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Foto propia. El pequeño tesoro de mi "Biblioteca Pulga" |
En mi presente, no
tengo pudor ni reparo alguno en admitir que de pequeño fui lo que podría
considerarse un niño "rarito", fruto de una profunda timidez que se
alimentaba de los placeres solitarios y sedentarios del dibujo y la
insaciable lectura precoz.
Ello me aportó una impecable imagen
ante mis padres y profesores, ya que no daba ninguna guerra, al estar
siempre absorto en una de mis dos actividades favoritas y sacaba unas
notas que han hecho que mis hijas me considerasen como un marciano al
ver mis cartillas y libretas de calificaciones que atesoró mi madre en
vida y aún conservo como reliquias, entre satisfactorias y casi
vergonzantes por recordar al
"repelente niño Vicente".
Adelantándome
a lo que pensará algún lector de estas reflexiones, acepto de antemano que
ahora soy un adulto igual de "rarito" que ha aprendido un poco a
disimular su ancestral timidez genética gracias a una cierta seguridad,
adquirida por medio del hábito adictivo de la lectura que, como es
sabido, es condición necesaria, aunque nunca suficiente.
Lo
antepuesto se justifica porque en los años 50 del siglo pasado, existía una maravillosa
colección de libritos, publicados por Ediciones G. P. de Barcelona, bajo
el sello genérico de
Pequeños Grandes Libros de la ENCICLOPEDIA PULGA.
Lo de "grandes" definía con todo rigor a la selección de autores y
obras. En cuanto al calificativo de "pequeños", aludía a su minúsculo
formato de 10x7,5 cm, casi como un paquete de cigarrillos.
No
menos pequeño era su precio, barato incluso para la época, puesto que
oscilaba entre 1,50 ptas. (0,009 €), hasta el más caro, en tapa dura,
por 10,00 ptas. (0,06 €), pasando por 5,00 y 8,00 ptas. (0,03 y 0,048
€), según el número páginas y consecuente grosor del volumen.
Este
alarde editorial se vio superado en asequibilidad por otro editor
avispado, S.A.E.G.E. que trató de competir, inútilmente por cierto, en
ese nicho de mercado con su propia colección, llamada
BIBLIOTECA PÍLDORA,
con un formato aún más pequeño (8,5x6 cm) y al precio redondo de 1,00
ptas. (0,006 €). Aunque, por lo que recuerdo y conservo, con un menor
fondo editorial clásico y más enfocado a la publicación de biografías de
personajes históricos. No me acuerdo si tuve más, pero, a los años y
mudanzas, sólo han sobrevivido cuatro títulos que conservo en mi poder:
Mata Hari,
Mademoiselle Doctor,
Isaac Peral y
Rasputín.
Todas
estas joyas las vendían las "piperas", maravillosas especímenes del
ecuador del siglo pasado. Estas encantadoras señoras mayores, casi
ancianas hadas madrinas, hace tiempo que se extinguieron, desapareciendo
de las calles y parques de Madrid, igual que las tradicionales
castañeras y las que vigilaban la puerta del lavabo de señoras en bares y
restaurantes. Lamentablemente, no tuvieron relevo generacional.
Pues
bien, en aquellas cestas casi mágicas que se ofrecían a nuestros
embelesados ojos infantiles, se mezclaban, en placentera orgía de color,
sabor y saber, golosinas y chucherías de toda índole; desde caramelos,
chicles y gominolas, hasta regaliz y "paloluz", pasando por los
sobrecitos de picante "sidral", las insólitas pastillas de "leche de burra" y los históricos cigarrillos de anís,
elemento esencial que compartía la sombra del bigote incipiente para el
ancestral rito de paso a la adolescencia. Allí, en aquel cuidado
contenedor de mimbre con impolutas puntillas, convivían todas las
sabrosas delicias con el tabaco para adultos que se podía comprar por
cigarrillos sueltos, los librillos de papel de fumar y las
imprescindibles cerillas que podían usarse también para los ruidosos
petardos, sus vecinos que competían en la cesta con los escandalosos
"garbanzos" que explotaban sólo por impacto a los pies de las chicas a
las que queríamos llamar la atención en un burdo despertar a la
sexualidad. Y, entremedias, anacrónicos, pero perfectamente aceptados,
se encontraban los queridos libritos antes mencionados.
Ni qué
decir tiene que este "rarito" que hoy se confiesa, invertía en ellos hasta
el último céntimo de sus pagas semanales y propinas varias, dejando de
lado los placeres degustables de las "chuches", si el presupuesto no
daba para todo... que no daba. Las prioridades estaban claras en mis
pasiones infantiles...
