Bombos del sorteo de lotería de Navidad. (Fotografía de La Vanguardia) |
Hacía mucho que había dejado atrás la infancia, aunque seguía siendo muy niño para muchas cosas, incluso quizá demasiado niño y es probable que para demasiadas cosas. En todo caso, ya había rebasado la edad que tenía su adorado padre cuando emprendió el largo viaje sin retorno, con lo que quedó para siempre a su lado, instalado en el legado de la presencia más intensa y tangible de un venerado recuerdo, constantemente presente.
Esa presencia, se le hacía particularmente perceptible en los momentos más difíciles, cuando precisaba del consejo de su sabia bondad y serena actitud ante los avatares de la vida o en las efemérides que traían a su alma el eco de maravillosos momentos del pasado remoto, traídos al presente por los múltiples e imborrables acontecimientos tradicionales. Esos sucesos que, por asociación inconsciente, amplificaban su presencia tras la que, casi siempre, estaba el firme baluarte de la de su madre, también ausente desde varios años después y muchos antes de éste.
"[...] el nueve..." |
Tal era el caso de la cantinela monocorde y reiterativa de los famosos "Niños de San Ildefonso" que indefectiblemente ponía y sigue poniendo música de fondo al día 22 de diciembre de cada año, actuando como apertura oficial en la inauguración de la Navidad de toda la vida, a despecho de otros interesados anticipos comerciales o municipales que se adelantan hasta meses, de forma repelente, desmitificada y creadora de nuevos e importados arquetipos.
En momentos como ése, nuestro niño adulto, no podía evitar volver a ver a su padre con la prolija lista de números que había escrito con su pulcra y bella letra de educada caligrafía epistolar, trazada con la estilográfica Montblanc que aún conservaba en perfecto y cuidado estado nuestro protagonista. Vuelve a verlo, está allí, sentado en la mesa camilla, con las piernas cobijadas bajo sus faldas y al amor del brasero de cisco y carbón de encina, cuyas brasas avivaba de tarde en tarde con la badila de hierro, largo mango y cazoleta que su imaginación infantil siempre asoció a la bacía, usada como yelmo Don Quijote en sus andanzas de aventuras y desventuras.
La tal lista, gran protagonista bajo la voz de los huerfanitos expandida por la radio y extendida por el patio de vecindad, era una herramienta imprescindible para controlar los muchísimos números que se jugaban entonces, gracias al intercambio de participaciones que solía hacerse con amigos, familiares, vecinos, conocidos y comercios del barrio en los que la madre adquiría las vituallas para el modesto pero rico sustento de aquella familia de seis miembros que vivía unida y feliz en un "holgado" piso de 45 metros cuadrados y tres micro dormitorios, pero donde siempre cabían y eran bien recibidos tantos invitados como querían llegar y no eran pocos.
Pero, volviendo a aquel santo varón, allí vuelve a estar cada año, con su lista perfecta ordenada por la numeración de décimos y participaciones que previamente habían sido clasificados uno a uno con igual criterio y esmero. Así, seguía con la agilidad de un consumado "binguero" (término que no existía entonces), la cantinela que, en el mejor de los casos, provocaba exclamaciones de alegría si "caía algo en la pedrea". Júbilo al que se sumaba la madre que zascandileaba entre pucheros, llenando el pequeño hogar de la aromática fragancia de sus más que apetitosos guisos.
Y, por tonto que pueda parecer, era una mañana emocionante y divertida en la que todos participaban bajo la diestra batuta directora del maestro de la ceremonia lotera, en la que el padre era investido para la celebración del rito anual.
No era ese el único ritual que se observaba en aquella familia. Había otro de escrupuloso respeto a la figura del padre, paradójicamente impuesto y defendido por una madre de la que se decía que "llevaba los pantalones". En esa casa nadie probaba el turrón, a pesar de soñar con tal golosina de lujo todo el año, antes de que el padre lo cortara ceremoniosamente, inaugurando las tabletas al finalizar la cena de Nochebuena y como ansiado postre. A lo sumo, los dos hijos más pequeños, robaban antes alguna "peladilla", como goloso anticipo de los sabores navideños, cogida a escondidas de la fuente en la que convivían con los mantecados, polvorones y frutas escarchadas.
Un Nacimiento en cada casa... |
El ambiente era de inmensa alegría y felicidad. El amor era auténtico y sincero, a pesar de las inevitables "cosillas", y, en esas fechas, la única diferencia con el resto del año, era que se destapaba la espita que lo mantenía menos ostensible y evidente. Los vecinos y amigos no paraban de circular por la vivienda de nuestro protagonista, así como ellos correspondían con reciprocidad, felicitando a cuantos se conocía y quería, con franca cordialidad e infantiles visitas petitorias de aguinaldo.
Después de la cena y de degustar el ya inaugurado turrón, un numeroso grupo de vecinos, unidos por la argamasa de la amistad más solidaria, se lanzaban a la calle entre risas, anécdotas, bromas y villancicos para acudir a la celebración de la tradicional "Misa del Gallo" en la parroquia del barrio, hasta uno que era "muy rojo" y ateo, pero hacía una excepción por amistad y solidario afecto vecinal... Y la pequeña iglesia era una fiesta, presidida por una linda talla del Niño Jesús en su cuna instalada frente al altar.
