El Rincón del Nómada

El Rincón del Nómada
La libre soledad del ermitaño es el terreno más fértil para que germine y florezca la creatividad. (Foto propia, 2014. Isleta del Moro, Almería)
Mostrando entradas con la etiqueta Relato. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Relato. Mostrar todas las entradas

sábado, 31 de marzo de 2018

Escuchando crecer la barba

Mirada metafórica. "Pensando mucho y en paz hasta el sombrero cría canas".

Con todo mi respeto hacia cualquier creencia —menos las que imponen o amparan la violencia— y las tradiciones que generan, aunque no todos las veneran, hay algunas cosas que no he conseguido comprender ni siquiera durante toda una vida de curiosidad insaciable y búsqueda incansable.

Era yo muy pequeño cuando comencé a no entender la justificación de la cruel tortura representada en la imagen del Cristo crucificado que colgaba sobre el cabecero de la cama de mis padres.

¿Por qué demencial sinrazón se suponía que tan salvaje y cruento sacrificio estaba justificado para el perdón de un pecado original de la Humanidad, tan mal explicado como remoto y ajeno a los millones de seres que nunca pisaron el Paraíso Terrenal?

¿Por qué las enseñanzas religiosas que recibía decían condenar la idolatría, mientras nos inundaban en templos y hogares imágenes de Dios, Jesús, la Virgen y toda la pléyade de santos canonizados?

¿Cómo se relacionaban las atractivas imágenes de Adán, Eva, Caín y Abel de mi libro de Historia Sagrada, con las que aparecían impresas en otros textos de la Prehistoria, mostrando prehomínidos peludos en desaliñadas manadas migratorias?

Y, si los primeros padres sólo tuvieron a sus dos hijos mencionados en el Génesis, ¿cómo sobrevivió y se reprodujo el género humano?

Etc.

En aquellas lejanas fechas, nunca conseguí respuestas satisfactorias, sólo logré convertirme en un niño rarito, solitario y muy incómodo en la Catequesis eclesiástica que cada domingo pretendía complementar doctrinalmente las clases del cole.

Con frecuencia, mis preguntas terminaban con un tajante colofón: "¡Tienes que tener fe y creer aunque no lo entiendas!". Así crecí... Tristemente convencido de que Dios me había privado del imprescindible don de la fe que disfrutaban mis semejantes.

Más tarde y a lo largo de mi vida, no he dejado de buscar nuevas respuestas a las viejas preguntas ni de formularme nuevas preguntas sobre las viejas respuestas. Pero nada de lo que he ido encontrando, aprendiendo y entendiendo, ha dado satisfacción a lo que ya no es una pregunta, sino una inquietud cuya incomprensión sigue siendo un sentimiento constante y, a veces, muy entristecedor que no cesa de sorprenderme. Y abro un paréntesis para quienes consideran sinónimos los términos entender y comprender, para remitirles a la reflexión también aquí publicada, bajo el título "Para entendernos".

Me refiero a la que, a veces, he definido como "cultura del sufrimiento", en la que muchísimas personas se mantienen instaladas, de forma más o menos sincera o bajo las apariencias más hipócritas. Se trata de ese dogal que constriñe y ahoga libertades bajo la forma de "complejo de culpa" injertado en la maleducada conciencia colectiva. Ese arraigado temor que anida en el inconsciente humano para no atreverse a hacer lo "política, social o religiosamente incorrecto", aunque con ello y las represoras renuncias que implica, sufran, e incluso, hagan sufrir la mayor de las infelicidades.

Puedo entenderlo, como ejercicio intelectual; pero nunca comprenderé que alguien prefiera el refugio de su protectora "zona de confort", sacrificando hasta los mejores, inesperados e infrecuentes regalos que la vida nos hace, en afortunadas ocasiones que llaman al despertar. Digno de compasión, a falta de comprensión.

Definitivamente, he entendido y comprendido que los miedos y enroques inamovibles son el peor enemigo de la libre felicidad de los seres humanos y el arma más poderosa para controlarlos y manipularlos por el Poder que dicta y sanciona las leyes. Esa única y verdadera deidad en tres personas... La nada santísima trinidad: Política, Economía y Religión.

Y me temo que, a estas alturas, sólo me queda aceptarlo mientras escucho, en compasivo silencio, como crece mi barba en paz.

FRM [01/04/2018]

miércoles, 25 de enero de 2017

Sombras de maldad

Sombra de Nosferatu. Fotograma de la película.

Por fin he cumplido mi condena. Se ha abierto el cerrojo de la enrejada puerta que mantenía mi peligrosidad a buen recaudo, con la única luz de un limitado ventanuco suficiente para ir tomando notas de las reflexiones solitarias que hoy ya puedo compartir.

No es la primera vez que me he planteado íntimamente lo que hoy hago público y, en otras ocasiones he estado a punto de tomar la decisión que ha ido tomando sólida forma durante el período de descanso forzoso de los últimos siete días, simbólicamente bíblicos como génesis de una nueva etapa. Siete días de ostracismo que facebook me ha regalado en esta red, gracias a la constancia de quién o quiénes han venido denunciando sistemática y reiteradamente lo que he publicado desde septiembre u octubre del año pasado, en casual coincidencia de fechas con otros bloqueos, rechazos y desapegos.

Hacía mucho que no me ocurría, pero en esta reciente etapa me lo han denunciado TODO, incluso republicaciones de recuerdos que nunca tuvieron el menor problema en su primeras ediciones... Claro que, en años precedentes, no tenía pendiente de mí al misterioso "ángel de la guardia" de las reservas morales de Occidente, supervisando obsesivamente cada uno de mis movimientos.

Cualquier cosa que compartiese era, a juicio de la denuncia acusadora, una posible infracción de la Normativa Comunitaria. Si no incluía alguna imagen de desnudos, por artística que fuese, se me acusaba de publicar textos ofensivos de sexualidad explícita y, cuando no cabía ni lo uno ni lo otro, por pretenderse como supuesto "Spam" cualquier enlace a mi blog personal "El Rincón del Nómada". Y ello, no sólo en lo que he publicado en mi muro, sino también en todo lo que he venido compartiendo en varios de los grupos de los que soy miembro y participaba regularmente, llegando a originarse severas advertencias a algunos de sus administradores, como me han notificado en varias ocasiones y pueden testimoniar ellos mismos.

Debo admitir sin reservas que la tenacidad inmisericorde e inasequible al desaliento de mis denunciantes anónimos ha superado con creces el nivel de mi interés por la permanencia en esta red social tan poco sociable. "Fascibook", como acertadamente la ha definido la escritora Zoé Valdés, ha dejado de ser un ámbito confortable para mí. Ya no disfruto... No me lo permiten.

Nunca he buscado reconocimiento alguno, ni mucho menos admiración injustificada, ni siquiera cariño y comprensión, aunque de todo he recibido con creces y lo agradezco de verdad. Pero lo que siempre he esperado es algo tan elemental y parece que tan difícil de tener como es el respeto de cualquiera. Y la falta del más elemental respeto está implícita de forma estruendosa en lo que me ha venido ocurriendo y no tiene apariencia de parar.

La verdad, no me siento cómodo cuidando con cálculos minuciosos de autocensura cualquier posible aportación, para evitar el riesgo de dar carnaza a quién o quiénes con tanto celo y constancia obsesiva me espían, vigilan y controlan, prestos a apuntarme con su dedo acusador.

Ahora no soy feliz en facebook... Con tristeza indisimulada, reconozco que lo han conseguido. Cierto es que tengo mucho que agradecer a este medio, a través del que he he tenido el privilegio de conocer y tratar a personas muy interesantes y atractivas, entre las que actualmente se encuentran algunos de mis mejores y nuevos amigos. También me ha permitido el grato reencuentro con otros del pasado, cuya pista había perdido con el tiempo. Incluso me ha aportado la posibilidad de aprender de grandes pensadores, poetas, escritores, pintores y amantes del arte a los que admiro, respeto y agradezco sus aportaciones que he recibido como un verdadero regalo de disfrute íntimo y valiosas enseñanzas.

No son pocos tampoco, los seguidores que me han estimulado para seguir adelante en otros momentos, con su fidelidad y sus comentarios, más halagadores que merecidos.

A todos estoy profunda y sinceramente agradecido sin necesidad de que los nombre porque todos ya sabéis de quienes hablo, en la medida en que nunca me he privado de expresar con franqueza lo que sentía ante sus aportaciones respectivas. Gracias, de todo corazón.

