El silencio del peregrino solitario es la mejor compañía para la ruta del aprendizaje, la observación, la reflexión y el desarrollo de la creatividad. En este rincón del nómada se irán depositando pensamientos, reflexiones, relatos, poemas, fotografías, dibujos, pinturas... y cualquier otra forma de expresión creativa de su autor que, con esta iniciativa, dejan de ser un acto íntimo y privado para convertirse en público y amistosamente compartido.
El Rincón del Nómada
La libre soledad del ermitaño es el terreno más fértil para que germine y florezca la creatividad. (Foto propia, 2014. Isleta del Moro, Almería)
Mi versión de "La terraza del café de la Place du Forum" de Van Gogh (1998)
Cuánto amor vagabundo
se encuentra en los vuelos nocturnos.
Porque en la noche suena una melodía
que al amanecer se apaga,
cuando se enciende el nuevo día.
Deja que en la oscuridad hable el silencio
de caricias y besos que, estando ciegos,
se superan en un tacto más intenso.
Deja que te arrope entre aromas de incienso,
con fragancias de lo imposible.
Deja que mis brazos te envuelvan
con osada pasión incontenible.
Vuela conmigo esta noche,
antes de que se encienda la luz
y se apague lo inaudible.
BAILÉ COMO RUDOLF NUREYEV, SUPERÉ LA PRUEBA Y TUVE UN DÍA HÚMEDO... ¿SE PUEDE PEDIR MÁS?
Desde hace muchos años, he sostenido muy sinceramente dos principios existenciales y complementarios: No
se pueden evitar las circunstancias externas, ajenas a la propia
voluntad, pero siempre se puede controlar la actitud frente a ellas. Y,
cuando la botella de los motivos de felicidad está por la mitad de su
contenido, siempre hay que celebrar la media que existe, sin lamentar la
media que falta.
No hace mucho que el destino, juguetón él, me ha querido poner a prueba. Durilla, pero bien elegida, doy fe.
Un
poco antes de las cuatro de la tarde, en el reposo que sigue a la
sobremesa, se oyó un golpe estruendoso en mi casa, seguido del
inconfundible sonido del agua cuando cae a cántaros desde una altura
considerable. El documental de la 2 que estaba viendo se quedó
esperándome cuando salté como impulsado por un resorte y francamente
alarmado por lo que estaba oyendo.
Al llegar al vestíbulo me
quedé paralizado. La trampilla del falso techo que oculta el calentador
del agua y su instalación estaba parcialmente desprendida. Parte del
techo contiguo se había desplomado y el resto presentaba grietas y
fisuras de varias proporciones y el agua caía torrencialmente por todos
los huecos, abriendo otros nuevos a su paso incontenible.
Durante
unos instantes me quedé paralizado, entre desconcertado y aterrado,
porque el agua ya cubría el suelo del vestíbulo y la cocina contigua,
comenzando a invadir parte del comedor y el pasillo que conduce a las
habitaciones. Mi primer pensamiento fue elevar y apartar las cajas de
embalaje que aún me rodean, con libros y documentos, recordando otra
inundación del pasado en la que perdí documentos y volúmenes
irrecuperables e irremplazables.
Hecho esto, cubrí con toallas de baño y un
albornoz los huecos de las puertas colindantes, mientras veía impotente
como el agua se filtraba por debajo de la puerta exterior invadiendo
descansillo y escalera... Todo ello, calándome bajo la ducha helada que
no tardó en empapar por completo mi ropa y calzado.
Rápidamente
el agua había alcanzado más de dos dedos de nivel y aquello no se
detenía. Una vecina acudió alarmada para decirme que el agua estaba
llegando al garaje, cuatro plantas más abajo. Respiré hondo, tratando de
recordar dónde estaba la llave de paso general y, con la cabeza
embotada, la localicé en un armario del descansillo. Cerré la palanca en
plan "misión imposible", pero el agua siguió cayendo hasta que se
vaciaron las tuberías...
No caminaba, chapoteaba. En ese momento,
había más de tres dedos embalsados. Respiré hondo y armándome de mocho,
comencé a intentar recoger la riada... Vano intento. Solté la inútil
herramienta y, armándome de un cazo, conseguí llenar hasta ocho cubos
del agua que iba recogiendo del suelo de la cocina donde más se había
acumulado y embalsado gracias a la eficacia de las represas de toallas
empapadas.
