Foto propia. Espacio Natural de Covalagua en la Montaña Palentina |
Cuando disfruto la belleza de un puente, sea de tosca madera o de noble y trabajada piedra. No puedo dejar de experimentar la profunda emoción que entraña como metáfora de unión. De acercamiento de orillas distantes, de recurso amable para salvar abismos o torrentes, de creación de vías transitables donde no había caminos posibles.
Amo los puentes. Siempre los he preferido a las vallas y muros que impiden la aproximación. Tanto da que sean de silencio, madera, ladrillos, piedra o unos simples espinos. No me gustan. Porque vetan el contacto. Porque destruyen el paso. Levantados por los miedos hostiles de quien los construyen o fomentan. Frenos limitadores que impiden la comunicación y fomentan el egoísmo. Que, buscando proteger, aíslan. Que separan y dividen. Que obstaculizan la visión del paisaje, en la absurda querencia de poner puertas al campo.
Me gusta construir puentes y derribar muros... o, como mal menor, sortearlos, alejándome.
Cómo me gustan la libertad y belleza de los puentes.
FRM [19/04/2015]
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