentada |
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Diego Armario, el autor |
Hay obras literarias cuyo hallazgo me reafirman en la convicción de que
leer es uno de los mayores placeres al alcance de mis posibilidades.
Éste ha sido el caso de la primera novela, que no primer libro, escrita por mi admirado amigo
Diego Armario López. Se trata de
"La muerte de un Señor de Quinta", cuya primera edición se produjo en enero de 2004, tras quedar finalista en el
premio Fernando Lara 2003. Esperemos que muy pronto vea la luz una merecida reedición.
Hace
ya varios días que terminé de devorarla con la avidez que me estimuló
su arranque violento y trepidante. Como le comenté al autor, es una
novela valiente y provocadora que
"engancha", porque empieza donde y como otras terminan. Prometí a
Diego
escribir mi opinión, y voy a tratar de enfrentarme al difícil reto de
hacerlo sin desvelar nada sustancial de la apasionante trama, conducida
con la habilidad de un cronista con muchas plumas gastadas en el
ejercicio de un excelente periodismo.
Debo confesar que, después de
"El club de las amantes impacientes",
ésta es tan sólo la segunda novela que leo del autor de ambas, al que sigo
hace mucho en su faceta periodística. Y nuevamente me ha sorprendido
el hábil manejo que hace de la psicología de los personajes. Con
precisión de cirujano perfila las almas de los protagonistas en una obra
coral en la que intervienen muchas y variadas personalidades, a cual
más compleja, lo que pone de manifiesto las enormes dotes que
Diego Armario
posee para calar en lo más hondo de las personas y extraer los
pigmentos con los que matiza sutilmente la gama cromática de las
diferencias importantes que subyacen en comportamientos aparentemente
similares.
No tiene gran importancia el lugar geográfico en el
que el autor sitúa la acción, la sociedad rural sudamericana, porque el
mensaje que transmite podría situarse en cualquier tiempo y espacio,
puesto que, como describe el primer párrafo del prólogo:
"En
cualquier lugar del mundo, por muy cercano o lejano que esté de donde
nosotros vivimos y aunque no lo sepamos, siempre hay un abusador impune".
Tremenda sentencia que, desgraciadamente, la realidad confirma una y otra vez, a pesar de hacerlo de variadas formas diferentes.
Pero
es que lo importante del fondo de la novela, radica en ese crudo
mensaje y en sus consecuencias. A la vez que pone de manifiesto la
inerme indefensión de los colectivos largamente sometidos a omnímodos
poderes incuestionables que terminan aceptando cualquier dictadura,
porque
"así son las cosas y su orden natural". Odian y se
avergüenzan de la represión y abusos que se les imponen, pero son
incapaces de actuar con libertad, cuando tienen la ocasión de hacerlo,
por el miedo de asumir responsabilidades individuales. Es más cómodo
mirar para otro lado y seguir sojuzgados. Un patético retrato en el que
los hombres salen muy mal parados... Porque, casi podría decirse que
estamos ante una obra con trasfondo de reivindicación feminista, en un
contexto caciquil donde el abuso sexual es la norma; el derecho de
pernada elevado a regla permanente en pleno siglo XX, con la aceptación
timorata y vergonzante de los hombres incapaces de rebelarse contra la
humillante costumbre.
Son las mujeres las que tienen un decidido y
marcado protagonismo en la escritura de la partitura sinfónica que se
interpreta en la novela, desde el brutal, cruel y salvaje principio
hasta el inesperado final. Una melodía que suena con el intenso y acre
sabor de la justa venganza, dejando pequeño al
Conde de Montecristo, paradigma de ese sentimiento en mi imaginario, desde que leí la gran obra de
Dumas.
Estamos
ante la historia de un pueblo, realmente toda una comarca, dominada por
el sistema feudal ancestral del poderío absoluto de los sucesivos
Señores de Quinta
que, cual monarquía instaurada y mantenida a sangre y fuego, van
heredando plena y abusiva posesión sobre las vidas y haciendas de sus
vasallos, como miserables y crueles dictadores consentidos y asumidos.
Desde esa posición de dominio absoluto, los
Señores de Quinta
ejercen toda clase de violaciones y violencias sobre la población, sin
que ésta se sienta capaz de hacer nada para modificar tan aberrante
estado de cosas. El poder del miedo a enfrentarse a un sistema que se
perpetúa por inercia gracias a ello.
Hasta que un buen día, las mujeres actúan por iniciativa propia y con refinada crueldad... El error del peor de los
Señores de Quinta, Nacho Murrieta, fue abusar de la mujer equivocada. Y lo pagó.
Aquí
me detengo, porque lo que sigue tiene su respuesta en el primer
capítulo y he prometido no desvelar nada que pueda privar de su propio
placer a otros lectores.
Sólo me gustaría añadir que la habilidad
e inteligencia del autor enriquece la obra con un final en el que
aporta las claves de los acontecimientos que conducen al nacimiento y
creación de un mito legendario, cuyo diseño y construcción es
imprescindible para conseguir los objetivos liberadores de la población
afectada. Una aportación interesantísima que remata mejor que bien una
novela que nada tiene que envidiar a alguna de
Mario Puzo en la que retrata la Sicilia profunda.
Finalizo
esta breve reseña con las tres citas que encabezan la portadilla de la
novela, porque su acertada elección resume mucho mejor que mis palabras,
el contenido e intención de la obra.
"Las personas son como la luna: Siempre tienen un lado oculto que no enseñan a nadie". (Mark Twain)
"En la venganza, el débil es siempre el más feroz". (Reugesem)
"Sólo temo a mis enemigos cuando empiezan a tener razón". (Jacinto Benavente)
Una vez más, gracias,
Diego Armario, por el buen rato que me has hecho pasar con este canto al precio de la libertad y los sueños realizables.
FRM [23/11/2015]