Cuando ya empezaba a no poder usar el cazo por el
descenso de nivel, comenzó a caer agua de nuevo ante mi sorpresa. Corrí
al descansillo para comprobar que la llave de paso seguí cerrada, como
así era. Antes de buscar explicación, tomé mi olla exprés y la coloqué
bajo el chorro que, por su temperatura me contó que esta vez procedía
del interior del calentador. Tal vez porque había detenido con pausa el
lavavajillas que había puesto a trabajar antes de sentarme a comer. Pero
tampoco era cuestión de ponerse a hacer excesivos análisis.
A
partir de ese momento, mi tiempo se repartió entre recoger agua del
suelo de la cocina e ir vaciando la olla a presión para volver a poner
bajo los 80 litros adicionales que deseaban visitarme por cauces
inadecuados e imprevistos.
Por si faltaba algo, en una de las
idas y venidas, resbalé en el suelo empapado abriéndome de piernas en
plan Rudolf Nureyev, con lo que mis entretelas se resintieron hasta lo
más íntimo. Afortunadamente pude aferrarme a la encimera de la
vitrocerámica y evitarme lo peor.
Entremedias, llamadas
telefónicas al seguro, al representante de la empresa propietaria de la
vivienda, con el SOS que no cuesta nada imaginar...
Por fin,
conseguí terminar de recoger el agua... Creo que es la vez que más
limpio ha estado el suelo de la cocina. Justo a tiempo de que llegase un
fontanero salvador...
Diagnóstico de avería, parte de guerra, y
mañana, espero que más pronto que tarde, volverán con las piezas para
reparar el problema interno, así como el techo hundido que después habrá
que pintar y etc.. Bien está lo que bien acaba. Y sin perder la calma,
al menos exteriormente.
Ejemplo de algo que no he podido evitar,
pero sí he podido enfrentar y sentirme satisfecho de haber resuelto
inicialmente con la actitud adecuada.
La "media botella llena"
que me ha confortado es la reflexión de que, afortunadamente, este
incidente ha ocurrido estando yo en mi casa y no durante una de mis
frecuentes y prolongadas ausencias. ¡Menos mal!
Prueba superada.
Ahora sólo me queda averiguar quien fue el o la profeta erótico que ayer me deseó un buen día "húmedo"...
Jano es el dios romano bifronte de las puertas, de los comienzos y los finales; constituye un excelente símbolo para venerar en la noche de transición en la que se recibe el mes que lleva su nombre: Ianuarius, Janeiro, January, Janvier, Gennaio, Gener...Enero.
Sus dos rostros miran hacia el pasado y al futuro, respectivamente. Todo un símbolo para quienes valoramos las representaciones de los mitos; para aquellos que respetamos y nos apasionamos con su significado arquetípico albergado latente en el inconsciente colectivo.
Jano pone de manifiesto la importancia de no ignorar el pasado para afrontar el futuro. El momento presente es siempre y sólo un umbral de tránsito entre dos estados. Un instante que cumple la función de rito de paso. Una oportunidad de avance, evolución, crecimiento y mejora.
Esa puerta puede resultar angosta en muchas ocasiones. Puede que admita sólo el paso de una persona. No importa. Hay que cruzarla en soledad y feliz de dejar atrás lo indeseable para caminar hacia territorios más fértiles y gratificantes, portando únicamente todo lo aprendido... solos y libres de lastres.
Desde el primer instante, las cero horas del 1 de enero, comienzo del mes de Jano, hagamos un nuevo camino al andar. A partir de hoy disponemos de casi un mes para la preparación.
Preparemos ya el peregrino equipaje, soltando lastre y peso innecesario. Eliminemos con decisión cuanto pretenda o pueda frenarnos de manera inmisericorde, pesados fragmentos arrastrados de nuestra esencia y existencia.
Emprendamos con alegría, experiencia e ilusión renovada una nueva etapa vital. Nos vemos al otro lado de la puerta. FRM [07/12/2015]
Portada de la primera edición de la novela comentada
Diego Armario, el autor
Hay obras literarias cuyo hallazgo me reafirman en la convicción de que
leer es uno de los mayores placeres al alcance de mis posibilidades.
