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El Jardín de las Delicias, La fragua de Vulcano y retrato de Inocencio X |
Recuerdo haber leído en alguna parte que el artista Bruce Nauman, creador de obras de arte moderno con tubos fluorescentes, afirmó que: "El artista auténtico ayuda al mundo revelando verdades místicas". Ironía o convicción, lo cierto es que ante ciertas obras se experimenta la sensación de la inminencia de un presagio. Es como si, de un momento a otro, fuésemos a vivir una revelación trascendental que va más allá de la superficie que se refleja en la obra. Supera, incluso, la emoción estética que acerca al anonadador "síndrome de Stendhal", o forma parte integrante de ella, con mayor o menor conciencia del fenómeno.
Todas las formas de arte me apasionan, pero debo admitir una especial y muy personal debilidad por la pintura. Por ello, no puedo evitar que, ante la frase de
Nauman citada, me asalten las imágenes de algunos cuadros que me han hecho sentir lo que él afirma.
Tal ha sido el caso inmediato de
"El Jardín de las Delicias" de
El Bosco que me hipnotizó desde la primera vez que lo vi, siendo muy niño. Fue tal el impacto, que no he parado de buscar respuestas a los muchos códigos encriptados en el peculiar y enigmático tríptico que
Felipe II quiso tener ante su vista mientras agonizaba en el lecho de muerte.
Pero no es esa pieza la única que estimula en mí esa sensación de que "algo me cuenta" un cuadro, más allá de su imagen pictóricamente congelada. La obra mencionada anteriormente puede parecer una obviedad por su intrincada y prolija composición. Pero hay otras escenas, de apariencia menos enigmática, pero igualmente subyugadoras. Sobre todo las que capturan un momento exacto y preciso que nos permiten ahondar en su antes y después, si nos dejamos llevar, una vez superado el impacto de la belleza y perfección técnica. Tal es el caso, por ejemplo, de
"La fragua de Vulcano", magistral retrato "instantáneo" del gran
Velázquez que nos muestra todo el drama del momento en que
Apolo se presenta ante el cojo dios herrero para decirle, ¡delante de todos los presentes! que su esposa
Venus le está adornando su divina cabeza con unos gloriosos cuernos con el más atractivo y musculoso
Marte; las expresiones de los rostros de todos lo que lo escuchan, nos dicen cuanto necesitamos saber sobre el fuego que más calentó ese día en la fragua.
Y la mención de
Velázquez, me traslada al recuerdo del crudo retrato del Papa
Inocencio X, cuya apariencia estática no engaña cuando se observa el alma de canalla inmisericorde que emana su rostro. La mirada, mezcla de hielo y fuego, las manos como zarpas, la barba de chivo avariento y el rictus de su boca con su gesto de indescriptible mala leche que lo retratan mejor que el dibujo y el color, hasta el punto de que, cuando el protagonista lo vio acabado, sólo murmuró entre dientes poco complacidos:
"Troppo vero!" (demasiado real). El viejo cabrón amargado se vio real y literalmente "retratado".
Por ello, no se debe ir a un museo con prisa. No importa detenerse ante un cuadro todo el tiempo preciso para que la esencia que desprende nos invada y muestre mucho más de lo que se ve con los ojos en el lienzo.
FRM [03/05/2015]