También, como sucede en todo colectivo heterogéneo, he disfrutado y padecido de relaciones contradictorias, verdaderos oxímoron de amor y rechazo, de lealtad y traición, de sinceras mentiras y de falsa sinceridad, de admiración y desafecto resentido, de celos sin causa, de adulta inmadurez... Emociones que se han puesto de manifiesto en los numerosos bloqueos y cancelaciones de amistad de que he sido objeto y que, sospecho con fundamento, contienen el germen y levadura del acoso y derribo al que me he visto sometido de vez en cuando y permanentemente los últimos cinco meses, denuncia tras denuncia y sanción tras sanción.

Acepto y respeto que cualquiera no desee tener relación de amistad conmigo, aún después de haberla tenido... o quizá por ello.

Acato, aunque no la respete ni comparta, la decisión de que alguien me bloquee. Es legal, aunque personalmente cuestiono su legitimidad por lo que tiene de "ley mordaza", excepto en casos de delincuencia de cualquier índole.

Lamento, no obstante, no poder admitir que tales posturas extremas se ejecuten, salvo raras excepciones, sin la menor explicación ni dialogante aviso previo. Aunque entiendo que ello está en plena consonancia con la fascista forma de censurar y sancionar, sin opción a defensa ni réplica, que ejerce facebook. Lo curioso y paradójico es que las personas que así actúan, a la vez se muestran críticas con la metodología de la red cuando pregonan sus supuestos principios reivindicativos de libertad... de cara a la galería.

Me repelen hasta la náusea las engañosas contradicciones que supuran la pus más infecciosa a través de los apósitos y vendajes del "buenismo" autocomplaciente que las envuelve. Porque, si en algo me diferencio y me enorgullezco de ello, es de haber sido consecuente en mis actos y plenamente coherente con mis principios, incluso cuando me haya podido equivocar.

Jamás he bloqueado a nadie, excepto a un acosador sexual que molestaba a todas las amigas que eran miembros del grupo del que yo era administrador. Y solo he cancelado la amistad a cinco contactos y, en todas las ocasiones, mediando el intento previo de evitarlo con la explicación clara de mis motivos en privado, a pesar de lo cual, en ninguna de ellas tuve la menor respuesta, lo que evidencia lo acertado de mi decisión. Por cierto que uno de ellos se debió a que el amigo que eliminé había ofendido inaceptablemente a mis queridos amigos Sergi y Rubén Font, lo que me pareció injusto e intolerable, aunque a mí no me había hecho nada y conmigo pretendió mostrarse muy cordial y conciliador.

Ya sé que me estoy extendiendo demasiado, espero indulgencia porque se me han acumulado palabras en estos siete días de silencio... Y los que quedan. Porque los pasados siete días de descanso forzado me han hecho sentir una cierta liberación que voy a prolongar por decisión propia.

Resulta que soy ya un poco mayor para que me "castiguen" sin opción ni derecho a defensa. Eso ya lo viví cuando hice la "mili" en el ejército; de ello ha llovido mucho y no pienso volver a aceptarlo. Además, no tengo el menor deseo de seguir sintiendo la mirada de mis acosadores acusadores clavada en mi nuca.

Un buen amigo ha dicho de mí que: "Debería bloquear a unos cuantos de mis falsos amigos".

Eso es muy fácil de decir, pero imposible de hacer. En primer lugar, porque no hay forma de saber quiénes son o podrían ser esos supuestos "falsos amigos". Y, en segundo y más importante, porque, como he dicho y mantenido, no he utilizado ni utilizaré, por principio de rechazo, el sistema del bloqueo.

Además, me resulta más fácil ubicar o identificar a mis enemigos o enemistados y sus cortejos de cortesanos, pero no puedo ni pretendo evitar que sean fieles y aplaudidos amigos de algunos de mis mejores amigos, con lo que mi exposición es y será constante allí donde se nade y guarde la ropa o se ponga una vela a Dios y otra al Diablo, tal y como ha venido siendo hasta hoy. Lo entiendo, es lo social y políticamente correcto, pero me da una pereza insuperable andar pendiente de configurar la visibilidad de mis publicaciones, según el grado de clandestinidad que pueda pretender que tengan, eso lo dejo para quienes ya tienen arraigado ese hábito de conducta que no necesito ni deseo para mí, pues no tengo ni quiero tener nada que ocultar a nadie y menos por las imposiciones de latentes amenazas ajenas.

Por ello, a quien o quienes sean mis anónimas y siniestras sombras, les concedo la pírrica victoria de haberme aportado el hallazgo de la forma más cómoda de estar y servirme de facebook... Poder ver lo que se publica y me interese, sin la posibilidad (o necesidad) de participar personalmente de forma activa. Poder recuperar los recuerdos de años anteriores que podría perder para siempre. Poder utilizar el chat para mensajes o conversaciones como sustituto de los caros SMS o alternativa gratuita al "WhatsApp" del que, en estas fechas, carezco. Poder vivir tranquilo sin sufrir nuevas y más denuncias que acabarían consiguiendo mi expulsión de esta red con el cierre definitivo del muro de mi perfil o sanciones a grupos amigos, como ya he y han sido reiteradamente amenazado y advertidos.

No sé si son los años o los daños, ni si cambiaré de criterio en un futuro no cercano; pero, hoy por hoy, mi decisión es firme y meditada, aunque admito que ha pesado mucho en el otro platillo de la balanza el deseo de mi regreso expresado por mis amigos y seguidores más fieles y afectuosos. Sin embargo, el contrapeso definitivo ha sido la convicción de que quienes de verdad deseen ver lo que escribo y publico, podrá seguir haciéndolo en este refugio de auténticas libertades que es "El Rincón del Nómada", donde todo el que se acerque es bien recibido. Ya conocéis el camino, es un lugar seguro y acogedor en el que la libertad es absoluta y no caben denuncias ni normas inquisitoriales.

Y si alguien desea estar informado inmediatamente de cualquier nueva publicación en mi blog, sólo tienen que poner la dirección de su correo electrónico en la ventanita situada en la columna de la derecha, bajo las fotos de los seguidores, y recibirán los avisos sin falta, con mi gratitud, porque soy consciente de que con esta decisión las visitas a mi rincón se reducirán ostensiblemente, lo que francamente no me preocupa puesto que siempre y en todo prefiero la calidad a la cantidad.

Así pues, de momento y por tiempo indefinido, seré poco visible en facebook. Vaya para todos mi más cariñoso abrazo con el mayor y más sincero agradecimiento por las muestras de apoyo y solidaridad recibidas durante mi reclusión forzosa, en este período de privación de libertad de expresión que me abstengo de calificar para no herir la frágil sensibilidad de mis denunciantes. Para mis muchos buenos amigos de verdad, no tengo palabras capaces de expresar mi cariño y gratitud como merecen, sobre todo por haber mantenido vivo mi muro durante mi forzada ausencia, llenando mi corazón de los mejores sentimientos. Confío en que me disculpéis por no poder contestar a la abrumadora cantidad de todos vuestros mensajes uno por uno. ¡Sois incomparables!

Hasta siempre, con el firme deseo de que la vida dé, a todos mis conocidos de facebook sin excepción, lo mismo que a mí me ha sido dado por cada uno de ellos.

¡Salud y paz!

Solo por hoy no me encolerizaré ni estaré enfadado.
Solo por hoy no estaré preocupado.
Solo por hoy agradeceré la vida y sus muchas bendiciones.
Solo por hoy realizaré mi trabajo feliz y honestamente.
Solo por hoy seré amable y respetaré a todos los seres vivos.

Pero solo tengo dos mejillas para poner y ya están consumidas.

FRM [25/01/2017]

jueves, 22 de diciembre de 2016

Aquellas Navidades

Bombos del sorteo de lotería de Navidad. (Fotografía de La Vanguardia)

Hacía mucho que había dejado atrás la infancia, aunque seguía siendo muy niño para muchas cosas, incluso quizá demasiado niño y es probable que para demasiadas cosas. En todo caso, ya había rebasado la edad que tenía su adorado padre cuando emprendió el largo viaje sin retorno, con lo que quedó para siempre a su lado, instalado en el legado de la presencia más intensa y tangible de un venerado recuerdo, constantemente presente.

Esa presencia, se le hacía particularmente perceptible en los momentos más difíciles, cuando precisaba del consejo de su sabia bondad y serena actitud ante los avatares de la vida o en las efemérides que traían a su alma el eco de maravillosos momentos del pasado remoto, traídos al presente por los múltiples e imborrables acontecimientos tradicionales. Esos sucesos que, por asociación inconsciente, amplificaban su presencia tras la que, casi siempre, estaba el firme baluarte de la de su madre, también ausente desde varios años después y muchos antes de éste.

"[...] el nueve..."
Tal era el caso de la cantinela monocorde y reiterativa de los famosos "Niños de San Ildefonso" que indefectiblemente ponía y sigue poniendo música de fondo al día 22 de diciembre de cada año, actuando como apertura oficial en la inauguración de la Navidad de toda la vida, a despecho de otros interesados anticipos comerciales o municipales que se adelantan hasta meses, de forma repelente, desmitificada y creadora de nuevos e importados arquetipos.

