El Rincón del Nómada

El Rincón del Nómada
La libre soledad del ermitaño es el terreno más fértil para que germine y florezca la creatividad. (Foto propia, 2014. Isleta del Moro, Almería)

jueves, 15 de febrero de 2018

Incontinencia verbal

No ha mucho que me ha tocado departir gozosa conversación con un noble caballero que, poseído de incontenible verborrea, estúvose largo rato hablando sin que, al terminar su parlamento, pudiéramos abordar los asuntos que justificaban el encuentro, debido a la oralidad desaforada de sus reiterados circunloquios, distracciones y desvíos.

Baltasar del Alcázar
Tal asunto, y colijo para mi coleto que algún paciente lector habrá vivido en similares circunstancias y con personajes parecidos, me hizo recordar un sabroso poema que mi amor por la morcilla me ha impedido olvidar, desde la lejana infancia en que leído me fue por vez primera.

Obra  de un poeta sevillano injustamente olvidado, pues puso lustre y brillo al siglo en que vivió y escribió, el famoso Siglo de Oro español. Don Baltasar del Alcázar llamóse y a fe que merece ser recordado, leído y disfrutado su poético y fino humor. Pero, para no pecar de lo enunciado, aquí acabo para publicar el poema mencionado y LA CENA titulado.


En Jaén, donde resido,
vive don Lope de Sosa,
y diréte, Inés, la cosa
más brava d'él que has oído.

Tenía este caballero
un criado portugués...
Pero cenemos, Inés,
si te parece, primero.

La mesa tenemos puesta;
lo que se ha de cenar, junto;
las tazas y el vino, a punto;
falta comenzar la fiesta.

Rebana pan. Bueno está.
La ensaladilla es del cielo;
y el salpicón, con su ajuelo,
¿no miras qué tufo da?

Comienza el vinillo nuevo
y échale la bendición:
yo tengo por devoción
de santiguar lo que bebo.

Franco fue, Inés, ese toque;
pero arrójame la bota;
vale un florín cada gota
d'este vinillo aloque.

¿De qué taberna se trajo?
Mas ya: de la del cantillo;
diez y seis vale el cuartillo;
no tiene vino más bajo.

Por Nuestro Señor, que es mina
la taberna de Alcocer:
grande consuelo es tener
la taberna por vecina.

Si es o no invención moderna,
vive Dios que no lo sé,
pero delicada fue
la invención de la taberna.

Porque allí llego sediento,
pido vino de lo nuevo,
mídenlo, dánmelo, bebo,
págolo y voyme contento.

Esto, Inés, ello se alaba;
no es menester alaballo;
sola una falta le hallo:
que con la priesa se acaba.

La ensalada y salpicón
hizo fin; ¿qué viene ahora?
La morcilla. ¡Oh, gran señora,
digna de veneración!

¡Qué oronda viene y qué bella!
¡Qué través y enjundias tiene!
Paréceme, Inés, que viene
para que demos en ella.

Pues, ¡sus!, encójase y entre,
que es algo estrecho el camino.
No eches agua, Inés, al vino,
no se escandalice el vientre.

Echa de lo trasaniejo,
porque con más gusto comas;
Dios te salve, que así tomas,
como sabia, mi consejo.

Mas di: ¿no adoras y precias
la morcilla ilustre y rica?
¡Cómo la traidora pica!
Tal debe tener especias.

¡Qué llena está de piñones!
Morcilla de cortesanos,
y asada por esas manos
hechas a cebar lechones.

¡Vive Dios, que se podía
poner al lado del Rey
puerco, Inés, a toda ley,
que hinche tripa vacía!

El corazón me revienta
de placer. No sé de ti
cómo te va. Yo, por mí,
sospecho que estás contenta.

Alegre estoy, vive Dios.
Mas oye un punto sutil:
¿No pusiste allí un candil?
¿Cómo remanecen dos?

Pero son preguntas viles;
ya sé lo que puede ser:
con este negro beber
se acrecientan los candiles.

Probemos lo del pichel.
¡Alto licor celestial!
No es el aloquillo tal,
ni tiene que ver con él.

¡Qué suavidad! ¡Qué clareza!
¡Qué rancio gusto y olor!
¡Qué paladar! ¡Qué color,
todo con tanta fineza!

Mas el queso sale a plaza,
la moradilla va entrando,
y ambos vienen preguntando
por el pichel y la taza.

Prueba el queso, que es extremo:
el de Pinto no le iguala;
pues la aceituna no es mala;
bien puede bogar su remo.

Pues haz, Inés, lo que sueles:
daca de la bota llena
seis tragos. Hecha es la cena;
levántense los manteles.

Ya que, Inés, hemos cenado
tan bien y con tanto gusto,
parece que será justo
volver al cuento pasado.

Pues sabrás, Inés hermana,
que el portugués cayó enfermo...
Las once dan; yo me duermo;
quédese para mañana.

Baltasar del Alcázar

FRM [10/02/2018]

(Imagen de archivo)

6 comentarios:

  1. Me has hecho vibrar de gozo con un poema que tenía olvidado desde la infancia, amigo Francisco, pues me han venido estrofas que recordaba haber leído. Gracias por recuperarlo para todos nosotros, son de esas joyas -hay muchísimas- a las que no se les ha hecho mucho caso en literatura y es una lástima. Ya digo: gozoso momento de lectura y recitado mental esta "Cena". Fuerte abrazo.

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    1. ¡Cuánto me alegro, amigo mío! Yo, desde siempre, he tenido clavada en la memoria la estrofa dedicada a la morcilla por la que siento total veneración... También he gozado mucho refrescando esa espléndida cena del casi olvidado Baltasar del Alcázar. Abrazos, Teo.

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  2. Ayy madre, no he podido decir ni media palabra, como Inés, ese hombre me ha agotado!!! Muy bueno el poema, hay bastantes personas así, un continuo run-run que termina cansando por muy bien que se ocupe el lenguaje. Besitos

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    1. Como ya nos vamos conociendo, sé que hablo con Karyn, aunque te "escondas" detrás de Teo, apropiándote de su imagen, ¡jajajaja...! Gracias, guapa. Muchos besos.

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  3. Frescos y divertidos versos que nos lleva al gusto por la buena mesa y finos vinos. A mí también me hubiera gustado tener de vecino una taberna. Saludos Francisco,. Un abrazo.

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    1. Un gran y divertido poeta injustamente poco recordado, apreciado Theodoro. Gracias y un fuerte abrazo.

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