Éste ha sido el caso de la primera novela, que no primer libro, escrita por mi admirado amigo Diego Armario López. Se trata de "La muerte de un Señor de Quinta", cuya primera edición se produjo en enero de 2004, tras quedar finalista en el premio Fernando Lara 2003. Esperemos que muy pronto vea la luz una merecida reedición.
Hace
ya varios días que terminé de devorarla con la avidez que me estimuló
su arranque violento y trepidante. Como le comenté al autor, es una
novela valiente y provocadora que "engancha", porque empieza donde y como otras terminan. Prometí a Diego
escribir mi opinión, y voy a tratar de enfrentarme al difícil reto de
hacerlo sin desvelar nada sustancial de la apasionante trama, conducida
con la habilidad de un cronista con muchas plumas gastadas en el
ejercicio de un excelente periodismo.
Debo confesar que, después de "El club de las amantes impacientes",
ésta es tan sólo la segunda novela que leo del autor de ambas, al que sigo
hace mucho en su faceta periodística. Y nuevamente me ha sorprendido
el hábil manejo que hace de la psicología de los personajes. Con
precisión de cirujano perfila las almas de los protagonistas en una obra
coral en la que intervienen muchas y variadas personalidades, a cual
más compleja, lo que pone de manifiesto las enormes dotes que Diego Armario
posee para calar en lo más hondo de las personas y extraer los
pigmentos con los que matiza sutilmente la gama cromática de las
diferencias importantes que subyacen en comportamientos aparentemente
similares.
No tiene gran importancia el lugar geográfico en el
que el autor sitúa la acción, la sociedad rural sudamericana, porque el
mensaje que transmite podría situarse en cualquier tiempo y espacio,
puesto que, como describe el primer párrafo del prólogo: "En
cualquier lugar del mundo, por muy cercano o lejano que esté de donde
nosotros vivimos y aunque no lo sepamos, siempre hay un abusador impune".
Tremenda sentencia que, desgraciadamente, la realidad confirma una y otra vez, a pesar de hacerlo de variadas formas diferentes.
Pero
es que lo importante del fondo de la novela, radica en ese crudo
mensaje y en sus consecuencias. A la vez que pone de manifiesto la
inerme indefensión de los colectivos largamente sometidos a omnímodos
poderes incuestionables que terminan aceptando cualquier dictadura,
porque "así son las cosas y su orden natural". Odian y se
avergüenzan de la represión y abusos que se les imponen, pero son
incapaces de actuar con libertad, cuando tienen la ocasión de hacerlo,
por el miedo de asumir responsabilidades individuales. Es más cómodo
mirar para otro lado y seguir sojuzgados. Un patético retrato en el que
los hombres salen muy mal parados... Porque, casi podría decirse que
estamos ante una obra con trasfondo de reivindicación feminista, en un
contexto caciquil donde el abuso sexual es la norma; el derecho de
pernada elevado a regla permanente en pleno siglo XX, con la aceptación
timorata y vergonzante de los hombres incapaces de rebelarse contra la
humillante costumbre.
Son las mujeres las que tienen un decidido y
marcado protagonismo en la escritura de la partitura sinfónica que se
interpreta en la novela, desde el brutal, cruel y salvaje principio
hasta el inesperado final. Una melodía que suena con el intenso y acre
sabor de la justa venganza, dejando pequeño al Conde de Montecristo, paradigma de ese sentimiento en mi imaginario, desde que leí la gran obra de Dumas.
Estamos
ante la historia de un pueblo, realmente toda una comarca, dominada por
el sistema feudal ancestral del poderío absoluto de los sucesivos Señores de Quinta
que, cual monarquía instaurada y mantenida a sangre y fuego, van
heredando plena y abusiva posesión sobre las vidas y haciendas de sus
vasallos, como miserables y crueles dictadores consentidos y asumidos.
Desde esa posición de dominio absoluto, los Señores de Quinta
ejercen toda clase de violaciones y violencias sobre la población, sin
que ésta se sienta capaz de hacer nada para modificar tan aberrante
estado de cosas. El poder del miedo a enfrentarse a un sistema que se
perpetúa por inercia gracias a ello.