En momentos como ése, nuestro niño adulto, no podía evitar volver a ver a su padre con la prolija lista de números que había escrito con su pulcra y bella letra de educada caligrafía epistolar, trazada con la estilográfica Montblanc que aún conservaba en perfecto y cuidado estado nuestro protagonista. Vuelve a verlo, está allí, sentado en la mesa camilla, con las piernas cobijadas bajo sus faldas y al amor del brasero de cisco y carbón de encina, cuyas brasas avivaba de tarde en tarde con la badila de hierro, largo mango y cazoleta que su imaginación infantil siempre asoció a la bacía, usada como yelmo Don Quijote en sus andanzas de aventuras y desventuras.

La tal lista, gran protagonista bajo la voz de los huerfanitos expandida por la radio y extendida por el patio de vecindad, era una herramienta imprescindible para controlar los muchísimos números que se jugaban entonces, gracias al intercambio de participaciones que solía hacerse con amigos, familiares, vecinos, conocidos y comercios del barrio en los que la madre adquiría las vituallas para el modesto pero rico sustento de aquella familia de seis miembros que vivía unida y feliz en un "holgado" piso de 45 metros cuadrados y tres micro dormitorios, pero donde siempre cabían y eran bien recibidos tantos invitados como querían llegar y no eran pocos.

Pero, volviendo a aquel santo varón, allí vuelve a estar cada año, con su lista perfecta ordenada por la numeración de décimos y participaciones que previamente habían sido clasificados uno a uno con igual criterio y esmero. Así, seguía con la agilidad de un consumado "binguero" (término que no existía entonces), la cantinela que, en el mejor de los casos, provocaba exclamaciones de alegría si "caía algo en la pedrea". Júbilo al que se sumaba la madre que zascandileaba entre pucheros, llenando el pequeño hogar de la aromática fragancia de sus más que apetitosos guisos.

Y, por tonto que pueda parecer, era una mañana emocionante y divertida en la que todos participaban bajo la diestra batuta directora del maestro de la ceremonia lotera, en la que el padre era investido para la celebración del rito anual.

No era ese el único ritual que se observaba en aquella familia. Había otro de escrupuloso respeto a la figura del padre, paradójicamente impuesto y defendido por una madre de la que se decía que "llevaba los pantalones". En esa casa nadie probaba el turrón, a pesar de soñar con tal golosina de lujo todo el año, antes de que el padre lo cortara ceremoniosamente, inaugurando las tabletas al finalizar la cena de Nochebuena y como ansiado postre. A lo sumo, los dos hijos más pequeños, robaban antes alguna "peladilla", como goloso anticipo de los sabores navideños, cogida a escondidas de la fuente en la que convivían con los mantecados, polvorones y frutas escarchadas.

Un Nacimiento en cada casa...
Por supuesto, el centro de la atención era el modesto pero mimado "Belén" o "Nacimiento" construido —"montado" se decía— entre todos con derroche de corcho para el portal y las montañas, así como el musgo que bebía agua en el río de papel de plata o, más tarde, trazado su recorrido con abundante serrín sobre un espejo sin marco bajo la "arena" de madera. Un hermoso paisaje de la Palestina de ficción sobre el que cobraban vida aquellas artesanales figuritas de barro policromado, verdaderos tesoros que el tiempo habrá convertido en polvo de ignoto destino. La estrella anunciadora, cometa de tebeo bañado de purpurina, colgaba sobre el establo del portal, recortado su brillo contra el fondo azul noche del papel que se usaba para forrar los libros del cole, en el que se habían pegado numerosas estrellas más pequeñas recortadas del aluminio de "papel de plata" restante de posibles envolturas del chocolate de las meriendas celosamente alisadas y guardadas para ese luminoso fin.

El ambiente era de inmensa alegría y felicidad. El amor era auténtico y sincero, a pesar de las inevitables "cosillas", y, en esas fechas, la única diferencia con el resto del año, era que se destapaba la espita que lo mantenía menos ostensible y evidente. Los vecinos y amigos no paraban de circular por la vivienda de nuestro protagonista, así como ellos correspondían con reciprocidad, felicitando a cuantos se conocía y quería, con franca cordialidad e infantiles visitas petitorias de aguinaldo.

Después de la cena y de degustar el ya inaugurado turrón, un numeroso grupo de vecinos, unidos por la argamasa de la amistad más solidaria, se lanzaban a la calle entre risas, anécdotas, bromas y villancicos para acudir a la celebración de la tradicional "Misa del Gallo" en la parroquia del barrio, hasta uno que era "muy rojo" y ateo, pero hacía una excepción por amistad y solidario afecto vecinal... Y la pequeña iglesia era una fiesta, presidida por una linda talla del Niño Jesús en su cuna instalada frente al altar.

Felicidad y alegría a raudales... Botellas de anís "del mono" que todos disfrutaban, bebiendo los adultos y a guisa de instrumento musical compañero de las panderetas y rascado con estridente cucharilla por los más pequeños, mientras cantaban el "ande, ande, ande..." Y todo, a pesar de no tener árbol con luces, lazos y bolitas de colorines; a pesar de no pensar en Papá Noël ni quizá saber de su invención; y, desde luego, sin tener regalos que sólo los Reyes Magos traerían en la noche del 5 de enero a los niños buenos que, cómo no, dejábamos golosinas y bebidas para ellos y sus camellos... A pesar de ello o quizá gracias a ello.

Algo de todo aquello se mantuvo durante la infancia de las propias hijas del personaje cuyos recuerdos narramos. Pero ese tiempo también pasó y hoy es otra memoria ausente y lejana.

Ahora, muchos años después, como decíamos al comienzo de esta historia, hay quienes piensan que aquel niño que no termina de hacerse hombre, se ha vuelto huraño y ha "cogido manía" a la Navidad, abandonándola con un aparente rechazo no siempre comprendido...

Y resulta que no. Que ha sido la Navidad la que ha abandonado al niño; aquella genuina y añorada Navidad, compartida por todos en amor, fe y concordia, es la que ha abandonado la sociedad. Se ha ido; y lo que la ha sustituido ha usurpado el nombre para bautizar otros contenidos y actitudes. Por eso, nuestro niño, ahora casi hombre, se ha quedado sin fiestas que celebrar, pero con mucho amor para recordar.

¡Feliz auténtica Navidad!

FRM [22/12/2016]

Con amor, emocionada nostalgia y eterna gratitud a aquellos padres que nos hicieron celebrar auténticas, felices e inolvidables navidades.

Mis padres

lunes, 30 de mayo de 2016

La historia de "Rulo"

Y le llamaron "Rulo"

Hace mucho tiempo, de la noche a la mañana, aparecieron dos perrillos abandonados en el pueblo donde entonces residía. Ambos animales mostraban claras e inequívocas evidencias de haber sido maltratados y abandonados hacía tiempo. Sus nobles ojos mostraban la tímida, húmeda y huidiza mirada de la desconfianza hacia esos extraños animales de dos patas que no habían sabido corresponder a su nobleza, cariño y lealtad.

Famélicos y algo asilvestrados, carentes del recuerdo de una caricia y hambrientos de todo lo que alimenta cuerpo y alma, recorrían las calles buscando algo que comer y rehuyendo, entre atemorizados y amenazantes, la cercanía de cualquier ser humano. Más que presente, tenían enquistado el mal recuerdo que otros semejantes habían dejado en su vida.

Apiadados dos vecinos, uno amante de los animales y otro cazador, pensando en la posible utilidad para su afición cinegética, decidieron hacerse cargo de ambos animales.

El cazador, lazó a su elegido y le arrastró hacia su casa, forzándole a seguirle a su ritmo con violentos tirones y agresiva verborrea. El otro, sacó de su casa un plato de comida y un cuenco con agua, manteniéndose a una prudente distancia del perro feucho del que se había encariñado sin saber muy bien por qué. El animalito comió, casi devoró, el alimento y bebió agua hasta saciarse, deslizando miradas de confuso agradecimiento no exento de prudente temor hacia su benefactor.

Poco a poco, día tras día, sin prisa ni presión, las distancias fueron acortándose paulatinamente, hasta que el perro aceptó el nuevo nombre recién estrenado y, satisfechas las necesidades primarias, fue aproximándose en busca de las añoradas, tal vez desconocidas, caricias, correspondiendo con mirada agradecida, cola alborotadora y lametones amorosos.

