Foto propia. Miradas metafóricas |
El escritor Justo Sotelo, ha confesado en un par de entradas publicadas en su muro de facebook que se dedica a analizar el misterio del alma humana para poder escribir y que él escribe porque es feliz. Curiosamente, en general me ocurre lo contrario, sin pretensiones comparativas fuera de lugar. Quizá por eso, él se define como escritor con reiterada autocomplacencia y yo sostengo que no lo soy y que sólo escribo cosas de vez en cuando.
Porque, cuando me planteo escribir algo, la escritura se convierte en el medio por el que accedo a eso tan complejo del misterio del alma humana. Es una consecuencia, no un punto de partida. Y, con frecuencia, escribir ante o por las adversidades ha sido el exorcismo que me ha ayudado a ser feliz o volver a serlo, y no a la inversa.
Una vez más, constato la pluralidad de realidades posibles que pueden derivarse de situaciones en las que, según la percepción subjetiva, se invierten las relaciones de causa y efecto. Otro de los misterios del alma humana. Esa relatividad de lo real que tanto nos interesa a algunos.
Estos pensamientos de sobremesa me llevan a una reflexión metafórica que hace muchos años comenzó a tomar cuerpo en mi mente, llevándome a la analogía de que la vida humana es como un viaje en un gran tren, en el que vamos subiendo al nacer y bajando cuando nos toca, hasta que se detenga por completo en la profetizada estación final.
Si me quedase en lo expuesto, me temo que no sería nada original pues me parece recordar que esa metáfora está ya propuesta por otros e incluso bastante manida. Por ello, he ido más allá observando las diferentes formas de vivir el trayecto de cada uno de los diferentes viajeros que compartimos el viaje o buena parte del mismo.
Y, con esa intención, he observado las diferentes formas de enfrentarse y contemplar el paisaje vital a través del siempre limitado marco de las ventanillas de los vagones.
Hay pasajeros que se sientan en el sentido de la marcha, por lo que su visión de la vida se concentra en el fragmento de paisaje visible en cada instante presente y un pequeño y breve atisbo del que se avecina en el futuro inmediato, siendo inevitable la desaparición absoluta en el pasado a medida que sigue la marcha de la existencia.
Contrariamente, los pasajeros que viajan acomodados de espaldas a la marcha, pueden gozar fugazmente del breve instante presente, aunque mantienen al alcance de su visión un mayor tramo del pasado en el que perdura el momento precedente, pero que se va alejando y desdibujando a medida que se distancia de la mirada de la memoria. Y siempre sin la menor visión de futuro.
Los más inquietos transitan de un lugar a otro del vagón, cambiando la perspectiva de sus vivencias, según asomen sus miradas en un sentido u otro de la marcha existencial.
También están aquellos que, se sienten donde se sienten, se pasan todo el viaje dormidos o dando cabezadas intermitentes, ajenos por completo, o casi, a las experiencias que el trayecto brinda.
Durante mucho tiempo, probé todas las opciones y posiciones. Cada estado me aportaba nuevas y diferentes miradas que, siendo enriquecedoras, no terminaban de satisfacerme ni de saciar la ansiedad de mi curiosidad. Y un día ya lejano, tomé una arriesga decisión de la que no me arrepiento.
Abandoné mi equipaje sin pensarlo, abrí la puerta del vagón que entonces ocupaba y no sin el vértigo previsible, pero cargado de adrenalina, trepé por el exterior hasta el techo del tren. Allí me senté, con el viento azotando mi rostro y mi cuerpo. Sintiendo las inclemencias del frío y el calor, lleno de vida propia al carecer de la protección y seguridad del interior. Embriagado por la nitidez de los olores y sonidos en verdadero trance de sinestesia... Y disfrutando de la visión abierta que ofrecía a mi mirada el paisaje completo de pasado, presente y futuro. Escogiendo libremente el foco de atención que en cada momento decidía... Y disfrutando como nunca antes lo había podido hacer... Sin limitaciones ajenas a las mías.
Y ahí sigo y seguiré hasta que llegue a la estación de mi destino individual o el tren haga su parada final.
FRM [18/01/2018]
Me ha encantado descubrir que hay más formas de viajar en este tren en el que ya estamos embarcados, y creo que voy a probar con esta nueva modalidad de subir al techo. Tendré que curarme del vértigo que me producen las alturas, sumado a la velocidad que también me da miedito. Pero si esta nueva forma de viajar me libera del peso del equipaje innecesario, si me proporciona la oportunidad de escuchar, oler, sentir en total libertad, si desde tan privilegiado lugar me siento más feliz, más felicidad derrocharé… Me pido mi espacio en el techo del tren!!
ResponderEliminarMe alegra muchísimo haber hecho una pequeña contribución para que descubras que hay otras formas de viajar en este tren que todos compartimos, Mati. No tengo la menor duda de que, como yo mismo he podido experimentar, superarás el vértigo y los miedos que mencionas, ayudada por la alegría y felicidad que aporta la liberación del peso de ese indeseable equipaje... ¡Tienes plaza reservada en el techo del tren! Gracias por acompañarme.
EliminarFrancisco, te imaginé en posición de loto en el techo del tren , me parece una ubicación muy espiritual , que conecta más con el cielo y el paisaje compuesto de muchos tiempos se unifica , ya todo es pasado-presente-futuro , desdibujando las fronteras porque a nivel del cielo no las hay... me encantan los trenes y siempre que se da la circunstancia he disfrutado de los de corta y media distancia y de los que tienen medalla de excelencia... pero también he pensado en los que van hacinados colgados de los costados o además sentados por la misma causa en el techo.. igual el tren siempre ejercerá esa declarada fascinación que manifiestan los niños con sus ojos de asombro al verlo pasar... hermosa felicidad que a veces se detiene en la estación y otras sigue de largo...
ResponderEliminarbello tema y especial desarrollo de un observador viajero...abrazos!
En esa posición me encuentro, querida Marisa, y es una ubicación obligadamente más espiritual que material, pues admite muy poco equipaje —importa más ser que tener— y muy limitadas compañías... si acaso. Pues muchos dicen, pero pocos hacen.
EliminarCoincido contigo en la fascinación por los trenes y todo su universo, tanto en el plano de las diversas realidades como en el metafórico.
Fuerte abrazo, amiga.
Es como haber dado con la clave de la libertad... Y es que el viajero, el buen viajero, intenta ver con sus propios ojos el espíritu de los lugares por donde transita. Qué hermosa metáfora de la vida y de sus contrarios, amigo Francisco.
ResponderEliminarUn abrazo conmovido.
Teo.
Muy agradecido por tus palabras, Teo. Percibo que has captado plenamente la intencionalidad de mi experiencia sobre la que intento hacer norma de vida desde hace muchos años. Fuerte abrazo, amigo.
Eliminar