El Rincón del Nómada

El Rincón del Nómada
La libre soledad del ermitaño es el terreno más fértil para que germine y florezca la creatividad. (Foto propia, 2014. Isleta del Moro, Almería)

domingo, 3 de abril de 2016

Libertad responsable

Foto propia, paseando libremente bajo mi ventana

Sin duda, es deseable disfrutar de toda la libertad que uno mismo se conceda, siempre que sea responsablemente.

Y pienso que no es responsable el auto engaño de pretender que esa libertad es el salvoconducto que puede llegar a provocar daño en aquellos que no la entienden ni la viven como nosotros... Y lo sabemos.

Ni es responsable no ejercerla desde la zona de confort de la inercia perpetuada, con similares y dañinos resultados... Y lo sabemos.

Sospecho que hay una suerte de recreo ególatra ¿inconsciente? o egoísta, en otro sentido, para sentirse en posesión de la patente de corso que nos permite utilizar, tal vez ignorar, o servirnos de la ajena libertad o carencia de la misma, para el objetivo de satisfacer el beneficio subjetivo de ejercer la nuestra, o dejar de hacerlo.

Porque, por mucho que vivamos y disfrutemos de nuestra íntima y libre individualidad, no podemos ni debemos ignorar que somos animales sociales. Miembros de un colectivo sujeto a normas, pautas de conducta, prejuicios, códigos, restricciones... claves de convivencia que, aceptables o no, admitidas o denostadas, están profundamente ancladas en todos y constantemente presentes en nuestras relaciones con los demás... Y lo sabemos.

Con los años y el camino recorrido, he aprendido que el inseparable binomio "libertad y responsabilidad" está incompleto si carece de un tercer valor que refuerza y sostiene los otros dos. El RESPETO.

Sólo el trípode que forman esos tres conceptos tiene la estabilidad necesaria y suficiente para soportar con firmeza la fuerza de gravedad social que tiende a desestabilizar a quien busca y persigue su propio equilibrio; inevitablemente mucho más frágil cuanto más provoca el desequilibrio de otros. Sea con efecto inmediato o diferido, pero siempre insanamente prolongado.

No puedo evitar recordar aquella antigua frase que se nos inculcaba en la educación infantil, cuando ésta sí educaba... "La libertad de uno mismo termina donde empieza la de los demás". Ahora entiendo bien que es una gran verdad que contiene y sintetiza el razonamiento que trato de expresar y desarrollar hoy aquí.

Esto último me hace pensar en algo tan relevante como el discernimiento lúcido, entre lo que realmente provoca la libertad de nuestros actos en los demás y lo que los demás tienden a imputar como consecuencia inmediata y efecto directo e inevitable de la libertad de nuestros actos, haciendo depender la suya de la ajena de manera perversa que, aunque sea inconsciente, contiene el germen de la más intolerante dependencia y la nefasta necesidad de culpabilización externa de todo lo que, con frecuencia, nace y anida en el propio interior.

Así nos encontramos frente a un arriesgado juego que reclama mucha atención, análisis y serena capacidad crítica. Frente a él, sólo hay una regla posible, la HONESTIDAD. La persecución constante de la impecabilidad en el propio comportamiento, alimentada por la ética y la estética. Parece fácil, pero hasta ese loable voluntarismo se torna difuso y confuso con frecuencia; porque, nos guste o no, la naturaleza humana contiene siempre la dualidad que retrató magistralmente el gran Robert Louis Stevenson en su terrorífica novela "EL EXTRAÑO CASO DEL DOCTOR JEKYLL Y MR. HYDE".

De no actuar así, estaremos siempre corriendo el riesgo ser percibidos como incoherentes, o algo peor, aunque seamos fieles a nuestra propia coherencia. Perderemos el derecho a lamentar el daño que podamos causar, a pesar de no haber germinado inicialmente en nuestra intencionalidad, porque, por mucho que lo neguemos, siempre podemos y debemos conocer el alcance de nuestros actos, de nuestras palabras o de nuestros silencios, así como la necesidad de coherencia entre ellos, según los patrones de quienes los reciben. Y lo sabemos.