Tiempo después, cuando ya paseaban juntos, formando un equipo inseparable y feliz, se encontraron con el cazador que, mostrándose sorprendido por el resultado de la evidente camaradería, comentó que él había tenido que sacrificar al perro que se quedó, porque el animal no había aceptado aprender las imposiciones de lo que el cazador esperaba y, como no le había demostrado la lealtad y el cariño necesarios para ser su compañero, no le había quedado otra opción que prescindir de él.

Entristecido, el vecino sensible, sólo pudo articular... "¿Le diste el tiempo, el cariño, la paciencia y la comprensión que necesitaba?" A lo que el cazador respondió, cargado de razón: "Yo lo quería, pero sentí que él no me quería a mí, porque no me obedecía ni hacía lo que yo quería".

Y es que no hay que equivocar el camino que realmente conduce al fin que deseamos, ni juzgar erróneamente el comportamiento ajeno. Sólo la comprensión y el auténtico amor desinteresado lo logran.

FRM [29/05/2012]

miércoles, 20 de abril de 2016

La niña de los cajoncitos

Érase una vez, una dulce y bella niña que tenía el mismo encanto que los preciosos muebles llenos de múltiples cajoncitos que parecen tener capacidad ilimitada para contener cuanto se desea de forma ordenada.

La niña era muy feliz con sus cajoncitos. A lo largo de cada día, los meses y los años, iba colocando en los correspondientes huecos, con letra de cierto orden y música de concierto ordenado, todas y cada una de las fichitas con el detalle de sus obligaciones y devociones que debía o quería ir atendiendo adecuadamente y criterio bien entendido.

Es cierto que, en ocasiones, se le embrollaban un poco las fichas, alterando su orden o requiriendo más dedicación de la prevista inicialmente; debido a ello, su grosor aumentaba restando capacidad de atención o demoras de lo mismo a las otras. Eso agobiaba mucho a la propietaria de los cajoncitos que, al irse llenando, hacían cada más difícil y agotadora la pretensión inicial de gestionar todo con el orden y satisfacción que la apariencia sugería...

La niña, fue creciendo y creciendo, a la vez que crecían y crecían el número de fichas de sus tareas y contenidos de sus cajones... Casi sin darse cuenta, se convirtió en una espléndida mujer, pero ¡oh! el mueble de los cajones, seguía teniendo la misma cantidad de ellos y muy pronto comenzaron a abarrotarse con agobiantes fichas pendientes que se superponían, porque en ellos sólo entraban más y nuevas responsabilidades, ocupaciones y deseos, pero ninguno o casi ninguno dejaba de ocupar el espacio en el que llevaban tiempo instalados... más o menos atendidos, mejor o peor, pero cada vez con mayor esfuerzo y frustración si el tiempo no daba para todo... Y no daba. 

Porque, para su desesperación, no existía más que un pequeño cajón del tiempo, conteniendo únicamente veinticuatro improrrogables horas por día y, al agotarlas en su mayoría, apenas quedaba espacio para el imprescindible descanso que reclamaba su ineludible atención y entrega, desde la acogedora penumbra del correspondiente cajoncito, tentadoramente acolchado.

Así, lenta pero inexorablemente, la lozana y hermosa mujer en que se había convertido la niña, comenzó a marchitarse, desbordada por el abarrotado contenido de sus cajones y el agotamiento demoledor que le producía lo inalcanzable de su pretensión de "llegar a todo", bajo la presión de interminables y aplastantes jornadas.

Entre lo que debía y lo que le apetecía, se sumaban dedicaciones que iban consumiéndola por el esfuerzo. Tan titánica era la agotadora suma de lo que se esforzaba por hacer, la ansiedad por lo que no alcanzaba a realizar y el cansancio que ambas cosas le producían.

Y lo peor es que, a pesar de ser consciente de ello, no llegaba a tomar la necesaria conciencia de que sólo su propia decisión y firme voluntad en la ejecución de las decisiones, podían poner remedio a la agobiante situación que había tomado el control de su vida y seguía creciendo, como un monstruoso caníbal devorador al que seguía alimentando, cada vez más debilitada, haciéndolo más grande y fuerte... con menos posibilidades de vencerlo y llegar a controlarlo. Porque lo paradójico es que se engañaba creyendo que sí lo hacía.

Con frecuencia, nuestra amiga se llevaba algún disgusto al comprobar que antiguas fichas se habían deteriorado con el transcurrir de los años, tornándose de color envejecido, lectura borrosa, olor rancio, sabor caduco a decepción y acusada deformación hasta ocupar un espacio distinto y desmesurado o molesto en el cajón en el que se conservaban... Su contenido parecía haber cambiado o ¿era ella la que estaba cambiando?

Fuese como fuese y por lo que quiera que fuese, la realidad del presente modificaba la percepción del pasado y eso aumentaba el volumen de cuanto ocupaba un espacio cada vez mayor en sus abarrotados cajones.

Y entonces sucedió algo mágico y extraordinario que hizo tambalearse todos sus patrones de conducta, abriendo una nueva y luminosa esperanza.

De forma totalmente imprevista, o tal vez no, surgió un milagroso acontecimiento... Algo inesperado que, con rapidez inusitada, comenzó a aumentar su volumen en la vida de la protagonista de esta historia, amenazando con desbordar y comprimir, aún más, el resto de los contenidos almacenados en sus ya repletos cajones convertidos paulatinamente en peligrosos antropófagos existenciales.

La primera reacción de nuestra heroína fue de intensa alarma y desconcierto ante lo inevitable que, sin embargo, le generaba una gran incertidumbre fruto del conflicto entre la placentera atracción y el temor al riesgo de empeorar la saturación del sobrepeso vital acumulado.

Parecía que la vida conspiraba para complicarle la existencia una vez más... Precisamente en una etapa en que ya estaba pensando, con justificada inquietud no exenta de desasosiego, en que debía "recortar flecos" y liberarse de muchas de las obligaciones y dependencias derivadas de sus relaciones y compromisos del pasado, complicadas por un elevado sentido de la responsabilidad hacia los demás.

Pero el milagro no había hecho más que empezar a manifestarse, porque pronto, de manera insólitamente rápida, tomó la forma del mayor de sus cajones, con capacidad ilimitada para albergar y reordenar todo el material previamente acumulado.

Así, superada la sorpresa e inquietud inicial y aceptando el regalo que la vida le aportaba, nuestra protagonista decidió eliminar separaciones en su mueble para acoger al nuevo gran cajón dentro del que todo cabía y todo era posible... Al hacerlo, comprobó con sentimientos de paz, alegría y liberación que el contenido de los muchos cajoncitos que ahora sobraban al instalar el nuevo, podía y debía reducirse, rescatando lo que realmente merecía la pena mantener y haciéndolo fluidamente compatible con los nuevos hallazgos contenidos en el gran cajón recién estrenado, en el que todo era armónica y felizmente acogido.

Amorosa como era, no dudo en bautizar el inmenso nuevo cajón con el nombre de AMOR.

Al recolocar todo en AMOR, adquirió nuevos puntos de vista y de percepción que le permitieron ajustar los contenidos del resto de los cajoncitos independientes conservados; lo que, junto a los que se habían reordenado y depurado en el interior del nuevo, optimizó el equilibrio del presente, transformando la antigua ansiedad en paz y felicidad ilimitadas.

Y, de esta forma, se encontró serenamente consigo misma y, tomando conciencia, comprendió que cuando uno no controla libremente sus circunstancias, son ellas las que le controlan a uno mismo, privándonos de la deseable libertad. De manera muy especial, aquellas derivadas de los propios actos y juicios, de los que siempre somos responsables y que generan los "flecos" que es preciso afrontar, rematar y suprimir para ser plenamente feliz... sin miedos, con respeto, desapego y desde el permanente presente actualizado en el gran cajón del AMOR.

FRM [20/04/2016]


"Cajones caníbales", Salvador Dalí

miércoles, 6 de abril de 2016

La niña que quería ser sirena

Érase una vez, una niña dulce, tierna y amorosa que soñaba con aprender a nadar. Su mayor anhelo era disfrutar en el agua como una sirena en el mar.

Lo había intentado muchas veces, pero sin saber de verdad cómo evitar tragar demasiada agua y sentirse ahogar. La angustia de aquellos recuerdos de malos momentos volvía a impedirle respirar, incluso cuando contemplaba hechizada el agua, durante horas, pero desde la seguridad de su orilla.

El temor a sus malos recuerdos era tan intenso que sólo se atrevía a entrar en las deseadas aguas aferrada a unos voluminosos flotadores de los que no osaba soltarse, embargada por las dudas, el miedo y la ansiedad.

Sin embargo, sus inquietudes no podían frenar sus deseos más profundos que se despertaban estimulantes, cada vez que escuchaba el susurro de los ríos o el suave canto de las olas marinas. Sabía que la llamaban. Y que algún día formarían un solo cuerpo armónicamente integrado en ese húmedo mundo. Pero esta convicción únicamente provocaba sus lágrimas de ansiedad que, al derramarse, aumentaban el ansiado caudal.

