El ego en su infinita habilidad la disfraza y justifica la necesidad de clandestinidad como prudencia, discreción, privacidad, respeto a la propia intimidad, independencia, caritativa pretensión de no hacer daño... Pero realmente, con mucha frecuencia, sólo está enmascarando los miedos de los que el ego se sirve como eficaz arma que guarda en el subconsciente para controlarnos.
Miedos inconscientes y fruto de la inseguridad, de la falta de convicciones, de las perturbadoras dudas subyacentes; miedos a los demonios del pasado, a los errores vividos como tales, al "qué dirán", a la inestabilidad, al compromiso, a la pérdida de libertad... y miedos, en suma, a todos los riesgos de cualquier cambio, indefinidos pero temidos, porque se intuyen y presienten fuera de la enquistada "zona de confort"material o emocional.
Es lo habitual en todos los hijos de nuestra cultura que nos ha situado como seres humanos que, en el mejor de los casos, tratan de aprender a vivir una experiencia espiritual más elevada o lo utilizan como coartada recurrente en comportamientos de una cierta bipolaridad patológica. Sólo quienes alcanzan la plena conciencia de que somos seres espirituales teniendo una experiencia humana, se sienten liberados de esa necesidad egóica oculta en el subconsciente... Y eso se vive en el silencio ejemplar, porque se manifiesta con los actos.
No hay que preocuparse por ello angustiosamente, pero sí ocuparse de ello con serenidad e inteligencia. Porque es muy aconsejable tomar conciencia y comprender que, cuando el ego utiliza ese tipo de herramientas, persigue el objetivo de perpetuar su poder y, con frecuencia, acaba provocando lo que se temía para justificar su mensaje previo y mantener su supremacía sobre nuestros actos. Por ello, para evitarlo, es muy importante buscar el equilibrio en la coherencia consciente y convencida entre sentimientos, pensamientos y actos... Sin "mentiras piadosas" ni autoengaños envueltos para regalo y lucimiento complaciente, con la letanía de bonitas palabras huecas que sólo conducen a situaciones indeseadas y, casi siempre, con más y peores daños que los que, teóricamente, se pretendían evitar.
Toda alerta es poca. Porque, como expresó magistralmente Frank Herbert en su recomendable y gran novela "Dune":
"Hay muchas trampas dentro de las trampas".
FRM [16/06/2016]
René Magritte, "Not to be reproduced" |
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