Foto de archivo. Cueva de Asturias |
La intensa y desconocida emoción hizo estremecer todas las células de mi cuerpo. Una oleada de sangre circuló arrolladora de abajo a arriba, inundando mi cabeza. El cálido flujo me puso en tensión involuntaria y todo mi cuerpo se irguió preso de una rigidez inesperada.
El sorprendente aumento de temperatura me obligó a descubrir la cabeza. Con todas las terminales nerviosas alerta, sintiéndome enrojecer por el calor interior y empapado por un sudor nunca antes experimentado, me enfrenté a lo incierto.
Algo remoto en mi interior parecía recordarme el desconocido lugar. Pero nunca había estado frente a nada parecido. De eso estaba seguro. Sin embargo, por alguna ignota razón, el cerrado y amenazante destino que me llamaba, atrayéndome magnéticamente, me resultaba familiar y acogedor, aunque extraño.
Superando razonamientos contradictorios y dejándome llevar por la emoción de la fuerza que pugnaba imparable, comencé a adentrarme en la oscuridad del portal, sorteando la espesura musgosa que lo circundaba. La penumbra inicial pronto se transformó en tiniebla absoluta. Alrededor de la negritud sólo percibía una humedad pegajosa y algo intangible que me llegaba como una palpitación intensa y contagiosa.
El túnel se estrechaba y la mezcla de miedo y excitación inicial iba en aumento. A pesar de la angostura de las mojadas paredes del camino, cada vez más estrecho, sentía que el recinto me acogía maternalmente. Mis temores iniciales se disipaban a medida que me adentraba y era invadido por gratas sensaciones en el polo opuesto de la claustrofobia.
Entre jadeos, seguí adentrándome en la cálida negrura del túnel por el que me arrastraba cuan largo soy. El cuello se me estiraba, hasta parecer que la piel iba a desgarrarse. De pronto, mi cabeza, ya completamente empapada, tropezó con un invisible techo. Oí, lejano, un gemido inesperado que despertó en mí una mezcla de temor y extraño entusiasmo.
Los gritos y gemidos llegaban, cada vez más audibles. Me estremecí. Sin poder evitarlo, desconocidas convulsiones comenzaron a agitar mi cuerpo. Por un instante, sentí pánico. Perdí todo control sobre mí y vomité de forma compulsiva. Una vez… y otra… ¡y otra más! Notaba que me vaciaba inexorable e inconteniblemente y, contra todo pronóstico, sintiendo un desconocido placer que me sumía en una enorme paz, desplazando al miedo, llevándome a la laxitud total.
Relajado y sintiendo placenteros cosquilleos que me recorrían todo el cuerpo, ahora destensado y entre estremecimientos, experimenté la sensación de hacerme pequeño, muy pequeño…
Más tarde supe que mi joven cuerpo había vivido su primera "eyaculatio precox".
FRM [16/08/2005]
Sensacional, brutal!!!!! me ha encantado como has narrado la primera eyaculación y como has descrito cada una de las sensaciones experimentadas en cada instante. No era el Túnel de Sábato, era el Túnel de Rodríguez Mayoral. Felicidades!!!
ResponderEliminarMuchas gracias, amigo. Tu bien fundada e ilustrada opinión es muy valiosa para este númada. Abrazos.
EliminarYo no sé lo que se siente con una eyaculación precoz,pero te aseguro que casi he orgasmado con tu relato...¡qué bueno!
ResponderEliminarSentir, lo que se dice sentir, se siente lo mismo... o casi. Pero no es comparable a lo que me hace sentir tu comentario. Muchas gracias.
Eliminar