Un día, en el que, como tantos otros, se disponía a bañarse con sus colosales flotadores y estaba llorando por tener que usarlos, pero sin atreverse a prescindir de ellos, oyó sorprendida una voz que parecía dirigirse a ella, cargada de ternura y afecto...

— Bella niña, ¿por qué lloras?

Desconcertada y sorprendida, pues siempre buscaba la soledad para incubar sus sueños, miró en derredor, buscando el origen de la misteriosa e inesperada voz.

— ¿Quién eres? ¿Por qué me hablas?

Preguntó sin ver a su interlocutor, intrigada, pero en modo alguno asustada, tan dulce era el tono del invisible personaje.

— Estoy aquí, querida niña, en el agua. A tus pies. Soy un tritón que te ha estado observando desde hace mucho tiempo y quería pedirte que me enseñases a caminar en tierra firme. Me apasiona verte correr entre la hierba y las plantas, persiguiendo a las juguetonas mariposas y haciendo ramilletes de flores... ¡Me gustaría tanto acompañarte y jugar contigo!

Así se expresó el viejo tritón mientras salía del agua y posaba torpemente sus palmeados pies sobre la arena de la orilla, luchando a duras penas por mantener su inestable equilibrio en un medio que le era ajeno.

— ¡Es lo que más deseo en mi vida!Añadió con mirada dulce, implorante y esperanzada.

La niña, estupefacta, no podía dar crédito a lo que veía, oía y sentía. Nunca se había enfrentado a una situación como aquella ni a un personaje tan especial y diferente.

Superada la sorpresa, decidió que la experiencia podía valer la pena, si el tritón aceptaba el trato de que ella le enseñaría a caminar, correr y saltar, a cambio de que él le enseñase a nadar y bucear. A sentirse, por fin, como la sirena que soñaba. Al fin y al cabo, ninguno tenía nada que perder y era posible que mucho a ganar.

El tritón aceptó encantado el trato que sellaron con un cariñoso beso de complicidad y cogiéndose de la mano comenzaron ambos a caminar. A los pocos pasos, él tropezó y se cayó, arrastrando en su caída a la niña, con lo que ambos se dieron tal trompazo que quedaron compungidos temiendo que, tal vez, no había sido una buena idea el acuerdo que habían pactado...

Cuando se recuperaron del porrazo y para evitar nuevos riegos, la niña corrió a su casa y tomando unas viejas muletas de su abuelo, volvió junto a su amigo para que, con ellas, le fuese más fácil mantener el equilibrio.

En días sucesivos, la niña se calzaba sus aparatosos flotadores y se metía en al agua junto a su nuevo y ya muy querido amigo que se sumergía en su medio natural, silencioso pero con una mirada que la chiquilla no alcanzaba a interpretar.

Y así, durante varios días, fueron felices y rieron juntos, compartiendo momentos inolvidables sin temor a nuevas caídas, aunque las muletas y su manejo no permitían al tritón correr ni saltar junto a su joven amiga. La joven lo echaba de menos, pero comprendía que tampoco ella podía seguir las gráciles e ingrávidas piruetas de su compañero, cuando ambos se sumergían en el agua... Los flotadores se lo impedían; como las muletas de él, eran el precio por la inseguridad frente al miedo del riesgo.

A pesar de ello, un día observó en tierra que el tritón se movía con mayor soltura y agilidad de las usuales, dando la sensación de que las muletas eran más un lastre o un estorbo que una ayuda. Se quedó pensativa y...

Entonces, muy seria y razonable, le dijo a su amigo:

— Deja ya las muletas, abandónalas para siempre. Si dependes de ellas o crees que no puedes moverte sin ellas, nunca llegarás a hacerlo como yo lo hago y me frenarás a mí. Debes aprender a conocer este medio y conocerte a ti en tu relación con él. Olvida tus miedos. Elimina tus temores. Y, si te caes o tropiezas, no te preocupes; también me ocurre a mí. Es normal y hay aceptarlo. Sólo importa saber levantarse y seguir jugando. Con alegría para disfrutar de mi compañía plenamente y de todo lo que nos ofrece la Naturaleza.

(N.del A.: Seguramente la niña se expresó de forma más coloquial, pero ésta es una servidumbre del narrador que transcribe la historia. Espero que sea disculpada la licencia)
.

Aún no había terminado de decirlo, cuando observó estupefacta como su amigo se deshacía de las muletas y, después de alejarse, dando varios saltos con sus pertinentes piruetas, regresó corriendo con firme desenvoltura a su lado para decirle con la sonrisa pintada en la boca y asomando por la mirada:

— Gracias, querida niña. Al fin te has dado cuenta por ti misma. Te confesaré un secreto. Nunca necesité esas muletas, era tu forma de pensar y sentir quien las precisaba para ayudar a caminar a tu mente hacia la inteligente reflexión que me has regalado, creyendo que el necesitado era yo. Igual que con las muletas, sucede con tus flotadores. Ni con ellos ni desde la orilla, podrás conocer el fondo del agua que te atrae e ilusiona, mientras ella, paciente, te espera. Sólo empapándote, fundiéndote con ella, llegaréis a ser algo único que os hará felices a ambas... ¡Vamos al agua! 
Sin flotadores comprobarás que, sólo nadando en libertad, aprenderás a nadar, no tienes nada que temer. Debes ser consciente de que no te ahogaré ni te dejaré ahogar.

Y juntos corrieron de la mano para disfrutar del amoroso abrazo húmedo que por siempre compartirán y les acompañará. Fueron felices y comieron perdices... o sardinas, según los días.

La niña aprendió que hay que confiar para conocer. Porque, si se espera a conocer para confiar, nunca se logra lo uno ni lo otro.

Vale la pena tragar un poco de agua o tener algún tropezón.

FRM [06/04/2016]

(Foto de archivo)

jueves, 18 de febrero de 2016

Diario de una fuga

Portada de la edición impresa del libro comentado

He terminado de leer la última novela de mi buena amiga y extraordinaria escritora Isabel Martínez Barquero, titulada como esta reseña personal, en la que intento recoger y compartir las dos sorpresas que me ha proporcionado esta excelente novela.

La principal y primera sorpresa es la relativa a su inesperada y bien trabada trama argumental que, desde la apariencia de entornos normales y habituales, conduce al lector por insospechados vericuetos que transforman la inercia de las rutinarias situaciones cotidianas en una cadena de sucesos que se engranan y enmarañan día a día, hasta su desenlace, en su devenir casi a ritmo de "thriller psicológico", enganchando irremediablemente en el suspense al que nos aboca la tensión contagiosa de la insaciable ansiedad investigadora de la protagonista.

"Diario de una fuga" es una obra, como anuncia su título, escrita en clave del diario personal de Celia Viñas la profesora de literatura que comparte iniciales y sustituye a su antecesora Carmen Vidal, como profesora de literatura en un instituto murciano, debido al fallecimiento de ésta en circunstancias dramáticas que suscitan la curiosidad y toda clase de sospechas a la recién llegada sustituta. Con ritmo trepidante en los tiempos narrativos, aunque sosegado en los procesos de reflexión y análisis, se van desgranando las complejidades dramáticas de una existencia que ve rota su atonía y esquemas confortables al ser arrollada por la compañía invisible de la fallecida que se hace obsesivamente presente en su vida a través de ciertos textos privados que pocos conocen.

Historia cargada de sabias y profundas reflexiones, la narración está repleta de frases y pensamientos que inevitablemente pueden encontrar eco en el interior de cada lector, aunque se sitúen en contextos diferentes a los que propone la ficción novelada por Isabel Martínez Barquero. Como ejemplo de lo expuesto, no me resisto a transcribir uno de los párrafos que más me han gustado en ese aspecto, aunque hay otros muchos...

«La vida la había arrojado a ser una persona fronteriza, residente en un lugar que no era el elegido por sus deseos silenciados. A esas alturas de su existencia, no pensaba rebelarse contra los designios incontestables del destino. Quizá equivocó su enfoque, quizá erró en el anhelo, quizá acudió donde no debía. Pero el resultado estaba ahí y no podía cambiarlo.»

Sin ánimo de desvelar ninguno de los misterios que enriquecen la original trama, creo poder afirmar que, al amparo de ella, la autora nos ofrece un completo abanico de personalidades, emociones y circunstancias vitales, riquísimo en matices de colores, dolores y sabores.