A estas alturas del relato autobiográfico,
releo lo escrito y me percato de que alguien puede preguntarse con
razón:
"¿Y qué tiene que ver todo esto con el título de la historia?"
Pues,
mucho. Aunque seguramente me he dejado arrastrar por mi romanticismo
crónico e incurable y el recuerdo nostálgico y entrañable de una época
de mi vida que me ha marcado hasta hoy. No descarto, como causa
complementaria, mi bisoñez de aprendiz de narrador que conduce a un
soliloquio, posiblemente alejado del interés del posible lector y del
tema central que pensaba abordar en su inicio. Mis disculpas por ello, pero es lo que hay.
La cuestión es
que, gracias a los citados libritos, pude descubrir, disfrutar y
aprender de las historias de autores tan heterogénos y fundamentales como:
Homero,
Dostoyewski,
Fernández Florez,
Bécquer,
Wilde,
Pemán,
Delibes,
Tirso de Molina,
González Ruano,
Valle Inclán,
Jardiel Poncela,
Cervantes,
Cicerón,
Malory,
Walter Scott,
du Mourier,
Lewis Wallace,
Verne,
London,
Gogol,
Melville,
Dickens,
Defoe,
Allan Poe,
Conrad... Y otros muchos, menos conocidos pero no menos enriquecedores.
Intencionadamente,
he omitido en la enumeración anterior a uno de mis autores favoritos y
estrechamente vinculado a la idea que ha dado origen a este relato,
quizá ya demasiado extenso. Se trata del gran
Robert Louis Stevenson.
Muchos
son los títulos que he leído, y vivido imaginariamente, de la obra de ese
maestro eterno, pero recuerdo la intensa huella indeleble que me
produjo, en aquel lejano tiempo, el brillante estudio psicológico
contenido en su terrorífica novela
"EL EXTRAÑO CASO DEL DOCTOR JEKYLL Y MR. HYDE".
Es
evidente que, en aquellos tiernos años de mi vida, no estaba preparado
para profundizar intelectualmente en el alcance del mensaje de esa
novela que he releído innumerables veces y de la que acumulo ediciones
diferentes y posteriores a la de la Biblioteca Pulga. Pero lo que sí
recuerdo es que, ante el misterio insondable del dogma de la "Santísima
Trinidad", se me mostró con meridiana claridad para la mente infantil la
evidencia comprensible de la
"Humanísima Dualidad" que hoy me ha traído a peregrinar por este largo recorrido retrospectivo entre los vericuetos de mi
precoz afición a la lectura que, hasta hoy, permanece viva e insaciable.
Creo
que la terrible dualidad que Stevenson presentó magistralmente con el dramático
conflicto entre el Dr. Jekyll y Mr. Hyde, sólo se ha expuesto en el
ámbito de la ficción con igual fuerza y nítida claridad en la saga
fílmica
"La Guerra de las Galaxias" de
George Lucas.
La conocida parábola de la eterna lucha de poderes entre el fuerte y
seductor
"Lado oscuro de la Fuerza" contrapuesto al
"Lado luminoso de
los Jedi".
Y es que ambas naturalezas anidan en el interior de
cada ser humano. Ángeles y demonios permanecen agazapados en el corazón
de todos y cada uno de nosotros, en una lucha sorda y sin cuartel, en la
que, en primera instancia, parece que tiene más fácil la victoria el
"lado oscuro", no por ser más fuerte, sino porque resulta más rápido,
fácil y seductor, aunque sus victorias dejen un sabor amargo en la
conciencia y náuseas avergonzadas en el corazón... y ojalá siempre sea así.
Porque, si aún se sienten esas acres e ingratas sensaciones ante ciertas
"victorias", todavía cabe la esperanza de un reencuentro con lo mejor
de nuestras capacidades.
La batalla no es con otros, está dentro
de cada cual y en esa intimidad interior hay que librarla, sin ceder al
placer inmediato del señuelo de falsos y dañinos éxitos o triunfos
externos que nos alejan de nosotros mismos.
No es una guerra breve ni fácil. Pero, por mi parte, espero y deseo no rendirme nunca.
¡Que la Fuerza nos acompañe a todos en 2015!
FRM [25/12/2014]
(Dedicado con amor y contrición a cuantos he podido dañar con la fuerza del poder de mi lado oscuro. Perdonadme)