El Rincón del Nómada

El Rincón del Nómada
La libre soledad del ermitaño es el terreno más fértil para que germine y florezca la creatividad. (Foto propia, 2014. Isleta del Moro, Almería)

sábado, 26 de diciembre de 2015

Y volé como Nureyev

Fotomontaje propio

BAILÉ COMO RUDOLF NUREYEV, SUPERÉ LA PRUEBA Y TUVE UN DÍA HÚMEDO...
¿SE PUEDE PEDIR MÁS?

Desde hace muchos años, he sostenido muy sinceramente dos principios existenciales y complementarios: No se pueden evitar las circunstancias externas, ajenas a la propia voluntad, pero siempre se puede controlar la actitud frente a ellas. Y, cuando la botella de los motivos de felicidad está por la mitad de su contenido, siempre hay que celebrar la media que existe, sin lamentar la media que falta.

No hace mucho que el destino, juguetón él, me ha querido poner a prueba. Durilla, pero bien elegida, doy fe.

Un poco antes de las cuatro de la tarde, en el reposo que sigue a la sobremesa, se oyó un golpe estruendoso en mi casa, seguido del inconfundible sonido del agua cuando cae a cántaros desde una altura considerable. El documental de la 2 que estaba viendo se quedó esperándome cuando salté como impulsado por un resorte y francamente alarmado por lo que estaba oyendo.

Al llegar al vestíbulo me quedé paralizado. La trampilla del falso techo que oculta el calentador del agua y su instalación estaba parcialmente desprendida. Parte del techo contiguo se había desplomado y el resto presentaba grietas y fisuras de varias proporciones y el agua caía torrencialmente por todos los huecos, abriendo otros nuevos a su paso incontenible.

Durante unos instantes me quedé paralizado, entre desconcertado y aterrado, porque el agua ya cubría el suelo del vestíbulo y la cocina contigua, comenzando a invadir parte del comedor y el pasillo que conduce a las habitaciones. Mi primer pensamiento fue elevar y apartar las cajas de embalaje que aún me rodean, con libros y documentos, recordando otra inundación del pasado en la que perdí documentos y volúmenes irrecuperables e irremplazables.

Hecho esto, cubrí con toallas de baño y un albornoz los huecos de las puertas colindantes, mientras veía impotente como el agua se filtraba por debajo de la puerta exterior invadiendo descansillo y escalera... Todo ello, calándome bajo la ducha helada que no tardó en empapar por completo mi ropa y calzado.

Rápidamente el agua había alcanzado más de dos dedos de nivel y aquello no se detenía. Una vecina acudió alarmada para decirme que el agua estaba llegando al garaje, cuatro plantas más abajo. Respiré hondo, tratando de recordar dónde estaba la llave de paso general y, con la cabeza embotada, la localicé en un armario del descansillo. Cerré la palanca en plan "misión imposible", pero el agua siguió cayendo hasta que se vaciaron las tuberías...

No caminaba, chapoteaba. En ese momento, había más de tres dedos embalsados. Respiré hondo y armándome de mocho, comencé a intentar recoger la riada... Vano intento. Solté la inútil herramienta y, armándome de un cazo, conseguí llenar hasta ocho cubos del agua que iba recogiendo del suelo de la cocina donde más se había acumulado y embalsado gracias a la eficacia de las represas de toallas empapadas.

Cuando ya empezaba a no poder usar el cazo por el descenso de nivel, comenzó a caer agua de nuevo ante mi sorpresa. Corrí al descansillo para comprobar que la llave de paso seguí cerrada, como así era. Antes de buscar explicación, tomé mi olla exprés y la coloqué bajo el chorro que, por su temperatura me contó que esta vez procedía del interior del calentador. Tal vez porque había detenido con pausa el lavavajillas que había puesto a trabajar antes de sentarme a comer. Pero tampoco era cuestión de ponerse a hacer excesivos análisis.

A partir de ese momento, mi tiempo se repartió entre recoger agua del suelo de la cocina e ir vaciando la olla a presión para volver a poner bajo los 80 litros adicionales que deseaban visitarme por cauces inadecuados e imprevistos.

Por si faltaba algo, en una de las idas y venidas, resbalé en el suelo empapado abriéndome de piernas en plan Rudolf Nureyev, con lo que mis entretelas se resintieron hasta lo más íntimo. Afortunadamente pude aferrarme a la encimera de la vitrocerámica y evitarme lo peor.

Entremedias, llamadas telefónicas al seguro, al representante de la empresa propietaria de la vivienda, con el SOS que no cuesta nada imaginar...

Por fin, conseguí terminar de recoger el agua... Creo que es la vez que más limpio ha estado el suelo de la cocina. Justo a tiempo de que llegase un fontanero salvador...

Diagnóstico de avería, parte de guerra, y mañana, espero que más pronto que tarde, volverán con las piezas para reparar el problema interno, así como el techo hundido que después habrá que pintar y etc.. Bien está lo que bien acaba. Y sin perder la calma, al menos exteriormente.

Ejemplo de algo que no he podido evitar, pero sí he podido enfrentar y sentirme satisfecho de haber resuelto inicialmente con la actitud adecuada.

La "media botella llena" que me ha confortado es la reflexión de que, afortunadamente, este incidente ha ocurrido estando yo en mi casa y no durante una de mis frecuentes y prolongadas ausencias. ¡Menos mal!
Prueba superada.

Ahora sólo me queda averiguar quien fue el o la profeta erótico que ayer me deseó un buen día "húmedo"...

FRM [17/12/2013]

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