Me resisto a hacer aquí la sinopsis literaria, porque ya está disponible en Amazon y porque en este espacio íntimo sólo tiene cabida lo que este nómada siente y piensa, sin pretensión de usurpar un papel crítico que no me corresponde y para el que no me considero cualificado. Aunque es muy posible que volvamos a hablar de esta obra cuando el papel permita que la pueda acariciar en una deseada relectura.

Así pues, paso a comentar la segunda gran sorpresa que este libro me ha deparado, a consecuencia de la advertencia que la propia Isabel Martínez Barquero ha venido repitiendo desde que anunció el nacimiento de esta novela.

Como consecuencia del más que justificado éxito de su novela anterior "Aroma de vainilla", la autora ha insistido en repetir que en "Diario de una fuga" estábamos frente "a otra forma" de expresión narrativa... Casi, casi, ante a un giro notable en su forma de trabajar. O así lo interpreté, tal vez erróneamente.

Sin embargo, yo no he percibido cambio alguno en la abundancia y riqueza del léxico que Isabel maneja. Ni en el perfecto y elaborado trabajo de definición de los perfiles de los personajes que se convierten en visibles y audibles... casi vecinos tangibles. Tampoco he percibido cambio alguno en ese tono intimista con el que impregna sus letras hasta convertirlas en el hábitat seductor en el que quedamos atrapados y nos movemos al leerlas. Ni qué decir tiene que su perfeccionismo obsesivo se sigue transmitiendo en todas sus páginas que, sin duda, habrá leído y releído muchísimas veces antes de darlas por definitivas... O sea, como la escritora de raza y trabajadora incansable que es, ha sido y será.

Lo evidente es que su última novela, es otra novela, nueva y diferente. Una novela de lectura apasionante, en definitiva; de esas que lamentas que se acaben. Un libro que enriquece la trayectoria de esta gran escritora que me ha hecho sonreír con nostalgia al resucitar la palabra "parágrafo", desplazada por el uso más frecuente de "párrafo", y me ha enseñado el término contractual "sinalagmático", cuando me ha obligado a buscar su significado en el diccionario.

Gracias por todo, querida Isabel. Sigue haciéndonos disfrutar con tu talento.

FRM [17/02/2016]

sábado, 26 de diciembre de 2015

Y volé como Nureyev

Fotomontaje propio

BAILÉ COMO RUDOLF NUREYEV, SUPERÉ LA PRUEBA Y TUVE UN DÍA HÚMEDO...
¿SE PUEDE PEDIR MÁS?

Desde hace muchos años, he sostenido muy sinceramente dos principios existenciales y complementarios: No se pueden evitar las circunstancias externas, ajenas a la propia voluntad, pero siempre se puede controlar la actitud frente a ellas. Y, cuando la botella de los motivos de felicidad está por la mitad de su contenido, siempre hay que celebrar la media que existe, sin lamentar la media que falta.

No hace mucho que el destino, juguetón él, me ha querido poner a prueba. Durilla, pero bien elegida, doy fe.

Un poco antes de las cuatro de la tarde, en el reposo que sigue a la sobremesa, se oyó un golpe estruendoso en mi casa, seguido del inconfundible sonido del agua cuando cae a cántaros desde una altura considerable. El documental de la 2 que estaba viendo se quedó esperándome cuando salté como impulsado por un resorte y francamente alarmado por lo que estaba oyendo.

Al llegar al vestíbulo me quedé paralizado. La trampilla del falso techo que oculta el calentador del agua y su instalación estaba parcialmente desprendida. Parte del techo contiguo se había desplomado y el resto presentaba grietas y fisuras de varias proporciones y el agua caía torrencialmente por todos los huecos, abriendo otros nuevos a su paso incontenible.

Durante unos instantes me quedé paralizado, entre desconcertado y aterrado, porque el agua ya cubría el suelo del vestíbulo y la cocina contigua, comenzando a invadir parte del comedor y el pasillo que conduce a las habitaciones. Mi primer pensamiento fue elevar y apartar las cajas de embalaje que aún me rodean, con libros y documentos, recordando otra inundación del pasado en la que perdí documentos y volúmenes irrecuperables e irremplazables.

Hecho esto, cubrí con toallas de baño y un albornoz los huecos de las puertas colindantes, mientras veía impotente como el agua se filtraba por debajo de la puerta exterior invadiendo descansillo y escalera... Todo ello, calándome bajo la ducha helada que no tardó en empapar por completo mi ropa y calzado.

Rápidamente el agua había alcanzado más de dos dedos de nivel y aquello no se detenía. Una vecina acudió alarmada para decirme que el agua estaba llegando al garaje, cuatro plantas más abajo. Respiré hondo, tratando de recordar dónde estaba la llave de paso general y, con la cabeza embotada, la localicé en un armario del descansillo. Cerré la palanca en plan "misión imposible", pero el agua siguió cayendo hasta que se vaciaron las tuberías...

No caminaba, chapoteaba. En ese momento, había más de tres dedos embalsados. Respiré hondo y armándome de mocho, comencé a intentar recoger la riada... Vano intento. Solté la inútil herramienta y, armándome de un cazo, conseguí llenar hasta ocho cubos del agua que iba recogiendo del suelo de la cocina donde más se había acumulado y embalsado gracias a la eficacia de las represas de toallas empapadas.

Cuando ya empezaba a no poder usar el cazo por el descenso de nivel, comenzó a caer agua de nuevo ante mi sorpresa. Corrí al descansillo para comprobar que la llave de paso seguí cerrada, como así era. Antes de buscar explicación, tomé mi olla exprés y la coloqué bajo el chorro que, por su temperatura me contó que esta vez procedía del interior del calentador. Tal vez porque había detenido con pausa el lavavajillas que había puesto a trabajar antes de sentarme a comer. Pero tampoco era cuestión de ponerse a hacer excesivos análisis.

A partir de ese momento, mi tiempo se repartió entre recoger agua del suelo de la cocina e ir vaciando la olla a presión para volver a poner bajo los 80 litros adicionales que deseaban visitarme por cauces inadecuados e imprevistos.

Por si faltaba algo, en una de las idas y venidas, resbalé en el suelo empapado abriéndome de piernas en plan Rudolf Nureyev, con lo que mis entretelas se resintieron hasta lo más íntimo. Afortunadamente pude aferrarme a la encimera de la vitrocerámica y evitarme lo peor.

Entremedias, llamadas telefónicas al seguro, al representante de la empresa propietaria de la vivienda, con el SOS que no cuesta nada imaginar...

Por fin, conseguí terminar de recoger el agua... Creo que es la vez que más limpio ha estado el suelo de la cocina. Justo a tiempo de que llegase un fontanero salvador...

Diagnóstico de avería, parte de guerra, y mañana, espero que más pronto que tarde, volverán con las piezas para reparar el problema interno, así como el techo hundido que después habrá que pintar y etc.. Bien está lo que bien acaba. Y sin perder la calma, al menos exteriormente.

Ejemplo de algo que no he podido evitar, pero sí he podido enfrentar y sentirme satisfecho de haber resuelto inicialmente con la actitud adecuada.

La "media botella llena" que me ha confortado es la reflexión de que, afortunadamente, este incidente ha ocurrido estando yo en mi casa y no durante una de mis frecuentes y prolongadas ausencias. ¡Menos mal!
Prueba superada.

Ahora sólo me queda averiguar quien fue el o la profeta erótico que ayer me deseó un buen día "húmedo"...

FRM [17/12/2013]

martes, 24 de noviembre de 2015

La muerte de un Señor de Quinta

Portada de la primera edición de la novela comentada


Diego Armario, el autor
Hay obras literarias cuyo hallazgo me reafirman en la convicción de que leer es uno de los mayores placeres al alcance de mis posibilidades.

Éste ha sido el caso de la primera novela, que no primer libro, escrita por mi admirado amigo Diego Armario López. Se trata de "La muerte de un Señor de Quinta", cuya primera edición se produjo en enero de 2004, tras quedar finalista en el premio Fernando Lara 2003. Esperemos que muy pronto vea la luz una merecida reedición.

Hace ya varios días que terminé de devorarla con la avidez que me estimuló su arranque violento y trepidante. Como le comenté al autor, es una novela valiente y provocadora que "engancha", porque empieza donde y como otras terminan. Prometí a Diego escribir mi opinión, y voy a tratar de enfrentarme al difícil reto de hacerlo sin desvelar nada sustancial de la apasionante trama, conducida con la habilidad de un cronista con muchas plumas gastadas en el ejercicio de un excelente periodismo.

Debo confesar que, después de "El club de las amantes impacientes", ésta es tan sólo la segunda novela que leo del autor de ambas, al que sigo hace mucho en su faceta periodística. Y nuevamente me ha sorprendido el hábil manejo que hace de la psicología de los personajes. Con precisión de cirujano perfila las almas de los protagonistas en una obra coral en la que intervienen muchas y variadas personalidades, a cual más compleja, lo que pone de manifiesto las enormes dotes que Diego Armario posee para calar en lo más hondo de las personas y extraer los pigmentos con los que matiza sutilmente la gama cromática de las diferencias importantes que subyacen en comportamientos aparentemente similares.