Hasta que un buen día, las mujeres actúan por iniciativa propia y con refinada crueldad... El error del peor de los Señores de Quinta, Nacho Murrieta, fue abusar de la mujer equivocada. Y lo pagó.
Aquí
me detengo, porque lo que sigue tiene su respuesta en el primer
capítulo y he prometido no desvelar nada que pueda privar de su propio
placer a otros lectores.
Sólo me gustaría añadir que la habilidad
e inteligencia del autor enriquece la obra con un final en el que
aporta las claves de los acontecimientos que conducen al nacimiento y
creación de un mito legendario, cuyo diseño y construcción es
imprescindible para conseguir los objetivos liberadores de la población
afectada. Una aportación interesantísima que remata mejor que bien una
novela que nada tiene que envidiar a alguna de Mario Puzo en la que retrata la Sicilia profunda.
Finalizo
esta breve reseña con las tres citas que encabezan la portadilla de la
novela, porque su acertada elección resume mucho mejor que mis palabras,
el contenido e intención de la obra.
"Las personas son como la luna: Siempre tienen un lado oculto que no enseñan a nadie". (Mark Twain)
"En la venganza, el débil es siempre el más feroz". (Reugesem)
"Sólo temo a mis enemigos cuando empiezan a tener razón". (Jacinto Benavente)
Una vez más, gracias, Diego Armario, por el buen rato que me has hecho pasar con este canto al precio de la libertad y los sueños realizables.
Cuando publiqué el relato de mi recuerdo como colaborador en el diseño y realización de las ilustraciones para las vallas publicitarias del Zoo de Madrid, terminaba refiriéndome a otra historia, relacionada con una joven leona que me dio un buen susto en aquellos tiempos.
Pues bien, ha llegado el momento de rememorarla, con una sonrisa que entonces se me congeló, como espero que se comprenda al leer este breve relato.
Resultó que mi relación amistosa con la directora del Zoo, me llevó a conocer a otros responsables de diversas tareas en el recinto, entre los que hice especial amistad con Scotty, un entrañable británico divertidísimo y bonachón, responsable de destetar a los felinos, entre otras actividades veterinarias.
Nuestra amistad prosperó durante el año y pico que mantuve mi relación con el Zoo, tanto como para ser invitado a su casa en varias ocasiones, situada en la calle Doctor Fleming de Madrid y puerta con puerta con el humorista chileno "Bigote" Arrocet, que, en aquellas fechas, vivía en la misma finca.
La verdad es que pasé muy buenos ratos con ambos, gracias a la chispa de "Bigote" y los "chispeantes" gintonics de Scotty. No obstante, lo más inolvidable fue poder jugar con los pequeños cachorros de pantera negra, leopardo y león que puede conocer en aquella peculiar morada, llegando incluso a dar biberones a alguno de ellos... Sobre todo a una pequeña leona que era un verdadero muñeco de peluche, dulce y juguetona como un gatito, con la que establecí un vínculo muy especial, reforzado por los mimos y caricias que le hacía en la barriguita hasta que se dormía en mi regazo.
Era una verdadera delicia y resultaba asombroso pasear por el recinto del Zoo y ser testigo de cómo los animales ya adultos reconocían alborozados a su "nodriza", abrazando a Scotty y llenando de lengüetazos la feliz sonrisa de su rubicundo rostro.
Pues bien, aproximadamente seis meses más tarde de mi último encuentro con mi leoncita en casa de mi amigo, tuve una de mis reuniones de trabajo con la directora y, aprovechado mi presencia, Scotty se acercó a su despacho para saludarme e invitarme a uno de nuestros gratos paseos por las instalaciones.
Estábamos finalizando la ruta en el área destinada al uso exclusivo de los veterinarios, cuando mi sonriente amigo me avisó de que iba a darme una sorpresa. Dicho lo cual, y sin más preámbulos, abrió una puerta metálica, dejando vía libre a una leona que se avalanzó sobre mí, dando con mis huesos y el traje que vestía en el suelo.
