Óleo de Albert-Joseph Pénot, 1910 |
Agradezco profundamente que mis faenas domésticas sólo sean tareas manuales por lo que, cuando les dedico una atención superior a la habitual, mi cabeza se siente libre... Escoba, fregona y buena música permiten el libre vuelo de la imaginación de esta mente que no se libra de las asociaciones más pintorescas.
Y, por ello, encaramado al palo de mi escoba, no he podido evitar recordar el origen real del mito legendario que ha creado la imagen arquetípica de las brujas cabalgando sobre el palo de sus escobas para efectuar sus "viajes".
He sonreído con el recuerdo y he pensado que podía ser una curiosidad compartible, si la censura lo permite, con aquellos amigos que no lo sepan y supongan que tan tradicional medio de transporte brujeril es sólo la consecuencia de la imaginación de algún antiguo diseñador de ilustraciones para cuentos infantiles.
Nada más lejos de la realidad histórica de los hábitos y costumbres de tan sabias y respetables mujeres que merecerían ser consideradas como "chamanas", en lugar de seguir siendo definidas con la denostada denominación que las llevó a las hogueras de la Inquisición.
Las brujas, meigas... o como quiera que se les denominase en su lugar de origen y residencia, eran unas grandes conocedoras de las propiedades sanadoras de las plantas, con lo que fueron las precursoras de la farmacopea magistral, gracias a la transmisión oral de maestras a discípulas herederas de sus ancestrales conocimientos. Diversas eran las aplicaciones y destino de sus pócimas, brebajes y engrudos que, junto a sus ensalmos, casi siempre tenían como objetivo sanar enfermedades del cuerpo o el espíritu. Al igual que sus "colegas" los chamanes, conocían y utilizaban el poder de la palabra y el acceso a realidades suprasensoriales gracias a las propiedades psicoactivas de ciertas plantas alucinógenas que prefiero definir como "enteógenas". Igual que los citados chamanes, como la mandrágora, la belladona o el hongo conocido como "cornezuelo del centeno".
La gran diferencia es que, en vez de ingerir tales sustancias o inhalar el humo de su cremación, solían preparar una especie de ungüento o pomada destinada a aplicarse sobre la piel, como vehículo perfecto para la transmisión a los capilares sanguíneos que la irrigan y activar sus efectos. Y, sabido es, que las zonas del cuerpo con una piel más permeable y con más riego sanguíneo está en el interior de la vagina y el ano, por lo que, descubierta la mejor y más rápida eficacia de la aplicación en tales zonas, recurrían al palo de la escoba (o instrumento equivalente) para colocarse el ungüento mágico en sus interioridades, en solitario o en los aquelarres compartidos... supongo que duplicando lo placentero de la experiencia, hasta alcanzar un estado de trance interpretable como "vuelo" a otras realidades paralelas.
De esa práctica procede la descripción oral, luego trasladada a la conocida adaptación como ilustración dibujada, del vuelo de las brujas "cabalgando" en el palo de su escoba.
Sigo con mis faenas...
FRM [15/12/2015]
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