(Imagen de archivo público) |
No hay peor enemigo que el que nos hace ver como errados los momentos de mayor lucidez. Esos en los que se siente y comprende hondamente que unos instantes de felicidad son el flash certero de lo que es la vida; la auténtica plena e intensa, por encima de lo que los hombres han inventado.
Y cuando, por miedo o prejuicios, se olvida o rechaza esa iluminación, escondemos la cabeza cuyo ruido interior nos confunde. Buscamos el silencio exterior y el aislamiento, creyendo que ahí está la solución a los problemas o situaciones que no nos atrevemos a afrontar y resolver... En una huida inútil que sólo deja visibles las blancas plumas de nuestro aspecto más externo y gratificante, aunque sean las del culo. Sin querer entender ni aceptar que no se puede escapar de uno mismo ni de nuestro hábitat natural que nos envuelve inexorablemente.
Porque una avestruz es bella en el gran tamaño de su relativa pequeñez. Tiene valiosas plumas. Es veloz, aunque no pueda volar. Es fuerte y resistente... Pero nunca se aclimatará a los hielos del Polo Norte, por mucho que lo repita y lo intente durante años, una y otra vez... Siempre creyendo que quiere y puede, y deseando aprender a hacerlo; cuando todo se reduce, sencillamente, a aceptarse y disfrutar, en cada momento presente, de esos instantes de amor compartido y felicidad que son el flash certero de lo que es la vida.
Probablemente, el auténtico crecimiento se logra aprendiendo que la paz y la felicidad están en lo más sencillo que la vida regala generosamente, sintiéndolo en la entrega, por difícil que parezca mantenerlo y gozarlo, porque se requiere auténtico amor y dedicación para restaurar los desperfectos que haya habido y puedan irse produciendo.
FRM [31/08/2016]
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