No tiene gran importancia el lugar geográfico en el que el autor sitúa la acción, la sociedad rural sudamericana, porque el mensaje que transmite podría situarse en cualquier tiempo y espacio, puesto que, como describe el primer párrafo del prólogo: "En cualquier lugar del mundo, por muy cercano o lejano que esté de donde nosotros vivimos y aunque no lo sepamos, siempre hay un abusador impune".

Tremenda sentencia que, desgraciadamente, la realidad confirma una y otra vez, a pesar de hacerlo de variadas formas diferentes.

Pero es que lo importante del fondo de la novela, radica en ese crudo mensaje y en sus consecuencias. A la vez que pone de manifiesto la inerme indefensión de los colectivos largamente sometidos a omnímodos poderes incuestionables que terminan aceptando cualquier dictadura, porque "así son las cosas y su orden natural". Odian y se avergüenzan de la represión y abusos que se les imponen, pero son incapaces de actuar con libertad, cuando tienen la ocasión de hacerlo, por el miedo de asumir responsabilidades individuales. Es más cómodo mirar para otro lado y seguir sojuzgados. Un patético retrato en el que los hombres salen muy mal parados... Porque, casi podría decirse que estamos ante una obra con trasfondo de reivindicación feminista, en un contexto caciquil donde el abuso sexual es la norma; el derecho de pernada elevado a regla permanente en pleno siglo XX, con la aceptación timorata y vergonzante de los hombres incapaces de rebelarse contra la humillante costumbre.

Son las mujeres las que tienen un decidido y marcado protagonismo en la escritura de la partitura sinfónica que se interpreta en la novela, desde el brutal, cruel y salvaje principio hasta el inesperado final. Una melodía que suena con el intenso y acre sabor de la justa venganza, dejando pequeño al Conde de Montecristo, paradigma de ese sentimiento en mi imaginario, desde que leí la gran obra de Dumas.

Estamos ante la historia de un pueblo, realmente toda una comarca, dominada por el sistema feudal ancestral del poderío absoluto de los sucesivos Señores de Quinta que, cual monarquía instaurada y mantenida a sangre y fuego, van heredando plena y abusiva posesión sobre las vidas y haciendas de sus vasallos, como miserables y crueles dictadores consentidos y asumidos.

Desde esa posición de dominio absoluto, los Señores de Quinta ejercen toda clase de violaciones y violencias sobre la población, sin que ésta se sienta capaz de hacer nada para modificar tan aberrante estado de cosas. El poder del miedo a enfrentarse a un sistema que se perpetúa por inercia gracias a ello.

Hasta que un buen día, las mujeres actúan por iniciativa propia y con refinada crueldad... El error del peor de los Señores de Quinta, Nacho Murrieta, fue abusar de la mujer equivocada. Y lo pagó.

Aquí me detengo, porque lo que sigue tiene su respuesta en el primer capítulo y he prometido no desvelar nada que pueda privar de su propio placer a otros lectores.

Sólo me gustaría añadir que la habilidad e inteligencia del autor enriquece la obra con un final en el que aporta las claves de los acontecimientos que conducen al nacimiento y creación de un mito legendario, cuyo diseño y construcción es imprescindible para conseguir los objetivos liberadores de la población afectada. Una aportación interesantísima que remata mejor que bien una novela que nada tiene que envidiar a alguna de Mario Puzo en la que retrata la Sicilia profunda.

Finalizo esta breve reseña con las tres citas que encabezan la portadilla de la novela, porque su acertada elección resume mucho mejor que mis palabras, el contenido e intención de la obra.

"Las personas son como la luna:  Siempre tienen un lado oculto que no enseñan a nadie". (Mark Twain)

"En la venganza, el débil es siempre el más feroz". (Reugesem)

"Sólo temo a mis enemigos cuando empiezan a tener razón". (Jacinto Benavente)

Una vez más, gracias, Diego Armario, por el buen rato que me has hecho pasar con este canto al precio de la libertad y los sueños realizables.

FRM [23/11/2015]

jueves, 22 de octubre de 2015

De la vida y la muerte

Aquel lunes de principios de la década final del siglo pasado, recibí una llamada inesperada de mi secretaria que, con voz angustiada y temblorosa me conminaba a acudir urgentemente a la oficina. El motivo de su estado: Aparentemente habían entrado a robar en mi despacho durante el fin de semana.

He diferenciado con toda intención mi despacho del resto de la oficina, porque fue sólo ese ámbito el que había sido violado y devastado por los supuestos ladrones que, sin embargo y como comprobé después, no se habían llevado ninguno de los objetos de valor que allí había... Cuando ordené el desolador panorama, sólo faltaban ciertos documentos que, por fortuna, había fotocopiado con intuitiva previsión.

Mientras me daba una ducha de emergencia, se mezclaban en mi cabeza el impacto preocupado e indignante de la reciente noticia con las emociones vividas durante el fin de semana que había pasado en Francia, en un paraje aislado y cercano a Nimes, invitado en la impresionante vivienda de un gran amigo y maestro, filósofo, alquimista, naturópata y sanador, además de miembro notable de una logia masónica y enlace o colaborador del Mossad en España, entre otras muchas cosas.

Tanto el personaje como la casa y su entorno, así como mis experiencias allí vividas y, desde luego, lo concerniente al extraño robo de mi despacho, merecen un libro aparte. Pero, como suele decirse, esa sería otra historia que tal vez algún día narre en clave de ficción, para hacer creíble lo que, con frecuencia, la realidad ha superado.

¿Entonces a qué viene el preámbulo? Pues, a que me remite a una época y circunstancias en las que tuve la oportunidad de conocer y tratar, más o menos profundamente, a personas tan diversas y heterogéneas como apasionantes y enriquecedoras.

Era una etapa en la que los vericuetos y pliegues de mi nómada existencia me habían conducido a coprotagonizar el proyecto de relanzamiento de la mítica revista "Mundo Desconocido"; pionera y modélica en su género que había fundado años antes mi fraternal amigo y colega, el periodista, escritor e investigador Andreas Faber Kaiser, prematura, injustificada e inexplicablemente fallecido en marzo de 1994.

Poco podía imaginar entonces que me estaba adentrando en unos mundos realmente desconocidos, hollando el suelo poco firme y peligroso de las arenas movedizas que cubren lo mucho que se oculta en el subsuelo de lo cotidiano, conocido y visible.

Situado el contexto, me centraré en uno de esos interesantes personajes a los que antes me he referido y cuyo magisterio me ha enriquecido de conocimiento en varias ocasiones. Se trata de Josep Maria Fericgla, Doctor en Antropología Social y Cultural, así como Etnopsicólogo de larga y probada experiencia.


Tuve el placer de conocerle en 1994, cuando acababa de escribir su interesante libro "El bolet i la gènesi de les cultures" (El hongo y la génesis de las culturas) que disfruté en su texto catalán original y he releído recientemente en una edición posterior, traducida al castellano.

Sería pretencioso por mi parte definirle como amigo personal, aunque nuestra relación siempre fue cordialmente amistosa y debo a su generosidad la gran ayuda que me regaló, cuando en 2005 tuve que realizar un amplio reportaje periodístico sobre el culto del Santo Daime y su sagrado sacramento, la ayahuasca, de cuya psicoactiva sustancia enteógena Fericgla es un cualificado estudioso y experimentado conocedor.

A raíz de este último contacto, he seguido recibiendo información de los interesantes y útiles Talleres Vivenciales que el Dr. Fericgla organiza y dirige a través de su Fundación de Etnopsicología y estados expandidos de consciencia.

El último correo que he recibido, el reciente día 19 de este mes, contiene información sobre su Taller "Despertar a la Vida a través de la Muerte".

En un contexto cultural que vive de espaldas al fenómeno natural de la muerte y sufre profundamente por la certeza de la propia o por la de un ser querido, la experiencia que brinda este Taller Vivencial es casi imprescindible.

En palabras del propio Dr. Fericgla, es una vivencia completa y profundamente espiritual de desarrollo psicológico y existencial. Quien es capaz de enfrentarse a la muerte abre una incomparable y nueva dimensión de su vida basada en la aceptación profunda de uno mismo. Es un Taller de carácter catártico, que permite descubrir dimensiones insospechadas de la existencia, por el camino de descargar las presiones emocionales que nos condicionan. Por medio de un estado expandido de consciencia, cada asistente constata las causas que limitan su vida.

