Íbamos a la calle y tú lo sabías. Salíamos a tu paraíso de olores, espacios y desahogos. Al territorio donde jugábamos juntos y podías disfrutar del escaso tiempo lúdico en libertad, fuera de espacios cerrados y encontrar colegas y amores. Era tu momento especial de cada día.
Tirabas feliz con tus ya menguadas fuerzas de la correa umbilical que siempre unió tu vida a la mía y no sabías que era por última vez... Puede que percibieses el olor emanado por el dolor de mi honda tristeza.
Contuve mis lágrimas hasta que regresé, tras deshacer el abrazo que mantuve con tu corpachón, hasta que quedó inerte en la camilla del veterinario... y un poco más. Dormías para siempre y, por fin, atrás quedaban los dolores incurables que la edad te había hecho padecer y a mí sufrir.
Gracias por todo lo que me diste, mi gran amigo "Lobo". Por decirme de mil formas y más de cien veces al día que yo era el mejor, el único...
Nunca te olvidaré, amigo del alma.
FRM [19/01/2014]
Foto propia, mi amigo "Lobo" con mi sobrino y ahijado Mario, 1996 |
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