Viñeta de Harold Foster para la saga de "El Príncipe Valiente" |
Tenía yo en mi mochila vital poco más de 25 años, o sea, que ya ha llovido como para llenar el triple de los pantanos excelentísimamente inaugurados en el NO-DO. Ello significa que, en consecuencia y para muchas cosas, era entonces un "pardillo", como corresponde a las circunstancias históricas del contexto y a las personales de este nómada peregrino. Aunque debo admitir que, para algunas otras, sigo siéndolo... para qué engañarnos.
Pero, volvamos a lo esencial, porque me lío en íntimos devaneos de la memoria y no es esa la cuestión que me ha puesto a escribir sobre algo con pretensiones de más trascendencia.
Pues eso, que tenía yo poco más de 25 años, cuando ya desempeñaba un cargo profesional de responsabilidad directiva en el Departamento de Marketing de una gran multinacional que combatía el mal aliento con rima y sigue haciéndolo en prosa. En aquella empresa era costumbre habitual perfeccionar la formación de los mandos intermedios y su hermanamiento en la causa común, con períodos de entrenamiento ("training", decían) durante unos meses en otros países para ampliar fronteras y conocimientos sobre las diferentes aplicaciones locales de la estrategia comercial compartida en todo el mundo.
Fruto de esta política, me correspondió tutelar a una entrañable compañera filipina en el tiempo que convivió profesionalmente con el equipo de Madrid. Lamento sinceramente no recordar con seguridad su nombre en este momento, creo que era Nora, pero nunca olvidaré el afecto sincero y la complicidad que aquella etapa generó entre nosotros. Me deleitaba oírle hablar en tagalo, sin entender nada pero disfrutando de la melódica lengua, y me hacía esforzarme en nuestras largas conversaciones en el inglés que ella dominaba mucho más que yo.
La verdad es que nos hicimos muy amigos. Era un alma grande y sincera en un cuerpecito muy pequeño. Y, el día que nos despedimos, me hizo un regalo que he tardado años en comprender plenamente, a pesar de lo mucho que lo he podido constatar en todos los órdenes de mi vida, paso a paso, a lo largo de todo el camino.
Me dio un fuerte abrazo y con un beso portador de su gratitud, me dijo mirándome a los ojos: "Con tus cualidades, siempre serás un brillante e insustituible segundo para todo, pero nunca el mejor primero. Eres demasiado romántico, idealista y buena persona".
Tenía razón en lo fundamental. Lo tomé como casi un cumplido y en realidad era un aviso. Lúcida advertencia de la certera analista o visionaria profética que fue mi amiga y rememorada ex compañera filipina, como he podido constatar a lo largo de más de cuarenta años después.
Ambos roles me ha tocado desempeñar en el camino recorrido y me he percatado de que ha sido como fui avisado y no sólo en lo profesional. También en lo más íntimo y privado del terreno personal. En mis aficiones y en mis relaciones... En todo ello, recuerdo haber desempeñado siempre un más que digno "segundo lugar", pero rara vez un óptimo primer puesto. Algo deseado, más entendido como "ser lo primero para alguien" que como ser el primero en algo o de algo.
Pero es lo que hay y así hay que aceptarlo, es normal que un pez no trepe a un árbol. No se trata de considerarlo un defecto ni una virtud, aunque soy el menos indicado para valorarlo. Sólo sé que es una arraigada característica que podría resumirse y tener su origen en mis enormes dificultades históricas para decir "NO".
Ignoro si es egoísmo inconsciente o empatía extrema... o una curiosa y puede que inestable mezcla de ambas cosas, si es que ello fuese posible. Probablemente el lenguaje de los códigos actuales lo definiría como una asertividad "a medio cocinar". O, como dirían otros, será una cuestión de "karma".
En fin, al fin y al cabo, Lancelot nunca fue el rey Arturo y lo importante era el amor de Ginebra y la paz en Camelot...
Así que en la cola de la vida, sólo me queda preguntar...
¿Quién da la vez?
FRM [28/12/2016]
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