Efectivamente, con una zarpa en cada hombro, tumbado en el suelo y recibiendo lametones por toda la cara, acabé tomando conciencia de que se trataba de "mi leoncita"... Jamás había imaginado que un cachorro de león y sus colmillos creciesen tanto en seis meses.
Y, desde luego, no podía entender, por qué el puñetero de Scotty se moría de la risa, mientras yo estaba convencido de que me quedaban escasos segundos de vida, antes de ser devorado por aquel pedazo de leona que abultaba más que yo.
Creo que nunca lograré saber si las lágrimas que empañaban mis gafas por el interior, ya que por fuera lo hacía su lengua, se debieron a la emoción del reencuentro y la alegre sorpresa de que me recordase o al ataque de pánico que sufrí previamente, cuando me daba por muerto.
Lo que sí es cierto, y de eso estoy seguro, es que es uno de los recuerdos más singulares y entrañables de mi nómada existencia.
Una piel tersa y suave.
Piernas largas, torneadas.
Senos turgentes, coronados.
Cabello fragante.
Bello vello, excitante.
Vientre anhelante.
Nalgas firmes, ondulantes.
Obra de arte.
Belleza admirable.
Deseo imborrable.
Pasión arrebatada.
Efímera naturaleza
de jugosa lozanía
en cuerpo confortable.
Tentadores hechizos fugaces
que se eclipsan invisibles
bajo la luz impactante
de la dulce y tierna mirada
propia de un alma grande
que al mundo se asoma
en sonrisa imborrable, deslumbrante...
Si los simpáticos Pedro Picapiedra y Pablo Mármol hubiesen querido cumplir con el precepto de la misa dominical, sin duda habrían frecuentado templos rupestres, similares a los de los Santos Justo y Pastor de Olleros de Pisuerga o el de Santa María de Valverde en el bello valle cántabro de Valderredible, a los pies del Mirador de Valcabado, así como otras muchas iglesias y eremitorios rupestres menos significativos pero muy interesantes que santifican grutas y cuevas, abarrotando la Montaña Palentina y la vecina Cantabria. Tanto Olleros de Pisuerga como Santa María de Valverde, se encuentran a escasos kilómetros de Revilla de Pomar, pequeña pedanía que ha quedado reducido a residencia de veraneantes al ir reduciéndose la actividad agrícola y ganadera de las que quedan escasos vestigios.
Petra, la antigua ciudad rupestre de los nabateos, en Jordania
Como la antigua capital del reino nabateo en Jordania, la ciudad de Petra, estos templos no están “construidos con piedra”, sino excavados y esculpidos en la propia piedra, aprovechando, conformando y adaptando las oquedades naturales de las primitivas cuevas existentes.
La Iglesia de los Santos Justo y Pastor está situada en la pedanía de Olleros dePisuerga, en el municipio de Aguilar de Campoo y está considerado uno de los conjuntos eremíticos más importante de la Península. Se trata de un relevante ejemplo de la arquitectura rupestre del valle del Pisuerga, excavado en un promontorio de piedra arenisca. Asociada a la iglesia, se encuentra una necrópolis con sepulturas antropomórficas y de bañera, así como varios habitáculos en cuevas anexas.
La iglesia rupestre de Santa María de Valverde, en el término municipal de Valderredible (Cantabria), fue declarada Bien de Interés Cultural en 1985. Desde Revilla de Pomar hay que tomar la carretera que va desde Quintanilla de las Torres (Pomar de Valdivia), cerca de Aguilar de Campoo hasta Polientes, capital del municipio de Valderredible.
La iglesia de Santa María de Valverde es la más grande de estas construcciones. Todavía se usa como templo parroquial. En la parte exterior tiene una espadaña de época románica y, como ocurre en otras manifestaciones rupestres del norte peninsular, hay tumbas antromorfas altomedievales excavadas en la roca. En el interior, tiene dos naves, separadas por pilares cuadrados y cubierta parecida a una bóveda de cañón. Parece que pudo tratarse de dos iglesias pareadas, cuyas cabeceras son distintas.
Junto a la iglesia se alza el "Centro de Interpretación de la Arquitectura Rupestre", dependiente del Gobierno Regional de Cantabria.
