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Fotomontaje propio |
BAILÉ COMO RUDOLF NUREYEV, SUPERÉ LA PRUEBA Y TUVE UN DÍA HÚMEDO...
¿SE PUEDE PEDIR MÁS?
Desde hace muchos años, he sostenido muy sinceramente dos principios existenciales y complementarios: No
se pueden evitar las circunstancias externas, ajenas a la propia
voluntad, pero siempre se puede controlar la actitud frente a ellas. Y,
cuando la botella de los motivos de felicidad está por la mitad de su
contenido, siempre hay que celebrar la media que existe, sin lamentar la
media que falta.
No hace mucho que el destino, juguetón él, me ha querido poner a prueba. Durilla, pero bien elegida, doy fe.
Un
poco antes de las cuatro de la tarde, en el reposo que sigue a la
sobremesa, se oyó un golpe estruendoso en mi casa, seguido del
inconfundible sonido del agua cuando cae a cántaros desde una altura
considerable. El documental de la 2 que estaba viendo se quedó
esperándome cuando salté como impulsado por un resorte y francamente
alarmado por lo que estaba oyendo.
Al llegar al vestíbulo me
quedé paralizado. La trampilla del falso techo que oculta el calentador
del agua y su instalación estaba parcialmente desprendida. Parte del
techo contiguo se había desplomado y el resto presentaba grietas y
fisuras de varias proporciones y el agua caía torrencialmente por todos
los huecos, abriendo otros nuevos a su paso incontenible.
Durante
unos instantes me quedé paralizado, entre desconcertado y aterrado,
porque el agua ya cubría el suelo del vestíbulo y la cocina contigua,
comenzando a invadir parte del comedor y el pasillo que conduce a las
habitaciones. Mi primer pensamiento fue elevar y apartar las cajas de
embalaje que aún me rodean, con libros y documentos, recordando otra
inundación del pasado en la que perdí documentos y volúmenes
irrecuperables e irremplazables.
Hecho esto, cubrí con toallas de baño y un
albornoz los huecos de las puertas colindantes, mientras veía impotente
como el agua se filtraba por debajo de la puerta exterior invadiendo
descansillo y escalera... Todo ello, calándome bajo la ducha helada que
no tardó en empapar por completo mi ropa y calzado.
Rápidamente
el agua había alcanzado más de dos dedos de nivel y aquello no se
detenía. Una vecina acudió alarmada para decirme que el agua estaba
llegando al garaje, cuatro plantas más abajo. Respiré hondo, tratando de
recordar dónde estaba la llave de paso general y, con la cabeza
embotada, la localicé en un armario del descansillo. Cerré la palanca en
plan "misión imposible", pero el agua siguió cayendo hasta que se
vaciaron las tuberías...
No caminaba, chapoteaba. En ese momento,
había más de tres dedos embalsados. Respiré hondo y armándome de mocho,
comencé a intentar recoger la riada... Vano intento. Solté la inútil
herramienta y, armándome de un cazo, conseguí llenar hasta ocho cubos
del agua que iba recogiendo del suelo de la cocina donde más se había
acumulado y embalsado gracias a la eficacia de las represas de toallas
empapadas.
Cuando ya empezaba a no poder usar el cazo por el
descenso de nivel, comenzó a caer agua de nuevo ante mi sorpresa. Corrí
al descansillo para comprobar que la llave de paso seguí cerrada, como
así era. Antes de buscar explicación, tomé mi olla exprés y la coloqué
bajo el chorro que, por su temperatura me contó que esta vez procedía
del interior del calentador. Tal vez porque había detenido con pausa el
lavavajillas que había puesto a trabajar antes de sentarme a comer. Pero
tampoco era cuestión de ponerse a hacer excesivos análisis.
A
partir de ese momento, mi tiempo se repartió entre recoger agua del
suelo de la cocina e ir vaciando la olla a presión para volver a poner
bajo los 80 litros adicionales que deseaban visitarme por cauces
inadecuados e imprevistos.
Por si faltaba algo, en una de las
idas y venidas, resbalé en el suelo empapado abriéndome de piernas en
plan
Rudolf Nureyev, con lo que mis entretelas se resintieron hasta lo
más íntimo. Afortunadamente pude aferrarme a la encimera de la
vitrocerámica y evitarme lo peor.
Entremedias, llamadas
telefónicas al seguro, al representante de la empresa propietaria de la
vivienda, con el SOS que no cuesta nada imaginar...
Por fin,
conseguí terminar de recoger el agua... Creo que es la vez que más
limpio ha estado el suelo de la cocina. Justo a tiempo de que llegase un
fontanero salvador...
Diagnóstico de avería, parte de guerra, y
mañana, espero que más pronto que tarde, volverán con las piezas para
reparar el problema interno, así como el techo hundido que después habrá
que pintar y etc.. Bien está lo que bien acaba. Y sin perder la calma,
al menos exteriormente.
Ejemplo de algo que no he podido evitar,
pero sí he podido enfrentar y sentirme satisfecho de haber resuelto
inicialmente con la actitud adecuada.
La "media botella llena"
que me ha confortado es la reflexión de que, afortunadamente, este
incidente ha ocurrido estando yo en mi casa y no durante una de mis
frecuentes y prolongadas ausencias. ¡Menos mal!
Prueba superada.
Ahora sólo me queda averiguar quien fue el o la profeta erótico que ayer me deseó un buen día "húmedo"...
FRM [17/12/2013]