Felicidad y alegría a raudales... Botellas de anís "del mono" que todos disfrutaban, bebiendo los adultos y a guisa de instrumento musical compañero de las panderetas y rascado con estridente cucharilla por los más pequeños, mientras cantaban el "ande, ande, ande..." Y todo, a pesar de no tener árbol con luces, lazos y bolitas de colorines; a pesar de no pensar en Papá Noël ni quizá saber de su invención; y, desde luego, sin tener regalos que sólo los Reyes Magos traerían en la noche del 5 de enero a los niños buenos que, cómo no, dejábamos golosinas y bebidas para ellos y sus camellos... A pesar de ello o quizá gracias a ello.
Algo de todo aquello se mantuvo durante la infancia de las propias hijas del personaje cuyos recuerdos narramos. Pero ese tiempo también pasó y hoy es otra memoria ausente y lejana.
Ahora, muchos años después, como decíamos al comienzo de esta historia, hay quienes piensan que aquel niño que no termina de hacerse hombre, se ha vuelto huraño y ha "cogido manía" a la Navidad, abandonándola con un aparente rechazo no siempre comprendido...
Y resulta que no. Que ha sido la Navidad la que ha abandonado al niño; aquella genuina y añorada Navidad, compartida por todos en amor, fe y concordia, es la que ha abandonado la sociedad. Se ha ido; y lo que la ha sustituido ha usurpado el nombre para bautizar otros contenidos y actitudes. Por eso, nuestro niño, ahora casi hombre, se ha quedado sin fiestas que celebrar, pero con mucho amor para recordar.
¡Feliz auténtica Navidad!
FRM [22/12/2016]
Con amor, emocionada nostalgia y eterna gratitud a aquellos padres que nos hicieron celebrar auténticas, felices e inolvidables navidades.
Mis padres |
Mi querido Paco, todo, absolutamente todo lo que narras en este precioso relato dedicado a la Auténtica Navidad, lo he vivido yo. Me has transportado unos cuantos años atrás a unas Navidades entrañables y realmente especiales. Recuerdo TODO con verdadera nostalgia, incluidos esos trozos de turrón y copitas de anís que les dejábamos a los Reyes Magos en una mesita del salón, encontrando a la mañana siguiente las copitas vacías y unas cuantas migajas de turrón. Te agradezco en el alma que hayas resucitado en mí esos recuerdos preciosos y te prometo que si algún día podemos compartir una Navidad, será de pé a pa como aquí la describes. Mis mejores deseos para que disfrutes de una Auténtica Navidad.
ResponderEliminarNo te imaginas la alegría que me has dado con tu comentario, querida MEL. Y, desde luego no me sorprende nada de lo que expresas. Me has hecho sonreír con esa idea de compartir una Navidad "de pe a pa"... ¡Quién sabe! Sería muy bonito y es muy sugerente. Besos enormes a cuenta de los que no podrás evitar cuando nos veamos... prontito.
Eliminarmuy hermoso relato donde podemos encontrar recuerdos propios, al menos todos los que... hemos dado lugar a que sea la navidad quién nos abandone a nosotros y no al revés, como muy bien dices. Gracias por escribirlo.
ResponderEliminarGracias a ti por leerlo y comentarlo, amigo Samael.
EliminarUn hermoso relato cargado de magia, de esos tiempos de antes cuando las Navidades tenían la esencia de la familia, el amor, la aromonía y el encanto de los pequeños detalles. Un abrazo Francisco y mis mejores deseos de paz, dicha y prosperidad.
EliminarMuchas gracias, Vilma. Esa he sido la evocación que me ha inspirado. Un abrazo, con los mismos deseos para ti y toda tu familia.
Eliminarentrañable y muy hermoso, además de reconocible. Que sigan siendo felices tus navidades, el truco está en volver a ser niño.
ResponderEliminar¡Ojalá fuese tan fácil, amigo! Abrazos.
EliminarHas descrito mi Navidad, la mía, y la de tantos y tantos, que hacíamos nuestras propias figuras de cartulinas, y bolitas de papel,nuestro nacimiento recortable, y poníamos paja en la ventana para dar de comer a los camellos la Nochebuena de Reyes...Nos conformábamos con estar en la mesa toda la familia junta, con cantar villancicos, con salir a ver a los abuelos a pedir el aguilando... hoy día nada vale si no va envuelto en papel cruche, en oropel y luces de neón, si no hay un viaje por medio o miles de luces detrás...en casa( la mía) aún conserva algo del ayer... pero la presión social oprime mucho y se va diluyendo la poca esencia que queda... es como resistir a un sunami.
ResponderEliminarGracias por traer tu memoria a nosotros.
Reme Gras.
Esas nostálgicas memorias compartidas que desaparecerán de la memoria colectiva cuando no quedemos ninguno de los que las disfrutamos con la alegría irrepetible de lo importante que ha sido sustituido por lo urgente. De lo más valioso del SER, depreciado frente a la ansiedad del TENER. Por eso me alejo del fraude del presente. Para no ser "aguafiestas" de los que, de alguna manera, así lo sientan todavía, aunque sea tan diferente para la mayoría. Gracias por ser de las mías, querida Reme y gracias por tus palabras entrañables.
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