En definitiva, estamos ante dos joyas curiosísimas y muy interesantes que se engarzan en el numeroso conjunto de eremitorios rupestres menores que rodean Revilla de Pomar, el pequeño pueblo que fue mi hogar durante casi siete años.
Es más que recomendable una visita a todas ellas, disfrutando de un paisaje espléndido y una tranquilidad paradisíaca.
Zapatillas usadas,
pisando en música suave.
Un sofá confortable,
piernas entrelazadas.
Lectura compartida,
letras susurradas.
Un beso se desliza
fugaz como una mirada.
Dos generosas tazas de té
que calientan las ganas.
Sonrisas cómplices
de anécdotas recordadas.
Conversación interminable
sobre historias de todo y nada...
Un viejo chándal con "bolas",
crecidas como venerable barba,
envoltorio sugerente,
más que una blusa escotada,
anunciando el privilegio
del encanto enmascarado.
Risas a carcajadas
que descansan en sonrisas,
ponen música de fondo
a la interminable charla.
Y después...
Paseamos de la mano
para dar envidia al mundo.
Foto propia. Revilla de Pomar, en la Montaña Palentina
Esta madrugada ha nevado intensamente. Comienza a clarear el día, las sombras fantasmales se vuelven sólidas y los copos han decidido quedarse en el cielo. Poco después, ha amanecido un nuevo día perezoso. Con el frío silencio pintado de blanco y recios contrastes.
Remolón, envuelto en el calor y olor de tu piel, simulo estar despierto mientras miro por la ventana y contemplo el algodón que viste de blanco luminoso el primer instante del resto de mi vida... sin puntos suspensivos.
Hubo una época de mi vida profesional en la que me vi obligado a participar en interminables y, con demasiada frecuencia, aburridas reuniones de trabajo.
Muchas de ellas eran inútiles y soporíferas, cuando no verdaderamente surrealistas, con eternizadas negociaciones entre la parte contratante de la primera parte que no había forma de que llegase a nada concreto con la parte contratante de la última parte... Otras eran tan anárquicas, desquiciadas y delirantes como cierto famoso camarote...
En esos tediosos momentos, antídotos del insomnio más recalcitrante, era cuando mi mente se alejaba y la mano lo testimoniaba... discretamente, "tomando notas" de las que aún conservo restos.
Aquel lunes de principios de la década final del siglo pasado, recibí una llamada inesperada de mi secretaria que, con voz angustiada y temblorosa me conminaba a acudir urgentemente a la oficina. El motivo de su estado: Aparentemente habían entrado a robar en mi despacho durante el fin de semana.
He diferenciado con toda intención mi despacho del resto de la oficina, porque fue sólo ese ámbito el que había sido violado y devastado por los supuestos ladrones que, sin embargo y como comprobé después, no se habían llevado ninguno de los objetos de valor que allí había... Cuando ordené el desolador panorama, sólo faltaban ciertos documentos que, por fortuna, había fotocopiado con intuitiva previsión.
Mientras me daba una ducha de emergencia, se mezclaban en mi cabeza el impacto preocupado e indignante de la reciente noticia con las emociones vividas durante el fin de semana que había pasado en Francia, en un paraje aislado y cercano a Nimes, invitado en la impresionante vivienda de un gran amigo y maestro, filósofo, alquimista, naturópata y sanador, además de miembro notable de una logia masónica y enlace o colaborador del Mossad en España, entre otras muchas cosas.
Tanto el personaje como la casa y su entorno, así como mis experiencias allí vividas y, desde luego, lo concerniente al extraño robo de mi despacho, merecen un libro aparte. Pero, como suele decirse, esa sería otra historia que tal vez algún día narre en clave de ficción, para hacer creíble lo que, con frecuencia, la realidad ha superado.
¿Entonces a qué viene el preámbulo? Pues, a que me remite a una época y circunstancias en las que tuve la oportunidad de conocer y tratar, más o menos profundamente, a personas tan diversas y heterogéneas como apasionantes y enriquecedoras.
Era una etapa en la que los vericuetos y pliegues de mi nómada existencia me habían conducido a coprotagonizar el proyecto de relanzamiento de la mítica revista "Mundo Desconocido"; pionera y modélica en su género que había fundado años antes mi fraternal amigo y colega, el periodista, escritor e investigador Andreas Faber Kaiser, prematura, injustificada e inexplicablemente fallecido en marzo de 1994.
