"Escena erótica" o "Sexo oral", óleo de Pablo Picasso |
Al principio la nueva criada se había mostrado esquiva cuando me acercaba más de lo razonable, atraído por el aroma a real hembra y jabón barato que despedía y fascinado por las grandes tetas que, descaradamente sueltas, se bamboleaban bajo la fina tela del uniforme sin poder disimular su turgencia ni los gruesos pezones. Reconozco que yo parecía más aniñado de lo que realmente determinaba mi edad, por lo que mi comportamiento de la, cada vez más descarada, búsqueda de contactos con pecho y nalgas fue inicialmente ignorado sin concederle demasiada importancia y desconcertante, cuando llegó a ser muy evidente; en cualquier caso, en absoluto pareció desagradarle...
Poco a poco, mi atrevimiento crecía en la misma proporción en que su pudor y recato mermaban hasta extinguirse. Ya no se apartaba cuando metía la mano bajo su falda, sorprendiéndola por detrás mientras colgaba unas cortinas o arrimándole con fuerza mi pene erecto contra la separación de las nalgas a la vez que sumergía mi mano inquisitiva en su escote mientras planchaba...
Eran momentos fugaces, siempre con el temor de ser sorprendidos por mi madre. Y las consecuencias no pasaban de furiosas masturbaciones que desahogan la tensión de mis testículos.
Por fin, una tarde en que mi madre había salido de tiendas con unas amigas, nos quedamos solos en la casa. No cruzamos una palabra. Fuimos directos a mi dormitorio y nos besamos furiosamente al tiempo que la desnudaba y notaba la chorreante humedad de su entrepierna. Yo era la primera vez que lo hacía y me resultó extraño el sabor de su lengua en mi boca... Pero mi aparato respondió como si tuviera vida propia pugnando por arrancar los botones de la bragueta que ella, al apercibirse, comenzó a desabrochar con gran desenvoltura.
Me empujó con dulzura hacia la almohada y, sin terminar de desvestirme, se aferró a mi excitado y húmedo miembro para introducirlo en su boca con la glotonería con que yo devoraba los deliciosos helados de nata y chocolate...
Chupó, lamió, succionó... mientras que una de sus manos acompañaba a sus labios en el incesante recorrido y la otra la ocupaba en movimientos rítmicamente similares en la penumbra de su velluda entrepierna...
No puedo explicar lo que sentí cuando ambos estallamos en el goce del orgasmo compartido y ella, entre convulsiones y estremecimientos, tragó y sorbió cada gota extraída de mi jugo, lamiendo todos los restos hasta dejarme limpio y completamente vacío.
La intensidad de mi placer, se mezcló con la sorpresa de contemplar el resultado del suyo... y el pánico angustiado cuando mi madre irrumpió en la habitación, mirando la escena con asombro mezcla de ira y estupefacción.
Al día siguiente, mi madre buscaba una nueva criada...
(Inspirado por el cuadro "Escena erótica" de Pablo Picasso)
FRM [19/12/2012]
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