El Rincón del Nómada

El Rincón del Nómada
La libre soledad del ermitaño es el terreno más fértil para que germine y florezca la creatividad. (Foto propia, 2014. Isleta del Moro, Almería)

lunes, 9 de abril de 2018

Pintar

(Imagen de archivo digital)

En uno de mis retiros al refugio de este rincón, no pude evitar dejar aquí una antigua reflexión que hoy publicamos, estimulada por algunos comentarios que, a lo largo del tiempo, he venido recibiendo sobre los resultados de mi afición autodidacta a practicar la pintura.

Puede que esté equivocado, como en muchas de mis convicciones. Pero, al día de hoy, pienso que he aprendido un par de cosas fundamentales, como amante fiel de la pintura desde la infancia, tanto en el gozo de la contemplación como en la amena diversión de su práctica, sin otra ambición que la de aprender a mejorar mi trabajo artesanal para intentar que llegue a ser artístico.

Aprendiendo con Matisse
La primera es que se debe observar detenida y apasionadamente el trabajo intemporal de todos los artistas que, por uno u otro motivo, nos impresionen y aporten alguna enseñanza. Bien sea en lo emocional o en el uso de técnicas diversas. Luz, color, texturas, intencionalidad, mensaje, sensaciones, efectos... Todo es perceptible, diferente y enriquecedor. Desde las escuelas más clásicas a las más radicalmente modernas. Desde la mágica representación de lo real, lo onírico o lo imaginado, hasta la absoluta abstración que se dirige directamente a la más profunda génesis de la emoción.

Absorbiendo toda esa información que se transforma en una cierta formación, se consiguen dos resultados inevitables. La aplicación de lo aprendido en la propia obra de aficionado, como referentes permanentes; y la capacidad de ser honesta y constructivamente crítico con el propio trabajo. Sin pretender emular a quienes están en otra dimensión, con el riesgo de una injustificada frustración, pero sin engañarnos en la valoración de nuestros propios resultados, de cuyas limitaciones obtendremos la mejor enseñanza para mejorar y evolucionar.

Aprendiendo con Dufy
La segunda convicción es lo erróneo que es pedir opiniones ajenas como algo imprescindible para la propia evolución pictórica, exceptuando de quienes pueden ser considerados maestros en la materia. Principalmente, porque ninguna es tan válida como la propia que se desprende de lo anteriormente expuesto, y porque los demás siempre —o muy frecuentemente— estarán sesgados por aspectos diversos en función de nuestra relación personal con quien opine y su propia formación, criterios y puntos de vista sobre el arte en general y la pintura en particular.

Habrá quien se asombre sinceramente de lo que hacemos, por la sensación de su propia incapacidad de recrearlo. Otros serán demoledores por su exigencia u otras razones menos honorables. Y, finalmente, están los más peligrosos y nocivos... Aquellos que, gozando de crédito ante el aprendiz y movidos por una incomprensiblemente perversa actitud frente al autor y sus circunstancias, aplauden con desproporción injustificada y comentarios de alabanza que saben exagerados y contrarios a la realidad.

Aprendiendo con Van Gogh
Nada hay más peligroso que creerse estas últimas "ayudas".
Porque pintar, más o menos bien, es gratificante en si mismo, al margen de la calidad del resultado y de las opiniones que suscite, así como una excelente vía de exploración introspectiva para el desarrollo personal que va más allá de la habilidad manual y la expresión pretendidamente artística u objetivos mercantiles.

No saber discernir ante el resultado de nuestro propio trabajo ni sobre las opiniones ajenas suscitadas por el mismo, puede ser letal en muchos aspectos.

FRM [09/04/2016]

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