Hace ya un año que, como suelo hacer desde mi niñez, leía un libro antes de dormir. Entonces eran unas páginas de "Almas del nueve largo" de mi siempre admirado José Luis Alvite, sin poder ni querer evitar el gozo de verme impregnado de su espectacular capacidad de crear metáforas de género negro. Ello me trasladó al recuerdo de los microrrelatos de mis "Crónicas de amor negro", abonado por la impresionante, inflamada y, en aquel momento, caducada dedicatoria del libro que tenía en mis manos.
La caducidad mencionada y el recuerdo inevitable de la fiesta del "Libro y la Rosa" me trasladó a la apreciación de la efímera muestra de amor que constituye el regalo de rosas u otras flores, sentenciadas a muerte desde que son cortadas para destinarlas a ese fin, evocándome de inmediato los conocidos versos de Robert Herrick, que se atribuyen con frecuencia a Walt Whitman:
"Coged las rosas mientras podáis
veloz el tiempo vuela.
La misma flor que hoy admiráis,
mañana estará muerta..."
Y, antes de dormirme, anoté en uno de los papeles que tengo en mi mesilla: "Flores muertas", como una de las semillas que no siempre germinan, terminando por secarse estérilmente.
Por la mañana, he salido a pasear con mi cámara, como siempre o casi. Poco antes, mi querida amiga Ana Pastor me regalaba un amable comentario al hilo de una analogía de Cortázar que hace equivalentes el cine a la novela y las fotografías a los cuentos, diciéndome textualmente: "Mirando tus bellas fotografías te puedes inventar un mundo." Lo que me halaga y le agradezco muchísimo.
Y, casi simultáneamente, otra buena amiga, la escritora Isabel Martínez Barquero, publicaba un interesante artículo sobre la gente creativa que termina con las frases: "Son los exploradores de un pequeño planeta… y ese planeta no es otro que su mirada. Una mirada de infinita curiosidad."
Seguramente por eso, por la suma de todo ello, durante el paseo mi mirada se ha detenido en la imagen capturada por la fotografía que acompaña estas reflexiones. Una imagen que he sentido como una gran metáfora de las hirientes flores muertas que son las palabras de amor escritas y falazmente incumplidas y que, a diferencia de las rosas, nunca se marchitan en la belleza de su forma, aunque mientan. Esa belleza de cementerio que deja un vistoso y agusanado cadáver en el fondo de su mensaje. Auténticas flores muertas, sobre las que sólo anidan las arañas mimetizadas.
Podría escribirse un gran libro con ellas, por calidad y cantidad. Y, así... acompañar a las efímeras, pero auténticas, rosas de algún "Sant Jordi".
Porque, sin la menor duda, me quedo con los libros. Al menos, ellos no mueren ni se secan caducos, aunque sí lo hagan las dedicatorias añadidas y momificadas, como testimonio eterno de la falsedad mendaz de quien las escribió.
FRM [24/04/2017]
Mirada metafórica, paseando entre reflexiones |
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