El propulsor de la catarsis es la Respiración Holorénica, controlada por ejercicios, músicas y sonidos altamente seleccionados. Ello empuja a los asistentes a una disolución creativa del ego, ayudando a descubrir el lugar exacto donde cada uno está atascado en la vida.

La Respiración Holorénica, metodología desarrollada por el propio Fericgla, induce un estado modificado de conciencia, equivalente al que producen las sustancias enteógenas, y ayuda a liberar miedos, bloqueos físicos y emocionales... a reconocerse, en definitiva.

Conozco el enclave donde se llevan a cabo los Talleres Vivenciales, Can Benet Vives, situado a 50 km de Barcelona, en el Parque Natural del Montnegre, y puedo asegurar que es el marco ideal para vivir un fin de semana sumergido en la experiencia descrita.

Una asignatura pendiente de preparación para enfrentarse con éxito al examen final al que todos estamos convocados.

FRM [21/10/2015]

sábado, 19 de septiembre de 2015

El club de las amantes impacientes

Portada del libro reseñado. Editorial Arcopress SL, 2015

"El sexo sin amor es una experiencia vacía.
Pero como experiencia vacía es una de las mejores".

Woody Allen


Con esta frase de Woody Allen se abre la novela de Diego Armario López que he disfrutado recientemente...

Estoy en deuda con mi amigo Diego Armario López. Doblemente, porque hace tiempo que empecé a escribir estas líneas que le prometí y por el buen rato que he pasado, y tengo que agradecerle, con la lectura de su última novela "El club de las amantes impacientes", a la que me acerqué con la curiosidad de quien sólo conocía y admiraba al autor en su faceta de periodista.

En esta obra, Diego Armario nos pone en contacto con Adolfo, el protagonista de la novela, y debo decir que puede ser un descubrimiento apasionante, siempre que el lector esté decidido a bucear en el viscoso líquido, mezcla de fluidos orgánicos y alcohol, en el que la frustrada personalidad de Adolfo está sumergida.

Diego Armario López
Porque "El club de las amantes impacientes" es, en mi opinión, mucho más que una novela erótica o de sexo, aunque de ambas cosas tiene mucho y explícitamente descrito, con un lenguaje impúdico y de soez intimidad, descarnado y húmedo, para mejor describir las humedades carnales. La historia, narrada en clave de autobiografía ficcionada y friccionada, contiene un rosario de personajes interesantísimos, desde el propio escritor que la protagoniza, hasta Emma, la estresante y cerebral editora proxeneta de autores que acepta prostituirse, pagando con sexo la obtención de otro sexo.

Adolfo es un escritor aceptablemente bueno que atraviesa uno de los peores momentos de su vida. En plena crisis sentimental de desamor y autodesprecio, se ve impelido a aceptar, con repugnancia y acuciado por su necesidad económica, la exigencia del encargo de escribir una novela basada en su intensa y extensa vida sexual con multitud de amantes de toda índole, y con la condición ineludible de que se reencuentre con ellas y narre la experiencia previa y la del nuevo encuentro.

No sé lo que sentirán otros lectores. Puede que muchos y muchas se queden en la superficie del pasatiempo excitante de la sexualidad desenfrenada que contiene. Y no es poco. Pero, para mí ha sido un recorrido por los pliegues de mi existencia, en el que he conocido y reconocido a muchos de los personajes en lo que tienen de esencia fundamental, más allá de las ficciones de sus anécdotas literarias exigidas por el guión que Diego Armario teje y desarrolla brillantemente.

El propio Adolfo contiene mucho de lo que todos, o algunos, hemos sentido alguna vez; aunque, desde luego, tiene o ha tenido mucho más de lo que algunos hemos tenido, pero bastante o demasiado de lo que nos han hecho ser o sentir.

Viajando entre las páginas del libro he reconocido a Patxi, guitarrista no vasco de la banda que actúa en un bar de copas con su grupo de músicos y que, como Diego describe: "Tenían todo el aspecto de haber recorrido miles de kilómetros de garito en garito, bebiendo, fumando y follando de mala manera todo lo que habían encontrado en el camino. Eran la viva imagen de unos viejos que aún se creían adolescentes porque seguían viviendo sin más compromiso que el de llegar al día siguiente, y volver a empezar." (pág. 12).

En el mismo local me he reencontrado con Eva, paradigma de la puta que ejerce el viejo oficio por necesidad económica para alimentar a su hijo, careciendo del alma de puta que poseen muchas que sólo cobran en ajenas emociones frustradas para alimentar a su ego.

He sonreído con ternura al evocar la amistad sincera y llena de afecto que ofrece Lourdes, agente literaria de Adolfo, que se nos presenta como lesbiana para acentuar más la axesualidad de sus auténticos sentimientos hacia el protagonista, al que desea ayudar por encima de intereses económicos y profesionales.

Impagable el reconocible personaje de Miguelón, ex fotógrafo y propietario del bar de Lavapiés, "en el que se intercambiaba de todo lo que oliese a libertad de pensamiento y creación [...] tenía pelo largo y blanco, mirada cansada, voz grave, hablar dudoso y esperanza limitada; venía de batallas perdidas y amores desengañados, pero se había agarrado a una tabla de salvación al hacer de aquel espacio un lugar en que se se escuchaban palabras sin nombre, sonaban blues y música country, y se proyectaban las fotos que, a lo largo de su vida, había tirado con una Nikon..." (pág. 92).

Miguelón, con sabiduría existencial, le suelta a Adolfo, mientras éste se baña en copas, una sentencia que hay que leer despacio: "-Aunque huyas, siempre serás lo que eres: un jodido escritor, o un poeta, o un músico, porque a tu edad no puedes inventarte una nueva vida." (pág. 101).

No es menos interesante el personaje del psiquiatra Pablo Pastoriza; el honesto doctor que acaba siendo ayudado por el paciente al que tiene que ayudar, porque realmente ambos lo necesitan. Y que Adolfo necesita mucha ayuda, lo demuestra la frustración contenida en su frase autodestructiva: "La vida [...] es una puta mierda, porque sólo merece la pena luchar por lo que nunca se consigue." (pág. 105).

El abanico de mujeres que componen el club de Adolfo sólo tienen en común las relaciones sexuales con el protagonista que, en ese aspecto, resulta un envidiable ejemplar de semental inagotable e insaciable. Por lo demás, poseen también una gran riqueza de matices y peculiaridades que las hace protagonistas de interesantes y muy distintas experiencias vitales, algunas con tintes de dramatismo sorprendentes que no voy a desvelar aquí. Sí subrayaré algo que hace mucho descubrí y la novela confirma, los hombres no "ligamos" nunca, son ellas las que siempre deciden a quién, cómo y cuándo cazar, así como cuándo abandonar la presa tomada.

De todas, me han dejado un recuerdo especialmente grato dos de ellas, con las que precisamente no llega a acostarse el protagonista. Ruth que le dice a Adolfo lo mejor que puede escuchar cuando se reencuentran: "-Tú sí que eres especial! [...] Eres buena gente en un mundo en el que hay demasiados bichos." (pág. 230). Y Soledad, la mujer cuyo nombre no me parece casual, y a la que hace descubrir aspectos ignorados de sí misma al sentir un enorme placer sexual sólo con la descripción de supuestos sueños imaginarios tenidos por ella y escritos por él.

Para rematar el perfil del personaje de escritor maldito de Adolfo, me quedo con dos citas que le definen al margen de la mala opinión que él tiene sobre sí mismo. Una es de Emma, la voraz editora. Y la otra es del psiquiatra citado.

Emma le dice: "-No me extraña que le hayas gustado a tantas mujeres. Eres un cabronazo maravilloso y singular, pero lo que más me atrae de ti es que tengas sentimientos y, a veces, parezcas frágil porque chulos indecentes, hay muchos en el mercado pero gente que seduzca, ame y sufra, y además merezca la pena, no hay tantos." (pág. 113).

En otro momento, Pablo le tiende una mano liberadora: "-Tú tienes una historia que merece ser contada y además te acompaña la suerte de poder hacerlo porque sabes escribir y trasladar sentimientos al papel. No eres tan mala persona como te han hecho creer. Has hecho felices a muchas mujeres y eso es un motivo para que te sientas bien." (pág. 241).

Finalmente, creo llegado el momento de dar por terminada esta reseña, citando unas palabras muy apropiadas del propio libro: "Irse a tiempo o saber decir adiós en el momento preciso es la garantía indispensable para evitar que se pudran los sentimientos y conviertan el amor en odio o rencor." (pag. 275)

Gracias, Diego Armario. Espero que disculpes que haya escrito mi opinión sin mencionar pollas, coños, culos, clítoris ni exaltaciones erotico-festivas varias, que bien están donde tú las has colocado en tu amena novela.

FRM [19/09/2015]