Y le llamaron "Rulo" |
Hace mucho tiempo, de la noche a la mañana, aparecieron dos perrillos abandonados en el pueblo donde entonces residía. Ambos animales mostraban claras e inequívocas evidencias de haber sido maltratados y abandonados hacía tiempo. Sus nobles ojos mostraban la tímida, húmeda y huidiza mirada de la desconfianza hacia esos extraños animales de dos patas que no habían sabido corresponder a su nobleza, cariño y lealtad.
Famélicos y algo asilvestrados, carentes del recuerdo de una caricia y hambrientos de todo lo que alimenta cuerpo y alma, recorrían las calles buscando algo que comer y rehuyendo, entre atemorizados y amenazantes, la cercanía de cualquier ser humano. Más que presente, tenían enquistado el mal recuerdo que otros semejantes habían dejado en su vida.
Apiadados dos vecinos, uno amante de los animales y otro cazador, pensando en la posible utilidad para su afición cinegética, decidieron hacerse cargo de ambos animales.
El cazador, lazó a su elegido y le arrastró hacia su casa, forzándole a seguirle a su ritmo con violentos tirones y agresiva verborrea. El otro, sacó de su casa un plato de comida y un cuenco con agua, manteniéndose a una prudente distancia del perro feucho del que se había encariñado sin saber muy bien por qué. El animalito comió, casi devoró, el alimento y bebió agua hasta saciarse, deslizando miradas de confuso agradecimiento no exento de prudente temor hacia su benefactor.
Poco a poco, día tras día, sin prisa ni presión, las distancias fueron acortándose paulatinamente, hasta que el perro aceptó el nuevo nombre recién estrenado y, satisfechas las necesidades primarias, fue aproximándose en busca de las añoradas, tal vez desconocidas, caricias, correspondiendo con mirada agradecida, cola alborotadora y lametones amorosos.
Tiempo después, cuando ya paseaban juntos, formando un equipo inseparable y feliz, se encontraron con el cazador que, mostrándose sorprendido por el resultado de la evidente camaradería, comentó que él había tenido que sacrificar al perro que se quedó, porque el animal no había aceptado aprender las imposiciones de lo que el cazador esperaba y, como no le había demostrado la lealtad y el cariño necesarios para ser su compañero, no le había quedado otra opción que prescindir de él.
Entristecido, el vecino sensible, sólo pudo articular... "¿Le diste el tiempo, el cariño, la paciencia y la comprensión que necesitaba?" A lo que el cazador respondió, cargado de razón: "Yo lo quería, pero sentí que él no me quería a mí, porque no me obedecía ni hacía lo que yo quería".
Y es que no hay que equivocar el camino que realmente conduce al fin que deseamos, ni juzgar erróneamente el comportamiento ajeno. Sólo la comprensión y el auténtico amor desinteresado lo logran.
FRM [29/05/2012]
Un buen ejemplo, este escrito que nos muestras, del amor a los animales, de cómo se puede llegar a ellos con paciencia y dedicación y éstos te lo agradecen, y al revés, cómo si no hay la debida conexión puede ser un tremendo fracaso. La historia conmueve por sus contrastes. No hace falta saber quién participa, a parte de los perros vagabundos encontrados y del cazador, en este conmovedor relato. Esto da idea de la persona que es quien así nos lo cuenta.
ResponderEliminarUn abrazo, Francisco.
Teo.
Gracias por tu amable comentario, Teo. Sólo añadiría que esa paciencia y dedicación la agradecen y corresponden tanto los animales como las personas. Lamentablemente, hay muchos "cazadores" en este mundo. Abrazos, amigo.
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