Poco podía imaginar entonces que me estaba adentrando en unos mundos realmente desconocidos, hollando el suelo poco firme y peligroso de las arenas movedizas que cubren lo mucho que se oculta en el subsuelo de lo cotidiano, conocido y visible.
Situado el contexto, me centraré en uno de esos interesantes personajes a los que antes me he referido y cuyo magisterio me ha enriquecido de conocimiento en varias ocasiones. Se trata de Josep Maria Fericgla, Doctor en Antropología Social y Cultural, así como Etnopsicólogo de larga y probada experiencia.
Tuve el placer de conocerle en 1994, cuando acababa de escribir su interesante libro "El bolet i la gènesi de les cultures"(El hongo y la génesis de las culturas) que disfruté en su texto catalán original y he releído recientemente en una edición posterior, traducida al castellano.
Sería pretencioso por mi parte definirle como amigo personal, aunque nuestra relación siempre fue cordialmente amistosa y debo a su generosidad la gran ayuda que me regaló, cuando en 2005 tuve que realizar un amplio reportaje periodístico sobre el culto del Santo Daime y su sagrado sacramento, la ayahuasca, de cuya psicoactiva sustancia enteógena Fericgla es un cualificado estudioso y experimentado conocedor.
A raíz de este último contacto, he seguido recibiendo información de los interesantes y útiles Talleres Vivenciales que el Dr. Fericgla organiza y dirige a través de su Fundación de Etnopsicología y estados expandidos de consciencia.
En un contexto cultural que vive de espaldas al fenómeno natural de la muerte y sufre profundamente por la certeza de la propia o por la de un ser querido, la experiencia que brinda este Taller Vivencial es casi imprescindible.
En palabras del propio Dr. Fericgla, es una vivencia completa y profundamente espiritual de desarrollo psicológico y existencial. Quien es capaz de enfrentarse a la muerte abre una incomparable y nueva dimensión de su vida basada en la aceptación profunda de uno mismo. Es un Taller de carácter catártico, que permite descubrir dimensiones insospechadas de la existencia, por el camino de descargar las presiones emocionales que nos condicionan. Por medio de un estado expandido de consciencia, cada asistente constata las causas que limitan su vida.
El propulsor de la catarsis es la Respiración Holorénica, controlada por ejercicios, músicas y sonidos altamente seleccionados. Ello empuja a los asistentes a una disolución creativa del ego, ayudando a descubrir el lugar exacto donde cada uno está atascado en la vida.
La Respiración Holorénica, metodología desarrollada por el propio Fericgla, induce un estado modificado de conciencia, equivalente al que producen las sustancias enteógenas, y ayuda a liberar miedos, bloqueos físicos y emocionales... a reconocerse, en definitiva.
Conozco el enclave donde se llevan a cabo los Talleres Vivenciales, Can Benet Vives, situado a 50 km de Barcelona, en el Parque Natural del Montnegre, y puedo asegurar que es el marco ideal para vivir un fin de semana sumergido en la experiencia descrita.
Una asignatura pendiente de preparación para enfrentarse con éxito al examen final al que todos estamos convocados.
Hay noches que siento en el alma el calor de otra cercana. Las caricias de imborrable recuerdo. El regalo de un ausente amor inesperado. Y mi universo se llena de luz intensa y húmeda.
Estoy sinceramente estupefacto. Mañana se cumplirá un mes de la noticia de que este "Rincón del Nómada" había alcanzado las 25.000 visitas, en sus trece meses de breve existencia. Lo que, para mí, era un récord de casi imposible superación.
Sin embargo, en este último mes, se han sumado 5.115 más, en el momento en que escribo estas gratificantes líneas... No me lo puedo creer. Habéis conseguido pulverizar la media precedente, dándome la enorme alegría de poner de manifiesto, con vuestra presencia y seguimiento, que no sólo no ha decaído el interés de mis aportaciones, sino que se ha aumentado considerablemente. Parece que he elegido un buen camino para llegar a mi rincón y pocas noticias podían hacerme hacerme más feliz.
