El Rincón del Nómada

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La libre soledad del ermitaño es el terreno más fértil para que germine y florezca la creatividad. (Foto propia, 2014. Isleta del Moro, Almería)
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jueves, 24 de mayo de 2018

¿Sincronicidad artística?

Emocionado por mi reencuentro con el cuadro de Fortuny comentado.

En el pasado mes de febrero de este año y durante más de tres horas, pude admirar la extraordinaria exposición de la obra de Mariano Fortuny mostrada en el Museo del Prado.

No encuentro palabras para describir la impresión que me produjo la maestría de Fortuny en el uso de la acuarela, imposible de apreciar bien en las reproducciones de los libros de arte, por buenas que sean. Admirar las obras originales es algo irrenunciable, siempre que sea posible.

No son menos impresionantes sus óleos y grabados, así como las copias que realizó de detalles o fragmentos de cuadros de Velázquez, Goya o el Greco.

Pero si algo me ha impactado a título personal es el inesperado y segundo encuentro en mi vida con un cuadro de este pintor que descubrí en 1999 y que nos ofrece la mitad de un fenómeno sorprendente y aparentemente inexplicable o, como mínimo, inexplicado. El cuadro es una obra menor y nos muestra un paisaje que forma parte de un misterio con una sola imagen, prácticamente idéntica, para reproducir dos momentos de un mismo año —1871—, dos lugares distintos y distantes, dos pintores —Manet y Fortuny— y dos obras, cuya única y mínima diferencia significativa es el formato.

En su día, escribí un reportaje más amplio con toda la información de mi investigación personal que fue publicado en la revista digital "El Octavo Sabio", donde argumentaba exhaustivamente lo improbable de que uno de los pintores hubiese copiado al otro. Es posible que, en un futuro próximo, publique aquí los interesantes pormenores de mi investigación.

Ahora, después de mi emocionante reencuentro, y de haber hablado recientemente de sincronicidades, no puedo dejar de compartir ambos cuadros con su insólita, documentada y ¡diferente! ubicación geográfica de los dos paisajes pintados, cuyas imágenes incluyo aquí.

Desde 1999 busco la explicación en diversas fuentes de todo tipo, con resultados infructuosos hasta el momento, en el que lo único que tengo rotundamente claro es que el fenómeno no es fruto de la "casualidad", aunque lamentablemente, hoy en día, aún ignoro la causalidad.

En las imágenes de los dos cuadros, a la izquierda, "Vista de Granada" de Mariano Fortuny (1870/1872), colección del MNAC. Y, a la derecha, "Paisaje de Oloron-sur-Seine", realizado por Édouard Manet (1871), expuesto en la Stuttgarter Gallery.

FRM [24/05/2018]

Manet
Fortuny



martes, 21 de febrero de 2017

Otra casualidad

El jarroncito de mi madre reaparecido

Quienes me conocen desde hace tiempo, saben que no creo en las casualidades. Entiendo que ese término responde a la necesidad del ser humano para definir conceptualmente todos los efectos sorprendentes cuyos orígenes causales ignora o escapan a su comprensión. Es una forma de inmediata sedación, de tranquilizadora analgesia racionalista, frente a la angustia ancestral ante lo desconocido e inexplicable.

Curiosamente, a mí siempre me han llamado poderosamente la atención ese tipo de coincidencias inesperadas, de las que está plagada la Historia y, por supuesto, son frecuentes en la vida cotidiana. Al menos en la mía, o puede que yo sea más consciente de ello por haber desarrollado una especie de alerta permanente.

Muchas han sido y serán las posibles explicaciones que se han pretendido dar, desde el punto de vista de las conocidas como "paraciencias" —tan denostadas por los criterios más racionalistas—. Sin embargo, tampoco han pasado por alto estos fenómenos algunos reputados científicos como Carl Gustav Jug o Wolfgang Ernst Pauli que, desde psicología, el uno y a través de la física, el otro, acuñaron y manejaron el concepto de las "sincronicidades" para algunos de los fenómenos que nos ocupan.

Sea como sea y por lo que quiera que sea, el hecho innegable es que todos nos hemos encontrado más de una vez frente a acontecimientos o sucesos que se presentan de forma incontrovertible e inexplicable, efectos con una hipotética causa original que se escapa a nuestra información y conocimientos y cuya existencia responde a una ínfima y muy remota probabilidad estadística, en términos de la lógica matemática.

Y lo expuesto obedece a que hace muy poco he vivido la más reciente y una de las más emocionantes de esas "casualidades".

Por muchas razones que nos apartarían del tema principal, estoy sumido en la ardua tarea de reducir de forma drástica el volumen de enseres, objetos, recuerdos y documentos que he venido acumulando a lo largo de mi nómada existencia, en la que, salvo accidentes lamentables, casi nunca me he desprendido de nada, algo que ahora carece de sentido, exceptuando argumentos de románticas nostalgias y dudosas utilidades potenciales insostenibles al día de hoy.

En tan ardua tarea, he recibido varias ayudas de otras manos menos apegadas y mentes más lúcidas que la mía, fruto de lo que mi hija mayor desempaquetó hace muy poco un pequeño jarrón, de poco más de 8 cm de altura, que yo creía perdido hace tiempo, pues era parte de un juego de porcelana de tres piezas del que sólo ésta ha sobrevivido durante más de un siglo. Me hizo una enorme ilusión, pues se trata de un recuerdo de mi niñez con orígenes que proceden de mis abuelos, creo que paternos, y que mi madre tenía en gran estima. Lo limpié y guardé con gran cariño, mientras una sonrisa viajera me llevaba a mi hogar de infancia de cuya modesta decoración siempre formó parte.

Hasta aquí, no pasaría de ser una anécdota más de mi proceso de arqueología personal, excavando en los sarcófagos de cartón de las cajas de embalaje que aún quedan por abrir.

Sin embargo, lo curioso es que mientras mi hija se dedicaba a desembalar objetos, yo me he estado concentrando en revisar y hacer limpieza de papeles de todo tipo en la zona híbrida del taller/estudio/despacho. Como consecuencia de ello, me tropecé poco después con algunas carpetas y sobres conteniendo dibujos de diferentes épocas de mi infancia que mi madre había recopilado y atesorado mientras vivió. Como es lógico, faltan muchos de los que hice en aquellos años, pero los que se conservan y ahora disfruto son un verdadero filón de recuerdos entrañables.

Dibujo citado
Entre los dibujos encontrados hay tres fechados en 1960 y uno de ellos en el 14 de mayo de ese año, lo que me hace sospechar que fue un regalo retrasado para mi madre, cuyo cumpleaños era tres días antes, y en un tiempo en el que me faltaban algo más de dos meses para cumplir mis 13 años.

Lo curioso, lo inexplicable, lo "casual", es que ese pequeño dibujo, torpemente coloreado con gouache, es... ¡una copia del jarroncito previamente hallado por mi hija, dos o tres días antes!

Dos supervivencias insólitas en mis circunstancias y que reaparecen en mi presente casi simultáneamente, después de más de veinte años de estar embalados, olvidados, y haber sobrevivido a toda suerte de circunstancias y traslados...

¿Casualidad?

FRM [21/02/2017]

Nota final: Exactamente en el momento en que estoy terminando de escribir y editar esta entrada, recibo la confirmación de que acabo de recuperar otros simbólicamente valiosos recuerdos de mis padres que hace meses que esperaba pacientemente... Otra feliz casualidad.