La libertad, a secas, no es excusa ni justificación y nos pasa factura cuando se ejerce sin tener en consideración las consecuencias derivadas. Ello nos hace cómplices de la respuesta ajena y partícipes de las emociones generadas. Siempre. Y lo sabemos.

Desde el libre albedrío creamos nuestra realidad, tanto más fértil y feliz si no olvidamos la conciencia de que también afectamos la de los demás, a los que debemos respetar a pesar de que podamos no hacerlo con sus propias y enquistadas convicciones que rigen las pautas de su conducta y los juicios sobre las ajenas.

Es por ello que el acto, supuestamente altruista, de DAR puede ser el más egoísta, al convertirnos en únicos receptores de la satisfacción autocomplaciente de realizarlo. Porque no nos planteamos la realidad de que no querremos o podremos responder a las expectativas provocadas en quien recibe lo que damos o lo que le aceptamos recibir. Y lo sabemos.

Seamos honestos. ¿Estamos sinceramente convencidos de que "el problema está en el otro" porque no es capaz de entender el alcance y límites de los sentimientos desde los que damos o aceptamos complacientemente? Tampoco es de recibo la autocompasión del recurrente y victimista "el problema soy yo", cuando se reitera una y otra vez.

La libertad responsable es el mejor de los caminos para el AMOR, sin duda. Pero con la conciencia de que el amor no es sólo dar y recibir felicidad, sino también y complementariamente, está en evitar y no causar dolor.

Dar amor y aceptarlo del otro, para después retirarlo unilateralmente, dejando vacío y frustración, no es un acto de libertad, es un gesto egoísta que falta al respeto hacia uno mismo y el que se debe al prójimo, tanto más cuanto más próximo.

La batalla no es con otros. Nuestra defensa no está en no compartir sus reacciones ni en ser crítico con ellas. El territorio de combate está dentro de cada cual y en esa intimidad interior hay que librar la lucha, sin ceder al placer inmediato del señuelo de los propios deseos ni de los falsos y dañinos éxitos o triunfos externos que pueden alejarnos de nosotros mismos en el reflejo que proyectamos, ni abandonar el camino por los miedos heredados del pasado indeseable o por el temor a perturbar la enquistada "zona de confort". Y lo sabemos.

No es una guerra breve ni fácil. Es una pelea que se libra día a día, con avances y retrocesos, por supuesto. Aunque, por mi parte, pretendo, espero y deseo no rendirme nunca, aprendiendo agradecido de cada uno de mis errores y esperando ser perdonado por sus consecuencias indeseadas.

Salud y paz.

FRM [02/04/2016]

4 comentarios:

  1. Hermosa, sincera reflexión sobre algo tan necesario como utópico según se mire, que es la libertad, Francisco. No es fácil pensarlo y plantearlo con ese acierto, pues muchas veces la voluntad rechaza lo que la inteligencia cree o piensa como bueno. Libertad y responsabilidad han de ir de la mano.
    Grato es leerte, amigo.
    Que tengas un buen fin de semana. Teo.

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    1. Probablemente lo que hace más utópica la libertad —o su ejercicio— sea el requisito imprescindible de la responsabilidad que requiere, además del resto de los requisitos que he intentado exponer, no sé si con la deseable claridad en mi reflexión.
      Fuerte abrazo con mi gratitud por leer mis pensamientos y mis mejores deseos de que disfrutes de tu libertad que, en tu caso, no dudo que reúne los más positivos valores.

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  2. Un texto muy revelador de ese concepto abstracto que para muchos es la libertad, es difícil escapar a los convencionalismos de la sociedad que en cierto modo nos esclaviza aunque proclame ser una sociedad libre.
    Un placer leerte.
    Reme Gras.

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    1. Estoy de acuerdo, Reme. Sin olvidar que muchos que se llenan la boca pidiendo libertad, en el fondo no la soportan por la responsabilidad que comporta y lleva aparejada.
      Gracias por tu grata presencia y bienvenida a este rincón donde siempre serás bien recibida.

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