Muy próximo a mi refugio discurre el río Tajuña que, a su paso por el pueblo que marca el límite de la provincia de Madrid, hace el amor con él entre los muslos acogedores de un puente enamorado.
Acudo a ese tranquilo y cercano lugar, pasando ante los portones del cementerio local situado junto al puente. Allí reposan las almas de generaciones de lugareños que acumularon vivencias para toda la eternidad.
En mi mochila, un cuaderno y una de mis plumas. Me acodo en el pretil con el cuaderno abierto y escucho atento...
Escucho y oigo el susurro de la brisa entre los árboles y el pálpito de las aguas rumorosas bajo la mirada de los ojos del puente en el que mis pies se asientan. Y me emociono cuando los sonidos se convierten en sílabas y éstas en palabras que me van calando el alma.
Son las voces de los recuerdos que no borra la tierra ni enmudecen las lápidas. Me llegan nítidas y elocuentes cuando sus infinitas vivencias me narran. Historias cotidianas, de amores, desamores, traiciones, decepciones, abnegación, esperanza, tristeza y felicidad... Tantas y tan diferentes como las propias almas; algunas, serenas y en reposo, y otras, sin paz, con desgarro alteradas. Todas cargadas de la poesía que la vida misma entraña. Vidas recorridas entre alegrías y dramas.
Llega el ocaso, se apaga la luz y se encienden las luciérnagas. Tapo mi pluma, cierro el cuaderno, el blanco lleno de notas con historias de almas desencarnadas... Y regreso a mi casa.
FRM [24/05/2019]
Foto propia, puente sobre el Tajuña |
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