Seguramente hay otros caminos, pero éste es el mío que comparto con mis amigos. (Foto de archivo)
Un millón de gracias a todos los que habéis hecho posible esas 30.115 visitas presentes con vuestra afectuosa y constante presencia.
Y, por supuesto, mi especial agradecimiento a quienes se han registrado como miembros seguidores, a todos los que se toman la molestia y el interés de expresar sus comentarios que enriquecen mis entradas, así como a los que marcan en el botón "G+1", aumentando con ello la presencia de mi modesto rincón en Google.
A todos correspondo con 30.115 besos y abrazos. Sois muy grandes. Gracias de corazón.
En fecha tan entrañable como el día de mi santo, el 4 de octubre, se cumple cada nuevo aniversario de la marcha de mi madre en su último y largo viaje, y ya son dieciséis en la fecha en que esto escribo.
Por circunstancias muy personales, me han visitado los recuerdos de algunos pasajes memorables, de los muchos que compartimos durante su vida a la que debo la mía. Uno de ellos lo representa este cuadro que pinté y regresó a mí, cuando ella se fue, descolgado de la pared de su comedor donde permaneció inamovible durante muchos años.
Se trata de una historia entrañable de femeninos celos maternos en quien, a pesar de haberme enseñado todo lo relativo a "lo que tira más que las carretas", no asimiló bien que robara tiempo a mi ocupada agenda de trabajo y estudios para pintar, a la moza que entonces era mi novia, un cuadro reproduciendo en dos dimensiones un arlequín de las famosas cerámicas de Lladró que hacía furor decorativo en aquellos tiempos de 1966 en los que yo apenas tenía 18 tiernos añitos.
No me hizo el menor comentario, pero su expresión al verme sumido en la tarea, era todo un discurso de "envidia" contenida. Consciente de ello, le pregunté si quería que le pintase algún cuadro para ella... Obviamente su esperada respuesta fue entusiasta y afirmativa. Lo que después me sorprendió y, por qué no decirlo, me abrumó bastante, fue su elección de una de las versiones de "La mesa de la cocina" de Paul Cézanne, de cuya obra se confesó enamorada. No pude por menos que pensar "¡Madre mía!", en la doble acepción que la ocasión justificaba.
Pero, un compromiso es un compromiso y con la madre de uno, era mucho más. Así que me dispuse a enfrentarme al reto que se me antojaba hercúleo y de dudoso alcance, dada mi escasez de tiempo libre y, sobre todo, a mi inexperiencia y bisoñez en lides de tal envergadura...
Y quiso la traviesa fortuna que, poco después, sufriese un accidente deportivo que me produjo una lesión por derrame del líquido sinovial en una rodilla, lo que me obligó a prolongada inmovilidad hogareña durante la convalecencia... Ya no tenía excusa ni escapatoria.
En consecuencia, armado de un cartón y un limitado surtido de tarros de témpera —apenas los colores básicos—, me puse manos a la obra y la imagen que hoy cuelgo en este rincón, es la de aquel cuadro que tanto emocionó a mi madre y que, anecdóticamente, firmé por primera vez como "Francisco", aunque ella nunca me llamó así.
No entiendo de poesía. De hecho, de casi nada y apenas un poco de cada. Olvidé la métrica, los tropos, sinécdoques y metonimias, todo eso que parecen enfermedades raras. Sólo entiendo un poco las metáforas, porque me fascinan los juegos de palabras.
Sin embargo, reconozco un buen poema cuando siento su música en el cuerpo y su letra me estremece el alma...
Y, para mis sentimientos, son excelentes los versos que conmueven mi espíritu y, emocionándome, humedecen mi mirada.
Los hombres suelen preguntar "¿Qué ocurre?" "¿Pasa algo?", cuando perciben un comportamiento extraño o inusual en una mujer con la que tienen relación. Se desesperan o quedan estupefactos, cuando la respuesta que reciben es un simple, irritante y escueto: "Nada".
La clave para comprender esta, en apariencia, incongruente respuesta no está en los tópicos al uso. La respuesta puede ser correcta y certera en muchos casos.
La cuestión es que el hombre inquiere por las causas de la situación y la mujer responde con los efectos.
Y lo realmente inquietante es que lo que pasa es... "NADA".