El Rincón del Nómada

El Rincón del Nómada
La libre soledad del ermitaño es el terreno más fértil para que germine y florezca la creatividad. (Foto propia, 2014. Isleta del Moro, Almería)

sábado, 20 de mayo de 2017

Vuelo y vino

Foto propia. Monumento a la uva

Durante mucho tiempo ahogué mi vida entre tinta y ceniceros.
Sintiendo las alas de la noche en nuestro negro vuelo
hasta desplomarnos en silencio, desde la luz sonora
que llega de nuevo con el cotidiano estruendo.

Hoy paladeo el agridulce sabor de la paz solitaria
llena de fragancias a libertad y sosiego
que inundan el paladar con sereno desenfreno,
desgranando momentos, sin orden ni concierto.

Pliegues, repliegues, avances, retrocesos,
subidas y bajadas, saltos con sobresaltos
rectas y revueltas, repeticiones y cambios...
y todo lo que olvido, la vida es todo eso.

Porque una existencia viva no es una vida
son muchas y diversas, con sus idas y venidas,
llenando rebosante el baúl de los recuerdos
con memorias que no comprenden los cuerdos.

No son los años de vida lo que cuenta,
es la vida de los años cuanto importa
y la curiosidad insaciable es el abono que alimenta,
mantiene y hace florecer la siembra.

Con ilusión renovada, riego día a día
las raíces de mi planta que podo y limpio
de hojas muertas y algunas plagas
que pretenden devorar la savia mía.

Muchas vides he plantado, no te miento,
y sus cargados racimos recogido
pisando firme, con fuerza y entusiasmo,
para obtener el mejor vino del retorcido sarmiento.

De dulce néctar barriles, tinajas y odres
he degustado y por cientos regalado.
He volado embriagado de intensos sabores,
aunque también alguno se me ha avinagrado.

Y la fortuna me premia con el regalo presente
de jardineras manos en vendimia paciente
que extreman inmerecidos y cuerdos cuidados
para que el dulce mosto siga fluyendo demente.

Aquí y ahora yo te bendigo,
porque es mucho más lo que me callo
que lo que, por incapaz, te digo,
acabando este fértil mes de mayo.

FRM [20/05/2017]

miércoles, 17 de mayo de 2017

Grifos y asociaciones

Foto propia. Moderna representación de grifos mitológicos en desagües de la Calle Mayor de Alcalá de Henares

Decididamente los vericuetos del mecanismo asociativo de la memoria son algo complejo, con frecuencia inesperados e, incluso, sorprendentes en ocasiones. Al menos, en mi caso... o eso me parece.

Acabo de vivir una de esas experiencias en la que ciertos resortes de mi cabeza deciden "ir por libre". Resulta que he ido a poner una lavadora y debo vigilar la entrada de agua, porque parece que el grifo que controla el paso de la misma se atasca; probablemente debido a la acumulación de cal en la que mi agua es muy generosa. Por fortuna, no me la cobran aparte.

Pues bien, estando con toda mi atención concentrada en el citado grifo, me ha venido al presente, desde un remoto cajón de mi memoria y de forma involuntaria, el recuerdo infantil de que la palabra "grifo" me parecía muy graciosa y pintoresca, sin que terminase de entender el motivo de que ese artilugio se denominase de tal forma. Mi fascinación por la palabra, llegaba al extremo de que me divertía repitiéndola jocosamente de forma reiterada. Tonterías de crío que mantuvieron viva la curiosidad y tatuaron el recuerdo indeleble.

Algunos años más tarde, siendo aún pequeño, una de mis tías que era aficionada a la heráldica, me distraía contándome historias, que yo encontraba apasionantes, sobre los significados de los símbolos que aparecían en los escudos nobiliarios y los estandartes. Gracias a ello, descubrí la flor de lis, los campos de gules, el unicornio... y ¡oh, hallazgo! los grifos mitológicos. Aquellos terroríficos animales con cabeza y garras de águila y cuerpo de león.

Inmediatamente, se me suscitó la gran incógnita que mi tía no supo aclararme. ¿Qué tenía que ver ese terrible y valeroso animal con el tubo torcido y con llave de paso por el que brotaba el agua en el lavadero de la casa de mis padres?

Y ahí quedó la pregunta incontestada; sepultada por otras que mi eterna curiosidad amontonaba, hasta que, mucho después, descubrí las gárgolas de las góticas catedrales medievales y supe que eran decorativas formas escultóricas de los desagües que alejaban el agua de las lluvias de las paredes y cimientos de las construcciones.

Desde entonces, estoy convencido de que los grifos domésticos deben su nombre a esos ingeniosos canalones medievales vomitadores de agua.

Puede ser que mi conclusión carezca de fundamentos científicos, filológicamente hablando. Acepto la posibilidad de que la correcta génesis del sustantivo que identifica a nuestros mecanismos hogareños, sea otra mucho menos romántica y personal. Pero no me importaría, si así fuese, siempre me quedaré con la aventura de mi memoria infantil y el regalo de su inesperado recorrido hasta el presente... al poner la lavadora.

FRM [17/05/2015]